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El campeón del mundo, Remco Evenepoel, se exhibe en la etapa de la Vuelta a Suiza en homenaje a Gino Mäder

El Bahrein del corredor suizo, el Tudor, el Intermarché y 17 corredores más no tomaron la salida de la séptima etapa en señal de duelo y en medio de un debate sobre la seguridad de las carreras

Carlos Arribas
Evenepoel lanza un beso a Mäder al cruzar la meta.
Evenepoel lanza un beso a Mäder al cruzar la meta.GIAN EHRENZELLER (EFE)

Terminada la procesión de 20 kilómetros, y el Bahrein encabezándola, en homenaje a Gino Mäder, de 26 años, caído a 90 por hora por un barranco de 90 metros en el descenso del Albula en la etapa del jueves y tan gravemente herido que murió el viernes por la mañana en un hospital de Coire, la organización de la Vuelta a Suiza consultó con la familia del ciclista. ¿Os parece bien que la carrera siga? La respuesta fue un sí, y, así lo anunció el organizador, la carrera, a la que le quedan dos etapas, terminará el domingo con la contrarreloj de St. Gallen, la ciudad en la que nació Mäder en enero de 1997.

Las emociones deciden en un pelotón conmocionado y confuso, corredores que se sienten superhombres en los momentos más duros de las etapas, ascendiendo montañas imposibles a toda velocidad, y descendiéndolas temerarios, y fragilísimos cuando la realidad de la muerte les asalta. Y así, todo el ciclismo. Y, quizás más sensible, más niño grande que ninguno, 22 añitos, Remco Evenepoel, más corazón, el campeón del mundo. El mismo corredor que critica los descensos peligrosos, se siente el líder del ciclismo mundial y lo exhibe en la carretera, y transforma una etapa de transición, un pacto entre los mejores de no pelear por las bonificaciones, de dejarlo todo para la contrarreloj del domingo, en una clásica eterna, en una pequeña Lieja, un pequeño campeonato del mundo, un ataque de 18 kilómetros, un pelotón desencadenado e impotente en su persecución, una victoria solo, de campeón, sin brazos en alto ni alegría, un índice hacia el cielo después de pasar por sus labios, una mano en el corazón. Una victoria triste y hermosa. Y el arcoíris en el pecho.

“Soy el tipo de persona que intenta honrar un momento tan difícil, honrar a Gino y a su familia de esta manera. Nunca me rendiré y pase lo que pase sólo quiero dar el máximo”, dice Evenepoel, casi llorando. “Siento que esta es la mejor manera de honrarle y, como he dicho, le dedico esta victoria. Las flores que reciba, los trofeos que consiga, se los daré a su familia. Es lo menos que podíamos hacer. Ha sido una victoria para él”.

El tiempo no cuenta, la pelea por la victoria, sí. Los tiempo que cuentan para la general se tomaron a 25 kilómetros, antes de comenzar la ascensión al puerto de tercera de Ottenberg, donde Powless, de fuego como el tiempo, el sol que abrasa, acelera 19 kilómetros de la meta de Weinfelden., donde el Ineos de Narváez y Pidcock, hambrientos, mantienen un tren velocísimo, donde Wout van Aert, el otro líder belga, se prepara para hacer su número. A todos les enmudece Evenepoel, y a la afición le emociona ese sentido del deber, esa responsabilidad de líder que ataca en el descenso hacia la llegada, donde solo arriesgan quienes luchan por la victoria de etapa. No están entre ellos ni el líder, el danés Mattias Skjelmose, ni el segundo clasificado, a 8s, el austriaco Felix Gall, ni el tercero, a 18s, el español Juan Ayuso. Entre ellos, y con Evenepoel, cuarto, a 46s, se jugarán el domingo la victoria final, el último homenaje a Mäder, con la contrarreloj de 25 kilómetros en su pueblo. Entre las 16.22 y las 16.28 saldrán los cuatro. “No he pensado en guardar fuerzas para la contrarreloj. No soy uno al que le guste calcular esfuerzos, salvo en la montaña, claro”, dice Evenepoel. “Solo pensé en ganar por Gino, y estoy feliz por ello, pero es un día muy triste”.

