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Gallina de piel
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Flick ya no es un ‘expat’

El alemán se encuentra hoy en el centro de los focos del entorno culé, que pide soluciones a un técnico que vivió aislado de la presión en su primera temporada y cuyo carácter y métodos se han vuelto más mediterráneos

Hansi Flick
Daniel Verdú

Los debates identitarios han envenenado el mundo. Europa agita el repugnante fantasma del Gran Reemplazo, la sustitución étnica. La culpa es siempre de los inmigrantes, que cruzan medio mundo a pie para imponernos sus costumbres y degollar un cordero en el balcón de al lado justo cuando Fernando Alonso se queda fuera de la Q3 otro sábado. Si yo quisiera conspirar con sustituciones, más que en inmigrantes me fijaría en esa nueva categoría de ciudadano flotante llamada expat. Expatriado. O sea, altos empleados de multinacionales desplazados a ciudades donde la vida es más barata y mejor.

Los expats son impermeables al contexto. Mentalmente siguen en sus países. O en ningún lado. Comen muffins, beben smoothies, hacen cola en cafeterías para pedir unos huevos benedict con aguacate y un flat white a cuatro euros. Arrasan el tejido social e inmobiliario de la ciudad (pagan lo que haga falta por lo que haga falta porque, fundamentalmente, no pagan ellos). Y jamás aprenderán el idioma local, porque están de paso. Sin que eso, su provisionalidad existencial, implique necesariamente un asunto temporal. Lo malo del expat, pero también lo mejor, es que no suele enterarse de nada de lo que ocurre a su alrededor. Y eso, en buena medida, le vino muy bien a Hansi Flick el año pasado para aislarse de la olla de grillos en la que había aterrizado.

El alemán, sin embargo, ha decidido integrarse, ser uno más. Tomar su aperitivo en el Turó Park, darse un garbeo por el mercado del Galvany entre la burguesía de la calle Santaló en busca de un buen rodaballo o comer al sol en la terraza del Bocconi de Sarrià mientras su staff se machaca en una cadena de gimnasios del barrio. Hansi Flick, además, ya no controla sus impulsos, le suelta un par de butifarras al árbitro si es necesario, pone excusas cuando pierde, critica a los colegiados y proclama que lo dará todo por un club y una ciudad que ama, un alarde de pasión mediterránea completamente accesorio para un alemán que ha firmado un contrato profesional con la entidad que le paga.

El lado terco de Flick ha aflorado ya sin complejos, y ha decidido también que no dará un paso atrás. Algo muy español y, en los últimos años, también catalán. Ni un pas enrere! Claro que sí. Pero más le valdría a su defensa recular unos cuantos pasos. O metros. Al menos hasta que solucione el problema que se originó a 30.000 pies de altura cuando Iñigo Martínez le comunicó este verano que se marchaba durante el vuelo de vuelta de Japón y él le deseó buena suerte. El Barça ha encajado 20 goles en 15 choques oficiales este curso, una media de 1,3 por partido que supone la segunda peor del siglo.

Flick no habla el idioma local, ni castellano ni catalán, es cierto. En eso sigue fiel al espíritu expat que tan bien funcionó el año pasado para aislarse. Pero el famoso entorno culé, la presión y los focos apuntan al alemán. Más allá del desastre contra el Brujas, que parecía el Milan de Arrigo Sacchi, la imagen de Lamine Yamal, estrella de 18 años, pidiendo soluciones al banquillo es el síntoma más claro de que el entrenador ya no podrá vivir en Barcelona y en el club como si la cosa no fuera con él. Le señalan los resultados, el juego y la estrella de su equipo en mitad de partido. Ahora sí sabrá lo que es entrenar al Barça. Bienvenido a casa.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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