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La revolución de Andrea Fuentes

La nueva seleccionadora española de natación artística devolvió a Estados Unidos al podio olímpico sin piscina propia y en un régimen que le restaba nadadoras

Andrea Fuentes y su marido, Víctor Cano, celebran con el equipo la plata obtenida en los Juegos de París.
Andrea Fuentes y su marido, Víctor Cano, celebran con el equipo la plata obtenida en los Juegos de París.Lavandeira Jr (EFE)
Diego Torres

A diferencia de Gemma Mengual, Ona Carbonell o Paola Tirados, verdaderas divas de la natación sincronizada, Andrea Fuentes Fache nunca fue solista vocacional. Quizás por eso, cuando por primera vez se planteó preparar un solo y se vio nadando sin el amparo del cardumen en medio de la piscina comprendió que el aislamiento le imponía el extraño deber de representarse a sí misma, que todo lo aprendido de sus grandes referentes ya no le servía, y que para tocar el corazón del público tenía que ser ella misma. Pero, ¿quién era ella, realmente? Lo supo durante el año en el que preparó la coreografía del Non, Je Ne Regrette Rien, de Edith Piaf. Cuando iba en el autobús por las calles de Shanghai camino de la final del Mundial, se puso los cascos y lloró. La Séptima Sinfonía de Beethoven, esa nota repetida cien veces, esa estructura perfecta, esa forma gigantesca y pura, le produjo una emoción extemporánea. Después de todo, acababa de decidir que consagraría su vida a romper las formas, a sacudir las estructuras, a desafiar las leyes.

“Odio los esquemas”, dijo, al acabar la competición, con la plata colgada en el cuello y el pelo envuelto en una toalla. “Me gusta mucho romperlos. ¿Qué mejor que ser nuevo en algo? Con las posibilidades que hay en la vida de hacer cosas, ¿por qué vas a repetir lo que ya se ha hecho? ¿Por el miedo? ¡Siempre el miedo, el miedo, el miedo…! ¡Miedo si te apuntan con una pistola!”.

Un año y medio después anunció que dejaba la natación. Estaba en lo más alto de su carrera. Tras los Juegos de Londres 2012 sumaba cuatro medallas olímpicas. Convertida en la nadadora más condecorada de la historia de España, justo cuando se le abrían nuevas posibilidades publicitarias y por fin podría explotar su imagen exitosa, ahí donde la mayoría aprovecha para dar el salto a la fama, ella resolvió retirarse. Se entregó a la horticultura y a la familia. Hacía años que en su huerta crecían tomates, pepinos, puerros, judías, coles, berenjenas y zanahorias, pero a partir de 2013 les dedicó todo su tiempo. Se fue a Mallorca con Víctor Cano, el gimnasta de la selección olímpica, al que había conocido en el CAR, y juntos tuvieron dos hijos, Kilian y Sira. Un día de 2018 recibió una llamada de Estados Unidos. La federación más antigua del mundo le ofreció el cargo de seleccionadora como quien pide auxilio.

Hasta la irrupción invencible de Rusia en Sydney 2000, los Estados Unidos habían sido la potencia hegemónica de la natación sincronizada. Su creadora, Esther Williams, La Hija de Neptuno, nació en Los Ángeles. Pero aquella cultura fundacional había desaparecido en un remolino de vulgaridad e indiferencia. Tras conseguir el bronce en las rutinas de equipo y dúo en los Juegos de 2004, las estadounidenses se quedaron fuera del podio en 2008 y no clasificaron a sus equipos para los Juegos de 2012 ni para los Juegos de 2016.

Disuadidas por los malos resultados, las mejores nadadoras de sincronizada de Estados Unidos renunciaron al equipo nacional para nadar en la prestigiosa liga universitaria. Los talentos migraron a Stanford, Florida, Ohio State, Berkeley o UCLA en busca de becas inaccesibles de otro modo, y de un régimen de competiciones prácticamente incompatible con las concentraciones que requiere la formación de un equipo olímpico de primer nivel. Andrea Fuentes se encontró con una selección esquilmada en una federación que perdía recursos al ritmo que se hundía en las Series Mundiales y los Panamericanos. Confinada en una piscina de Walnut Creek, pequeña localidad del condado de Contra Costa, tierra adentro a 40 kilómetros de San Francisco, el escenario que la rodeó se pareció más al paraíso de los Ángeles del Infierno que a un centro de alto rendimiento como los que tenían Rusia, España, Japón o Canadá.

