Ritmo o paciencia, gran dilema de Guardiola en la final de Estambul
“Debemos pensar que si vamos 0-0 no vamos perdiendo”, advierte el técnico del City, preocupado ante la ansiedad que amenaza a sus jugadores, grandes favoritos frente al Inter de Milán
“Tenemos que ser pacientes”, dijo Guardiola, con voz ronca, el ceño fruncido, y la tensión gestual de las grandes vísperas. El entrenador del Manchester City pronunció en la sala de conferencias del estadio Olímpico de Estambul uno de sus discursos más repetidos, no siempre con éxito. En la segunda final de Champions de su carrera lejos del Barça, el técnico vuelve a enfrentar a un equipo que se defiende con cinco zagueros y se despliega rápido a la contra con dos carrileros, dos interiores y dos atacantes que suponen una amenaza constante frente a las pérdidas de balón. Ante la duda, surge la disyuntiva crucial: ¿priorizar la conservación de la pelota para evitar contragolpes o poner el énfasis en el ritmo de circulación para evitar que el rival se afirme en su trinchera? El mensaje de la cautela, naturalmente, suele inclinar la balanza en la primera dirección. Para los equipos que hacen del ataque una apuesta fanática, como el City, la paciencia puede traducirse en virtud o en veneno.
Hay entrenadores que para activar todas las alertas advierten a sus jugadores que deben salir al campo como si fueran perdiendo 0-1. Guardiola lanzó un mensaje de calma. “Por principio, no creo que hacer lo que te dé la gana sea la mejor manera de abordar las finales”, advirtió Guardiola. “Tienes que ser estable, ajustarte al plan, defender bien, atacar con mucho control, y ser pacientes. La cosa más importante en este tipo de partidos es pensar que si vamos 0-0 no vamos perdiendo. Para los equipos italianos ir 0-0 equivale a ir ganando el partido. Pero 0-0 es un empate. No van ganando. Nosotros tenemos que tener estabilidad. Tener ritmo y al mismo tiempo estar equilibrados, y en los malos momentos dar un paso al frente”.
El modelo de preparación de los partidos a la italiana es más viejo que las pizarras. La experiencia indica que cada minuto que transcurra sin encajar un gol elevará exponencialmente las probabilidades de triunfo del equipo que renuncia a controlar el balón. Está empíricamente probado tras décadas de ensayos. El mayor gasto energético, físico y psíquico, recae sobre el equipo que necesita manejar la pelota obligado a un ejercicio constante de precisión para evitar errores cada vez más amenazantes. Si los jugadores del City salen al campo sin ser absolutamente conscientes de que deberán vivir al límite, se expondrán a contratiempos de los que no podrán salir sin una sobredosis de adrenalina. La paciencia suele ahorrar riesgos y pérdidas de balón. Pero ni produce adrenalina ni aumenta la agresividad. Lo sabía Ancelotti, que se frotó las manos cuando escuchó que la “paciencia” precedía los mensajes de Guardiola camino del partido de ida de las semifinales, en Chamartín.
El informe que Carlo Ancelotti recibió del Manchester City antes de la ida, a principios de mayo, insufló esperanzas en el entrenador italiano. Según fuentes próximas al Madrid, las noticias provenientes del cuartel del rival indicaron que Guardiola prepararía un partido más enfocado al control que al riesgo, evitando los pases verticales si los jugadores no los veían absolutamente claros y dando prioridad a los pases de seguridad. Sin romper líneas. Evitar contragolpes era la consigna que más pesaba en el vestuario inglés. “Paciencia”, era la palabra resonante. Exactamente la clase de escenario que convenía al Madrid, en opinión de Ancelotti, que entendió que sus futbolistas resistirían mejor las basculaciones laterales que las carreras adelante-atrás-adelante, propia de los partidos de ritmo alto. El ácido láctico de las transiciones aceleradas destrozaría a Benzema, Modric y Kroos, según todos los cálculos realizados.
El planteamiento paciente de Guardiola en Madrid, que se saldó con 1-1, dio confianza a los jugadores madridistas y reafirmó la idea de Ancelotti del mismo modo que alertó a los técnicos del City en el partido de vuelta. Si el Madrid se desintegró en 40 minutos en Manchester fue porque el City jugó con todo menos con paciencia. Sus jugadores se prodigaron en permutas y se multiplicaron los pases filtrados, la velocidad de circulación y las transiciones de vértigo. Las imprecisiones, que las hubo, a la larga favorecieron al equipo más atrevido. El City no solo se impuso 4-0. Hizo el partido más perfecto de un equipo de Guardiola en Champions desde 2011.
“Mucho ritmo pero...”
Ahora Guardiola se enfrenta a otro adversario que se cierra en su campo. Debe decidir si enchufa a su equipo mediante la circulación segura o mediante la elaboración agresiva. “Lo que intento hacer es entender el partido que tenemos que jugar”, dijo el martes. “Nos encontraremos con muchas, muchas dificultades. No es fácil atacar el sistema defensivo del Inter. Tenemos que jugar con mucho ritmo pero con un poco de paciencia. No podemos resolver las jugadas con dos o tres pases, tenemos que saber el tempo, el ritmo exacto. Esto es lo más importante en este tipo de partidos porque cuanto más tiempo pase sin que marquemos nos podemos volver un poquito más ansiosos y eso puede ser un problema”.
El ritmo es la cuestión. La delgada línea que recorren cada uno de los entrenadores que apuestan por el fútbol ultra ofensivo, el interruptor que inflama o apaga el alma de sus equipos, se reduce siempre al mismo dilema elemental: cómo, cuándo, y dónde pasar la pelota. La gran decisión de Pep Guardiola en el umbral de convertirse en el entrenador más grande de todos los tiempos, el único que ha sido capaz de construir dos equipos legendarios, o el único que ha estado a punto.
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