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El deporte choca con los derechos de las mujeres transexuales

La exclusión de las mujeres transexuales decretada por el atletismo refleja las contradicciones y la complejidad de los avances sociales

La nadadora transexual Lia Thomas.Foto: John Bazemore | Vídeo: Reuters
Carlos Arribas

La federación internacional de atletismo (WA), siguiendo la senda abierta por las de natación y rugby, ha decidido prohibir a las mujeres transexuales que se hayan sometido a la terapia de bloqueo de testosterona y reemplazo hormonal después de los 12 años —en la práctica, a todas las mujeres transexuales— tomar parte en sus competiciones femeninas. La medida, adoptada el jueves, sustituye la anterior regla, que fijaba un límite de testosterona endógena, por debajo de cinco milimoles por litro de sangre, para permitir su participación. La norma era tan imposible de saltar que la WA no tiene registrado que ninguna mujer trans haya tomado parte en sus competiciones.

La exclusión —”preferimos primar la igualdad sobre la inclusión”, dice la WA— supone una contradicción con las leyes de un gran número de países, que otorgan plenitud de derechos como mujeres a todas las transexuales, en cuanto las priva del derecho a competir.

“La WA ha tomado la decisión no basándose en datos científicos sobre la posible superioridad de las mujeres transexuales en cuanto han pasado todos los procesos androgénicos de la pubertad, que ella misma reconoce que no existen, sino por miedo”, reflexiona el investigador Jonathan Ospina, doctor en Ciencias del deporte y profesor en la Universidad de Valladolid. “En enero de 2022 creó un gran escándalo los triunfos de la nadadora trans Lia Thomas en los campeonatos universitarios de Estados Unidos. Pocos meses después, la Federación Internacional de Natación (FINA) fue la primera gran federación olímpica que excluyó a las mujeres trans. No hay datos, solo efecto contagio. Solo hay anécdotas. Sabemos de Lia Thomas, pero no de otras que nunca triunfaron entre las mujeres”.

Ospina lleva años investigando el asunto y reconoce su fracaso: “No podemos determinar la memoria muscular y los efectos de la testosterona a largo tiempo. La causa fundamental es que son una población mínima y con unas relaciones muy complicadas con el resto de la sociedad. Dar el paso requiere mucha meditación y superar muchos miedos. No es fácil”.

De la complejidad del asunto, de la dificultad de engarzar las normas creadas para un juego, como es el deporte, que se basa en la igualdad de oportunidades, al menos sobre el papel, sabe casi más que nadie María José Martínez Patiño, atleta internacional que fue excluida de las competiciones porque, por su condición intersexual, su cuerpo producía más testosterona que los de las demás atletas. Actualmente, es investigadora en la Universidad de Vigo. “No hay una solución clara, pero sí que está claro que no se puede legislar sobre la transexualidad sin tener en cuenta que se va a chocar con algo tan importante para la sociedad como es el deporte”, dice. Martínez Patiño añade que no hablaría tanto de memoria muscular o de efectos permanentes de la testosterona que dan lugar a ventajas, sino de “habilidad adquirida previa”.

La gente del deporte, en su mayoría, defiende la decisión. Lo explica la atleta toledana Irene Sánchez Escribano. “Socialmente, por supuesto, las transexuales tienen que tener todos los derechos como mujeres, derechos que tenemos todas; pero deportivamente tienen que comprender que nunca vamos a estar en condiciones de igualdad, pues ellas siempre serán superiores”, dice Sánchez Escribano, de 30 años, mujer cisgénero y graduada en Medicina. “Como mujer deportista me parece fundamental poder disfrutar de mi capacidad de sentirme competitiva con todas mis rivales. Ese derecho lo pierdo ante las mujeres transexuales. Son más fuertes, más altas y más rápidas”.

No usa Sánchez Escribano, campeona de España de 3.000 m obstáculos, el término “dopadas”, pero los efectos sobre el organismo que se supone que crea un crecimiento dirigido por la testosterona son similares a los que buscaban los científicos de la Alemania del Este alimentando a sus atletas con píldoras de anabolizantes.

Sánchez Escribano, que defiende el derecho de Caster Semenya, atleta intersexual también excluida, a correr sin tener que medicarse con estrógenos, no considera que la solución posible sea la concepción de una tercera categoría de género: hombres, mujeres, transexuales. “No hay mujeres trans suficientes para crearla”, dice la atleta. “Y ellas no creo que quieran sentirse trans, sino solo mujeres”. Tampoco piensa Martínez Patiño que la sociedad esté preparada para la llegada de un tercer género.

Manuel Jiménez, profesor de fisiología e investigador de neuroendocrinología en la Universidad de La Rioja, y preocupado por la ola de transfobia que atraviesa las redes, sin embargo, está a favor. ”Es un problema serio. La testosterona no es un asunto únicamente masculino. Algunas competidoras cis de primer nivel a las que he estudiado pueden alcanzar un percentil de testosterona de 80-85 respecto a un hombre sano sedentario. Una competición solo trans sería la solución, y no sería más discriminatoria que permitir a las trans competir con mujeres cis y ganar; siempre se las señalaría con el dedo. Sería más excluyente que inclusivo”, dice. “Solo se hacen más públicos los casos de las trans que arrasan, pero también las hay que no triunfan”.

“Claro”, apostilla Ospina, muy triste por la exclusión decretada por el atletismo. “Los casos de mujeres trans que no arrasan no interesan al relato dominante. No les sirven. Y, sin duda, después del paso dado por el rugby, la primera federación internacional que las excluyó, la natación y el atletismo, las demás federaciones perderán el miedo y también las prohibirán. Al dar libertad de acción a todas, el Comité Olímpico Internacional perdió una gran oportunidad”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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