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Nadal sufre a su cuerpo, y adiós a Australia

El mallorquín se lesiona de la cadera frente a un gran McDonald y se despide en la segunda ronda: 6-4, 6-4 y 7-5: “El vaso va llenándose, pero quiero seguir jugando”

Nadal, cabizbajo en el banquillo de la Rod Laver Arena.
Nadal, cabizbajo en el banquillo de la Rod Laver Arena.Dita Alangkara (AP)
Alejandro Ciriza

El día es de perros en Melbourne, donde sopla con fuerza el viento y desplaza con violencia las cortinas de agua que caen sobre la ciudad desde primera hora. El panorama es feo, pero superado el mediodía la tempestad todavía es mayor bajo la cubierta de la central australiana, donde Rafael Nadal siente un fuerte pinchazo a la altura del costado izquierdo y se retuerce de dolor, maldice de cuclillas y lamenta sin parar. Se le pierde la mirada hacia el techo, se muerde el labio inferior de rabia y niega con la cabeza hacia su banquillo. No puede ser, otra vez no. Se ha roto. Mackenzie McDonald ya tiene un set en la mochila y en el segundo domina por 4-3, y lo restante (6-4, 6-4 y 7-5 al final, tras 2h 32m) no es más que un doloroso transitar hacia la trampilla de salida del torneo. Hoy día, sin embargo, eso es lo de menos.

Por el momento, por el encadenamiento de golpes, ¿duele un extra este último? “Duele como siempre, pero al final el vaso se va llenando”, contesta Nadal a la pregunta de este periódico. “Nunca he estado en condición de quejarme, la vida me ha dado tantas cosas positivas que no tengo derecho a ello. Sin embargo, es evidente que van sucediendo cosas y el vaso va llenándose, y en algún momento el agua puede salir fuera”, desliza. “Me dolió más lo de las semifinales de Wimbledon [en julio, apeado por una rotura abdominal], donde estaba preparado para ganar el torneo; aquí me ha pasado en la segunda ronda. Pero la verdad es que no he podido terminar en condiciones los últimos tres Grand Slams. Puedo venir aquí con buena cara y aceptarlo, que lo hago, pero uno no tiene que engañarse a sí mismo y hacer un discurso optimista cuando no lo es”.

A sus 36 años, 37 el próximo 3 de junio, Nadal sigue enfrentándose a las constantes arremetidas de su propio físico, y su deseo de tener continuidad no encuentra correspondencia. “No puedo decir que no esté destrozado mentalmente ahora mismo”, admite en inglés. A los males de la temporada pasada añade ahora otra inoportuna punzada anímica, en tanto que desde octubre intentaba coger ritmo y sumar partidos, pero debe frenar otra vez. A la necesidad de competir no le acompaña la colaboración de su cuerpo, erosionado y, lógicamente, cada vez más quebradizo. Ley de vida. Duele el adiós en Melbourne, donde el curso pasado firmó lo imposible y este último episodio termina entre los escalofríos de la grada, que al ver que sigue en pie cree por unos instantes y rebobina hacia Wimbledon, aquella gesta de julio ante Taylor Fritz. Espejismo fugaz.

La historia ya había comenzado torcida para él, incómodo ante la decidida embestida de McDonald y quejoso con la juez de silla, al entender que le aprieta excesivamente con el reloj en cada servicio y que el cronómetro que delimita los saques [25 segundos de margen, dice el reglamento] empieza a descontar antes de tiempo. “No puedo ni coger la toalla, todo el rato igual; cuando voy a por ella, ya está en marcha”, le protesta a la serbia Marijana Veljovic, incidiendo en la disconformidad. “La toalla está ahí [dice señalando hacia la esquina del fondo] y el reloj ya marca cuatro o cinco segundos… Siempre haces lo mismo”, prosigue el mallorquín, al que la bola plana de su rival no le concede un solo instante de tregua y que debe achicar agua una y otra vez, hostil escenario.

McDonald, un estadounidense de 27 años que ocupa el 65º puesto del ranking, desenfunda una y otra vez buscando los ángulos y, sobre todo, que la bola no tenga vuelo para forzar al español a un repliegue continuo. Aprovechando que esta pelota no pica ni atropella, rasea y va tallando una productiva renta que obliga a Nadal a ir a remolque todo el rato. Tras unos pocos intercambios, el número dos ya ha detectado que va a ser una jornada dura y que el tiro plano que le viene hace mucho daño. Pierde de entrada el servicio y después un segundo turno, 4-1 por debajo y con la sensación de que va a tener que remar y mucho para darle la vuelta a la situación, concedido el primer set y con muy mala pinta la continuación. Hasta ahí, el norteamericano ha sido superior, con mayor mordiente.

