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La marcha atlética busca la luz con una prueba de 10 kilómetros en la Gran Vía de Madrid

Un gran premio con campeones olímpicos aspira a demostrar el atractivo de una especialidad en el punto de mira del COI, que eliminó de París 2024 las pruebas de 50 y 35 km

Carlos Arribas
Atletismo Madrid
Diego García, tras ganar el bronce en los Europeos de Múnich 22.LUKAS BARTH

Como una flor en el desierto, un brote de incienso, y la misma esperanza. Gracias al entusiasmo de Diego García, medallista en dos Europeos, que moviliza empresas, autoridades y patrocinios, LaLiga, la Comunidad, el ayuntamiento y redes telefónicas, la marcha respirará el domingo en la Gran Vía de Madrid, cerrada al tráfico entre la Red de San Luis y Callao, ida y vuelta, 10 vueltas a un circuito de 1.000 metros. Será a las 10.30. Agotada la ola de calor, se espera tiempo nuboso, entre 18 y 20 grados. Poco más de media hora de marcha para los mejores del mundo, y tres cuartos de hora para las mujeres, el campeón olímpico Massimo Stano, la campeona olímpica Antonella Palmisano, Diego García, Perseus Kärlstrom, la subcampeona europea Raquel González, Marc Tur o Laura García Caro. Un chispazo fugaz de la especialidad que más medallas, olímpicas, mundiales, europeas, ha dado al atletismo español. La Gran Vía, cortada al tráfico para ellos.

La marcha se muere. Como dinosaurios al borde de la extinción, los marchadores se resignan. Apenas si se quejan de su sino. Les proponen convertir la prueba madrileña en una manifestación, en un púlpito de protesta y de recordatorio, y bajan los hombros. Aceptan como se aceptarían las leyes divinas que todo tiene un principio y un final. Solo aspiran a vivir sin sobresaltos un mundo inexplicable, a respirar sin más. Solos. El Comité Olímpico Internacional (COI) ha borrado del programa olímpico de París 2024, giros sin fin alrededor de la torre Eiffel, la distancia de 50 kilómetros, tan larga, casi cuatro horas, y también la propuesta de una menor, de 35 kilómetros. Se disputarán la prueba de 20, 80 minutos más o menos los hombres, 90 las mujeres, y se añade, como compensación y brillo de modernidad, una competición de relevo mixto sobre la distancia del maratón, 42,195 kilómetros. Una atleta y un atleta por país que se relevan cada 10.049 metros, dos tramos alternos para cada uno.

Se buscan velocistas. Los 10 kilómetros de la Gran Vía del domingo, Madrid Marcha, tendrán ya el interés de comprobar qué marchadores se adaptan mejor a la nueva distancia olímpica. La pareja italiana de campeones olímpicos en Tokio, Palmisano, que regresa a la competición 21 meses después de su oro en Sapporo, una vez superada una lesión insidiosa, y Stano, así lo entienden, y pretenden convertir Madrid en un ensayo de lo que será París dentro de 15 meses.

Los marchadores de fondo, representados hasta hace nada por la figura perpetua de Chuso García Bragado, que se retiró a los 52 años tras participar en ocho Juegos Olímpicos en la distancia de 50 kilómetros, se sienten ya condenados por una sentencia que el COI pronuncia justamente un año antes de los Juegos. Y llevan dos preparándose, y cobrando beca, para una prueba que no se celebrará. El ibicenco Marc Tur, cuarto en los 50 kilómetros de Tokio 2020, vuelve a sopesar presentarse al MIR al que renunció tras graduarse en Medicina, porque eligió dedicarse plenamente al atletismo. El campeón mundial de 20 kilómetros Miguel Ángel López, que había pasado a la distancia larga, deberá pelear por una plaza con los rápidos de ahora. García Bragado cita Invictus, y a Frans Pienaar, capitán blanco del rugby sudafricano, invitando a sus compañeros a aceptar que se tiene que ir a los guetos del apartheid: “Los tiempos están cambiando y tenemos que cambiar con ellos”.

Los deportistas han bajado los brazos. La federación internacional de atletismo (World Athletics, WA), también. Sus directivos dicen que era esto o nada, que era una lucha imposible de ganar porque el COI le ha puesto la cruz a la marcha. Y no tanto porque a la disciplina siempre se le ha reprochado que ningún practicante respeta las normas de no doblar la rodilla y mantener siempre un pie en el suelo, las señales de que no se anda, se corre. Pensando que era ese el problema, los técnicos y la gente de la marcha buscan y no encuentran soluciones tecnológicas, chips en las zapatillas, plantillas acusadoras.

Pero no es eso, dicen en la WA, no es el problema de la credibilidad del culpable. Al COI no le gusta la marcha porque creen que sus pruebas son muy largas y muy aburridas, contrarias a los gustos de los más jóvenes a los que busca enganchar con break dance, escalada, surf o skateboard. Y WA tiene que aceptar sin rechistar lo que diga el COI porque financieramente está en manos del organismo olímpico presidido por Thomas Bach, que le ha inyectado 45 millones de dólares después de los Juegos de Tokio. Y también porque para la actual dirección anglosajona de la WA de Sebastian Coe, la marcha, una especialidad con mucho peso en países con poco poder en la dirigencia del atletismo actual, España, Italia, Rusia, Japón, China, no es la especialidad más querida.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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