La séptima etapa había partido el sábado al mediodía de Tübach con un pelotón de 113 ciclistas, 37 corredores menos que la víspera, ya que tres equipos decidieron en pleno no salir en señal de duelo, así como 17 corredores más a los que sus equipos les dieron la libertad de elegir, entre ellos los suizos Schär, del Ag2r, Schmid, del Soudal, Hirschi, del UAE del español Juan Ayuso, y Küng, del Groupama, ganador de la primera etapa contrarreloj. Los equipos completos que abandonaron son el Bahrein, el equipo de Mäder, que podía aspirar a ganar la ronda helvética con el vizcaíno de Gernika Pello Bilbao, quinto en la general a 57s del líder, el danés Mattias Skjelmose; el Tudor, equipo suizo dirigido por Fabian Cancellara que aspiraba a que Mäder fichara por ellos la próxima temporada, y el Intermarché de Biniam Girmay, el ciclista eritreo que ganó al sprint la segunda etapa ante Wout van Aert. Su argumento --es la mejor manera de mostrar nuestro dolor por la muerte de un compañero, de mostrar nuestro respeto-- es el mismo que utilizan los equipos que han decidido seguir, nuestro mejor homenaje es hacer lo que a él más le gustaba, disputar una carrera y correr en memoria suya.

La decisión de neutralizar la etapa hasta los últimos 25 kilómetros, donde se dio la salida real para aquellos que quisieron pelear por la victoria de etapa, la tomaron los corredores, de acuerdo con la organización el viernes por la noche, al mismo tiempo que decidieron que quien quisiera abandonar era libre de hacerlo y no sería penalizado por la UCI. De teklón de fondo, una discusión filosófica encarnizada con el accidente de Mäder, sobre la última moda de hacer que las etapas de montaña terminen en el valle, tras vertiginosos descensos, y no en la cima.

Unos días antes, el CPA, el sindicato de ciclistas, presidido por el australiano Adam Hansen, había debatido en asamblea telemática este problema, y había votado pidiendo que no pudieran terminar las carreras justo al final de un descenso, sino una decena de kilómetros llanos más allá. “No importa. No cambiaría nada”, opina Michael Rasmussen, exciclista danés y sensato. “Los ciclistas seguirán yendo igual de rápido para tener 20 segundos al final de la cuesta. No tiene ningún sentido. La maldita naturaleza del ciclismo hace que haya un gran riesgo en los descensos. Los ciclistas lo llevan muy dentro. Se trata siempre de ser el primero. Y son los ciclistas los que asumen los riesgos”.

Cuando Hansen tuiteó el resultado de la votación, exigencia de más medidas de seguridad, las redes se inflamaron en contra. Después de la muerte de Mäder, Hansen borró el tuit. “No es este el momento para hablar serenamente de esto”, tuiteó el viernes. “Y también lo borré porque algunos comentarios que criticaban el voto de los corredores habrían quedado fatal ahora. Espero que todos entiendan lo peligroso que puede ser este deporte. Los ciclistas no tienen que estar obligados a arriesgar de más solo en aras del espectáculo”.

Si se impusiera esa regla no se podría correr la Milán-San Remo, que se decide habitualmente en el descenso del Poggio, a cinco kilómetros de Via Roma, y de la que salen ennoblecidos los ciclistas como Matej Mohoric o Vincenzo Nibali que convierten el descenso en el arte del riesgo, como hizo Chris Froome para ganarle a Nairo el Tour de 2016 bajando a pleno riesgo el Peyresourde, y en el próximo Tour habría que modificar la etapa de Morzine, que termina con el ritual descenso de la Joux Plane en el que cimentó Ion Izagirre una victoria de etapa del Tour de 2016, Stephen Roche le ganó a Perico el Tour del 87, y Perico se rompió la clavícula hace 40 años o en el que Nairo se reveló en la Dauphiné de 2013, y también la etapa de Courchevel.

“Todo el mundo está muy, muy afectado. Y se tarda un tiempo en recuperarse. Pero una vez pasadas todas las fases del duelo, volverá a ocurrir”, reflexiona Rasmussen en el diario Ekstra Bladet. “Los ciclistas volverán a correr igual de rápido y con el mismo riesgo”.

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Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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