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ALIENACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Te aburrimos, inglés? Un país sin Michael Robinson

No gustaba a todos aquel estilo suyo tan particular que consistía en tratar el fútbol como si los Monty Python fuesen a disfrutar de un día en las carreras, pero invitados por Mágico González y Eric Cantona

Michael Robinson
Michael Robinson, en la calle de Cervantes de Madrid en enero de 2019.Samuel Sanchez
Rafa Cabeleira

Michael Robinson habría cumplido ayer 65 años si la vida tuviese compasión de nosotros, ya no digo de él. O si encerrase algún tipo de sentido que, está claro, no encierra. Y lo que queda tras el inglés de la sonrisa gaditana es un espectáculo medio afónico, como el baloncesto sin Andrés Montes o el ciclismo sin Pedro González. Incluso el metal sin Lemmy Kilmister, que era de Burslem y parecía de Padrón. “Siempre se van los mejores”, suele decirse en los entierros cuando uno no sabe realmente qué decir. Tres años después de su muerte, todavía no se le ha ocurrido a nadie algo mejor que decir sobre el finado, seguramente porque la voz de las grandes ocurrencias también era suya.

“Era auténtico, luego era distinto”, diría de él Jorge Valdano en una ocasión. O simplemente lo dejó por escrito, pues con el argentino ocurre casi lo mismo que con el inglés: que importa más la inteligencia que el acento, algo que también dijo —o dejó por escrito— el propio Valdano. No gustaba a todos aquel estilo suyo tan particular que consistía en tratar el fútbol como si los Monty Python fuesen a disfrutar de un día en las carreras, pero invitados por Mágico González y Eric Cantona. Al principio nos costó seguirle el paso, tan acostumbrados como estábamos a los acentos castizos: no era tarea sencilla distinguir a la otitis de la imposición. Pero enseguida fuimos descubriendo que la morfología casi nunca es lo más importante, ni siquiera la de las palabras. “Era todo muy mucho”, era una de esas construcciones suyas que se fueron apoderando de un imaginario poco habituado a mirar en los márgenes del fútbol.

A Robinson le detectaron un cáncer en 2018, un melanoma con metástasis. Lo anunciaba Carles Francino en La Ventana. “Mi amigo, nuestro amigo Michael Robinson, tiene cáncer”, comentó antes de darle la palabra a su amigo, a nuestro amigo, aunque la mayoría de los aludidos jamás cruzamos una palabra con él: ¿quién dice que la amistad debe ser recíproca? A veces basta con estar al otro lado, disfrutando del empeño ajeno por hacer un poco más bonito el mundo, por contarnos una nueva historia, por cantarnos otro gol. Robin, que así le llamaban sus amigos con derecho a roce, a diminutivo, descubrió entonces una implacable verdad: que la sanidad privada es fantástica cuando uno no está enfermo del todo.

“Mes a mes”, bromeaba con su mujer cuando esta le preguntaba cómo iban a pagar el abultado coste de aquel tratamiento que tampoco garantizaba gran cosa, según desvelaría él mismo en otra entrevista: “Intentaré morirme pronto para que no te quedes en bolas”. Y es que, entre las muchas bondades que solía señalarnos como país (a menudo sin que los propios españoles les concediéramos mayor importancia) estaba el derecho a una buena sanidad pública, que a menudo no es mucho más que nacer entre sábanas limpias y morir sin sentirse desplumado.

El otro día, viendo una parodia de la actual campaña electoral basada en As Bestas, la aclamada película de Rodrigo Sorogoyen, se me ocurrió que esa podría ser una buena forma de resumir el paso de Robinson por esta vida o, más concretamente, por este país: “¿Te aburrimos, inglés?”. Creo saber la respuesta aun sin haberlo tratado, que no conocido. De todas formas, lo que de verdad me interesaría saber es qué se preguntaría él, o qué nos preguntaría él, ahora que el mundo cree tener respuestas para todo.

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