Amaya Valdemoro: “En la élite me he sentido muy sola muchas veces”
La mejor baloncestista española de la historia repasa su carrera, ahora coronada con el Salón de la Fama de la NBA femenina


En el parque Jardín de la Vega, en Alcobendas, crece desde hace unos días un olivo muy especial. Fue el regalo que Amaya Valdemoro, la mejor baloncestista española de la historia, recibió de su padre, Álvaro, cuando cumplió 40 años. La madrileña tiene ahora 49 y hace tres que murió quien fue el gran apoyo en su carrera. Le sobrevive un amor eterno y ese árbol que la exjugadora pidió al ayuntamiento que fuera trasplantado de la casa familiar al parque con motivo de un cambio de domicilio. Curiosamente, ese suceso tan íntimo ha coincidido en el tiempo con otro de enorme repercusión: Valdemoro ingresará en el Salón de la Fama de la WNBA, la NBA femenina. Será la primera española en celebrar ese hito, como también fue la pionera en jugar en la Liga estadounidense. Entre 1998 y 2000 ganó tres anillos de campeona con Houston Comets cuando competir en América era como viajar al futuro. Ocho Ligas españolas, nueve Copas, una Euroliga y seis medallas con la selección adornan un palmarés único forjado gracias a una competitividad extrema. Después de triunfar en Estados Unidos y en Europa, Amaya sigue en Alcobendas, tan cerca de su olivo.
Pregunta. ¿Qué le debe a su padre?
Respuesta. Fue la persona más importante en mi carrera. Yo me fui de casa a los 14 años, para jugar en Salamanca, y mi madre murió muy joven. Hay que echar la vista atrás y ver de dónde venimos. El deporte femenino antes no daba de comer, y mis padres siempre me apoyaron. Era 1991, no había ni redes sociales ni teléfonos móviles, y ellos viajaban para venir a verme todos los partidos, en Salamanca y fuera. Mi madre falleció por un cáncer que se la llevó muy rápido, en 15 días. Mi padre era un amante de todos los deportes, sobre todo el ciclismo, y se volcó conmigo. Fue mi agente en los primeros años. Si llegué donde llegué, fue gracias a él. Fue muy honesto conmigo en lo bueno y en lo malo. Me puso los pies en la tierra. En la élite puedes creerte lo que no eres.
P. ¿De dónde le venía ese carácter tan competitivo?
R. Es innato. Mi padre se reía... Me retaba a una carrera, porque mi primer sueño era ser atleta, íbamos a nadar con mi hermana... Yo siempre he sido muy competitiva. En el colegio competía con los chicos. Las chicas no hacían tanto deporte, y si lo hacían era el baloncesto, el atletismo o el voleibol, y si tenían dinero, el tenis.
P. Su biografía se titula Nací luchando…
R. Eso viene porque al año de nacer estuve a punto de morir por una enfermedad. Tuve púrpura. Estuve ingresada dos o tres meses. No generaba plaquetas. Le dijeron a mis padres que se preparasen para lo peor.
P. Y ahora entra en el Salón de la Fama de la WNBA. ¿Qué supone?
R. Es muy fuerte. Yo pensé que lo máximo a lo que podía llegar es al Salón de la Fama de la FIBA, pero este es el pionero, el americano. Cuando me lo dijeron, pensé que era una broma. Mi paso por allí fue como el de Fernando Martín. Yo jugaba, demostraba que podía, pero en el equipo estaban las mejores en mi puesto. Para mi carrera fue un momento de inflexión grandísimo. La Liga española de entonces no era la de ahora. Nos venían a ver 500 personas y allí llenaban pabellones de 20.000. Mis compañeras salían en anuncios de televisión de Nike y de tarjetas de crédito. Íbamos a comer y nos reconocían y nos invitaban en todos lados. Tenían una infraestructura como la NBA masculina. Era otro mundo. Estuve cinco temporadas y gané tres anillos.