“En la primera reunión con el equipo les dije que un valor que debíamos perseguir era el de ser transformadoras”, recordó. “Por encima de los resultados, quiero que estas chicas revolucionen su deporte. No quiero que caminen por la senda más transitada”.

Trashumantes de California

Los resultados tardaron en llegar. En 2021 Estados Unidos volvió a quedarse fuera de los Juegos y la catalana reconstruyó la selección con nadadoras alejadas del circuito universitario. Al fundamento de Anita Álvarez y Daniella Ramírez, sus dos líderes, sumó expertas como Jacklyn Luu, que ya habían terminado la universidad, y adolescentes que todavía iban al colegio y que conformaron la mitad del grupo. Cuando la federación les facilitó una piscina en Santa Mónica, en Los Ángeles, vieron la luz solo para encontrarse, poco después, conque el centro precisaba una profunda reforma. Literalmente, se quedaron sin agua. Durante un año, mientras preparaba la clasificación para los Juegos de París, Andrea Fuentes y Víctor Cano debieron trabajar a destajo para criar a sus hijos y encontrar piscinas libres para entrenar. Se transformaron en trashumantes del sur de California, trasladándose día a día con todo el equipo porque no disponían de base fija.

“No sé qué visión tendrá la gente desde afuera, pero supongo que no hay más remedio que llegar muy al límite en muchos aspectos”, dijo, cuando siendo nadadora le preguntaron por las denuncias de maltrato que sufrió Ana Tarrés, la seleccionadora que la dirigió en los Juegos de Atenas, Pekín y Londres. “Para poder ganar hay que sacar lo mejor de ti. Lo mejor de ti solo se saca cuando llegas a grandes límites. La gente de fuera no se puede poner en nuestro papel porque alucinaría. Algunos están preparados mentalmente para avanzar sin sufrir y otros lo viven como un infierno. Las que llegamos muy lejos es porque disfrutamos del camino”.

“Lo que hizo Andrea en Estados Unidos me recuerda a lo que hicimos nosotras con Bet Fernández en España, hace 30 años”, dice Ana Tarrés, la fundadora de la natación sincronizada española de máximo nivel. “De alguna forma ella ha recogido el testigo”.

“Inestable”

Fue Tarrés quien descubrió a Andrea Fuentes, cuando en un proceso de detección de talentos para su club, el Kallipolis, examinó a un grupo de chicas del Liceo Francés de Barcelona y la vio junto a su hermana Tina. Tenían las piernas largas, eran fuertes y ágiles, y derrochaban ganas de estar en el agua todo el día. Bet Fernández, su primera entrenadora en el Kallipolis, cuenta que con el tiempo se reveló su verdadera fuerza: “La vida es inestable, como la competición, y ella tenía una capacidad de resiliencia que no tiene mucha gente. Súper empática, le encantaba compartir, tenía gran visión periférica y nunca iba a lo suyo. Es la deportista de alto nivel menos deportista de alto nivel que tuvimos. Porque normalmente los deportistas de alto nivel necesitan ser egoístas”.

Al accidentado viaje americano de Andrea Fuentes solo le faltaba una gran traición. Se la proporcionó Anna Voloshyna, su segunda entrenadora y la responsable de las acrobacias, un apartado crítico bajo el nuevo reglamento, cuando anunció el pasado enero, en vísperas del Mundial de Doha, que abandonaba al equipo para irse con Canadá, rival directo en los Juegos. Lejos de ajustarse al guion establecido por Voloshyna y repetir los ejercicios sabidos, como le pedían las nadadoras, Andrea Fuentes optó por cambiarlo todo y llevarlas a un terreno desconocido. Como dijo Bet Fernández: “Se tiró sin paracaídas”. Sus nadadoras le creyeron. Víctor Cano las ayudó con los principios gimnásticos. Las acrobacias de Estados Unidos en París, una hazaña del ingenio improvisador, fueron mejores que las de China. Gracias a esa rutina lograron la plata. Fue el primer podio americano en unos Juegos en 20 años.

El coraje es su tema recurrente. Una vez dijo que su frase zen favorita era “aquí y ahora”, porque “solo sientes miedo si piensas en el futuro”. De niña quería ser bombero y cuando le preguntaron qué deportista le habría gustado ser en otra vida, dejó escapar su lado punk: “Los cojones de Nadal me dan fuerza”.

Nombrada esta semana nueva seleccionadora de natación artística de España, a sus 41 años Andrea Fuentes regresa reforzada. La nadadora más legendaria ha superado su propio mito.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.
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