Siempre hay una montaña
El ex ciclista estadounidense Jonathan Vaughters relata en ‘Billete de ida’, con la ayuda del periodista Jeremy Whittle, su trayectoria desde las categorías inferiores del ciclismo hasta alcanzar el profesionalismo
En el ciclismo profesional y aficionado suele haber una montaña —real o figurada— que ejerce de motivación, objetivo, sueño o desvelo. Una cima que servirá, también, de analogía con las trayectorias individuales. La persona que inicie el ascenso no será la misma que la que lo culmine. Entre medias, se desarrollará un proceso de aprendizaje —la vida— que permitirá al deportista la opción de ir aplicando a su favor la experiencia adquirida. En paralelo a todas las virtudes del deporte se irán desplegando sus dobleces. Y se verá el lado oscuro, que abarca una amplia gama de miserias humanas, casi todas ellas enfocadas a conseguir el éxito a través de trampas. Decidirse por uno u otro camino será una cuestión personal, muchas veces marcada por el contexto y, en ocasiones, un paso difícil de no dar una vez dentro de la vorágine de la competición.
“Cuando empecé a competir sobre una bicicleta lo hice ignorante del hecho de que, desde su nacimiento, este deporte se había visto mancillado por las más diversas maneras de hacer trampa. Cuando me retiré, me sabía todas las trampas posibles”, explica el ex ciclista estadounidense Jonathan Vaughters al inicio de Billete de ida (Libros de Ruta), el libro en el que, con la ayuda del periodista Jeremy Whittle, recoge su trayectoria desde las categorías inferiores —cuando soñaba con alcanzar los 4.347 metros que marcan la cima asfaltada del monte Evans, en Colorado—, hasta alcanzar el profesionalismo en el Santa Clara español —en aquella Semana catalana en la que pensaba que con su “enorme ventrículo izquierdo” y su “cantidad de hemoglobina” no tendría problemas para aguantar el ritmo y, sin embargo, se dio una bofetada de realidad—. Y la llegada de aquellos mensajes crípticos de compañeros que le aseguraban que los resultados llegarían, o los de grandes figuras del pelotón, como cuando Greg LeMond le dijo que la competición era ya “muy diferente” o cuando el propio Vaughters comprobaba que, mientras en Europa le costaba seguir el ritmo, en Estados Unidos volaba. La pérdida de la inocencia. El primer dopaje —”¡viva la química!”—. Después llegaría el fichaje por el US Postal. Y la decisión de confesar. Y alentar a otros a que lo hicieran. El cierre del mito de Lance Armstrong. “Resulta complicado marcar el momento preciso en el que perdí la inocencia, ya que fue una senda que recorrí poco a poco, no hubo un momento determinado en el que de repente vi la luz. Imagino que algo similar le debió de ocurrir a todo aquel que tuvo relación con el ciclismo durante la década de los 90 y, seguro, a comienzos de los 2000″.
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