P. ¿Cómo le cambió jugar allí?
R. Me marcó mucho porque vi lo que era el deporte profesional. Aquí era muy competitiva y allí todas, todas, eran igual que yo. Yo en España iba a por todas en los entrenamientos, chocaba, y no entendía cómo toda la gente no era igual que yo. En Estados Unidos eran todavía peor, yo iba a entrenar con miedo porque las otras eran tan competitivas que yo temía el fallo. Eso me hizo entender que en España tenía que cambiar cosas de mi ser para que mis compañeras no se sintiesen pequeñas. Mi figura generaba lo mismo que yo sentía en la WNBA. Me hice mejor jugadora de equipo y aprendí a exigir. Yo era así, me exigía a mí y a los demás.
P. ¿Qué supuso su paso por Estados Unidos para el baloncesto español?
R. Yo abrí el camino. Fui la primera española en ser elegida en el draft, en 1998. Ese año también fue Betty Cebrián, que entró como agente libre. Me he sentido más reconocida fuera de España que aquí. Ha sido así durante toda mi carrera. ¿Qué deportistas mujeres había famosas en España a finales de siglo? Conchita Martínez y Arantxa Sánchez-Vicario.
P. ¿Y cómo era el juego en la WNBA?
R. Físicamente iban a una velocidad que yo me preguntaba: ¿Esto qué es? El primer día me dieron un libro gordísimo con un montón de jugadas. Yo alucinaba. Me costó mucho. Me fui sola. Viajábamos muchísimo. En España íbamos siempre juntas en equipo y allí te daban dietas y cada una por su lado. En Houston iban muchos jugadores de la NBA a las ligas de verano y hacía pachangas con Barkley, Drexler… Flipaba. Era como estar en Marte.
P. ¿Cómo se vive en la cima?
R. En la élite me he sentido muy sola muchas veces. Cuanto más arriba estás, más solo te sientes. Me fui a Rusia sola, a Estados Unidos, a Brasil… Viví una época del despertar del deporte femenino en la que solo se hablaba de mí. Muchas compañeras se debían de sentir mal porque entrenaban lo mismo que yo, era duro para ellas. A mí se veía mucho en las victorias, y en las derrotas todavía más. Tenía muchísima más presión.
P. ¿Cómo lo superó?
R. Porque era muy ambiciosa. Jugaba para ser la mejor. Eso en aquella época chocaba mucho que lo dijera. A los 24 años empecé a ir al psicólogo deportivo, que entonces solo se hablaba con Benito Floro. Veía que me iba de los partidos. Recibí esa ayuda para ser mejor. Influían muchas cosas de mi vida, la muerte de mi madre, que no hice el duelo, irme de casa tan pronto… Los psicólogos te ayudan a conocerte mejor.
P. ¿Qué imagen daba?
R. A mí me dicen: ¡Qué chula eras! Si la gente supiese que no me lo he creído… Yo sabía que era buena, pero veía a una rival y pensaba que algunas cosas yo no las sabía hacer. Luego salía a la pista y me daba igual quién estuviera enfrente. Iba a por ellas. Ser competitivo es muy bueno para el deporte de élite pero malísimo para la vida normal, porque ese nivel de exigencia lo tienes para todo. Todavía hoy, no puedo jugar a muchas cosas. En mi casa jugábamos a las cartas los domingos después de comer y yo tuve que dejarlo. ¿Si era chula? Me daba igual, yo estaba ahí para ganar, y lo decía. Eso no sentaba bien.
P. ¿Esa ambición hizo más difícil la retirada?
R. La retirada es durísima. Me quitaron el motor que me movía, la competición, ganar o perder. Para mí fue muy difícil. Los nervios que tenía al competir no los he vuelto a tener nunca más. En el deporte profesional estás en una burbuja y cuando sales te tienes que adaptar al mundo laboral. En mi época se trataba de entrenar cuanto más mejor. Eso no sirve para la vida. A los 10 años de retirarme pegué un petardazo y me tuve que venir a vivir con mi padre.
P. ¿Y hoy?
R. Soy muy feliz. La vida te enseña. He aprendido más de las derrotas que de las victorias. Cuando ganas no piensas que has hecho nada mal. En los momentos duros, cuando he estado más abajo, he sacado lecciones muy valiosas.
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