“¡Pubis!”

Todo se hace mucho más sombrío cuando al ir a la devolución, octavo juego del segundo parcial, el chasis falla y el aguijonazo le hace ver las estrellas. Se contrae, se duele en posición fetal, se palpa con la mano izquierda y mira a su box. “¡Pubis!”, precisa. Su familia, sus técnicos y todos los presentes no dan crédito; a su esposa se le escapan las lágrimas y la primera exploración médica en la pista confirma que la cosa no va bien, y una segunda en el vestuario tampoco cambia la suerte. No hay vuelta de hoja. Se ha roto, otra vez. La movilidad es muy limitada y no puede pegar bien el revés. “Debes dar lo mejor de ti hasta el final, da igual las probabilidades que tengas. Es la filosofía del deporte”, predica en la sala de conferencias.

En 2018 ya sufrió otro contratiempo en Melbourne, cuartos ante Marin Cilic; entonces, el psoas-ilíaco –engranaje entre la pierna y la cadera– le apartó del torneo en el quinto set. Antes, en 2014, la espalda también le jugó una muy mala pasada en la final contra el suizo Stan Wawrinka, aunque esa vez consiguió acabar. En esta ocasión también resiste, pero solo puede replicar con una propuesta de mínimos.

Aun así, tira de muñeca, McDonald se contagia de la gelidez que predomina en la central, perdiendo la chispa, y logra arañar cinco juegos que en realidad significan una angustiosa huida hacia adelante. La grada australiana le arropa, pero no hay retorno y el desenlace se traduce en una agónica cuenta atrás. Bravo, resiliente y ejemplar en la adversidad, de muñecazo en muñecazo, pelea hasta el final y cuando el estadounidense abrocha el pase a la tercera ronda, se dirige por el túnel del vestuario dándole vueltas a la cabeza. Quiere jugar, pero su físico solo le permite hacerlo a marchas forzadas. Terminó 2022 entre interrogantes –doble rotura abdominal en Wimbledon y el US Open– y la apertura del nuevo año abre otro importante. Es, una vez más, Nadal contra su peor enemigo: su cuerpo.

Estoy cansado, triste y decepcionado. A partir de aquí, cuando las cosas avancen, se tomarán las decisiones adecuadas porque quiero seguir jugando al tenis, no dar un paso atrás. Aunque mis sensaciones actuales son malas”, se sincera el campeón de 22 grandes, que en el estreno del lunes pudo con el británico Jack Draper, pese a ceder un set; “necesitaba pasar días en el circuito y estas tres semanas [en Australia] han sido positivas, porque he podido recuperar muchas cosas a nivel de movilidad y de competitividad, y espero no tener que estar otra vez mucho tiempo fuera; así es muy difícil coger la forma. Uno necesita jugar y si continuamente tienes parones, se hace realmente difícil, aún más con una edad avanzada”.

PELIGROSA CAÍDA EN EL ‘RANKING’

A. C. | Melbourne

Nadal se someterá a las pruebas pertinentes para conocer el alcance exacto de su lesión y definir así su hoja de ruta. En un principio, el tenista tenía la intención de competir en Doha (del 20 al 26 de febrero) y posteriormente en Dubái (del 27 al 4 de marzo), pero maniobrará en función del resultado. El doctor Ángel Ruiz-Cotorro le hizo una primera exploración este miércoles y a su regreso a casa, el balear obtendrá diagnóstico más concluyente.

La derrota contra McDonald supone un descenso en el listado mundial de la ATP; en concreto, el español cae directamente del segundo al sexto puesto, al perder casi los 2.000 puntos cosechados el curso pasado con el título. Podría caer más si algunos de los jugadores que siguen en liza logran progresar en el cuadro. La última vez que no figuraba en el top-5 fue el 10 de enero de 2022, hace un año.

A principios de marzo (día 5) tiene programada una exhibición en Las Vegas con Carlos Alcaraz, y ese mes teóricamente tendría el reto de igualar o mejorar el registro en Indian Wells, donde disputó la final. Se le restará el botín conseguido en Acapulco (no jugará allí), por lo que se expone a una peligrosa situación, ya que en función del rendimiento podría salir del top-10, algo que no sucede desde julio de 2015. A partir de ahí, el balear estableció un récord de 904 semanas de permanencia.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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