La vejez de Messi
El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad
Toque sin pelota –¡¿dónde está la pelota?!
Me siento despistado despintado desolado, Granjuán: es domingo y no hay fútbol. Hace unos años un político peronista, con perdón, asustado ante la posibilidad de que el noble pueblo argentino eligiera a un tal Fernando De la Rúa, le preguntó si “podían imaginar algo más aburrido que un domingo sin fútbol y con De la Rúa presidente”. Sucedió, no fue fácil, terminó muy mal; por suerte ahí están los peronistas para ponerle diversión a lo que no lo necesita.
En cualquier caso, para cualquiera que no sea inglés, el domingo siempre fue sinónimo de fútbol y hoy, en pleno Mundial, es domingo y no hay. Primero me sorprendió; después me dije tonto yo –es algo que digo mucho últimamente. Había caído en la trampa de la identidad. La identidad, estandarte y pendón de estos tiempos, a menudo consiste en creer que el mundo gira alrededor de las propias ideas. Pero, pese a lo que podamos pensar cuando nos distraemos, el domingo no es domingo en todas partes. En un reino musulmán como Qatar no hay un dios que descanse los domingos sino fieles que rezan más los viernes, así que su fin de semana empieza entonces y hoy, en principio, es un día laborable como tantos. Se diría que también en esto les dio por seguir su identidad –y nada que objetar.
(Los zafarranchos de la identidad a veces coronan cumbres borrascosas. Hace tres días el Washington Post, que solía ser un diario serio cuando no andaba a los Bezos con vaya a saber quién, publicó un artículo en que una académica negra de Texas acusa a la Argentina de discriminación contra los negros porque en su selección no hay ninguno. En verdad: por razones diversas, la Argentina –como México– tiene pocos ciudadanos afro. No hay, qué se le va a hacer. Y el criterio para llevar personas a la selección solía ser que jugaran al fútbol. El texto rebosa de errores. Pero lo que me impresionó es que tanto el Washington como La Nación –otro que tal– informen que esa supuesta discriminación sucede en un país donde el censo de 2010 “muestra que la población negra era de 149.493 personas, que corresponden al uno por ciento del país”. Ese año, según aquel censo, la población argentina comprendía 40.117.096 almas y/o personas. Entonces, Washington Post, La Nación, etc: ¿cuánto es el uno por ciento de 40.117.096? ¿Consiguen una calculadora? ¿Su teléfono no tiene? ¿Necesitan una ayudita?)
Pero bueno, son detalles. Lo que me tiene realmente indignado es la ineficiencia de la FOFA. Lo que han hecho, Granjuán, no tiene nombre. O si acaso uno muy triste: tontería. Dime qué les costaba ordenar anoche a ese árbitro brasileño, que parecía muy ordenado, que cobrara tantos penales como fueran necesarios para que Inglaterra dejara afuera a Francia. Pues no lo hicieron o lo hicieron mal. ¿Cómo puede ser que, tras todo el trabajo que se tomaron para armar a su gusto el campeonato, se hayan perdido el partido del siglo –otro más–, el que habría exacerbado la atención del globo, el que habría coronado la carrera del hombre que más dinero les ha hecho ganar en las últimas décadas?
Sí, claro, hablo del Gran Capitán. ¿Te imaginas lo que habría sido esa final Argentina-Inglaterra? Más allá de las bobadas patrioteras, que habrían brotado como fuego del Vesubio, ya se oía el fragor y la fragua de la leyenda: a Messi, para completar la suya, solo le falta ganar el Mundial que sí ganó Maradona. Pero en su Mundial Maradona hizo lo inolvidable precisamente contra los ingleses, y eso blinda su mito: difícil derrotarlo. La única forma era esa que acaban de desperdiciar: que Messi le ganara su final a Inglaterra. Ahora, con mucha suerte y viento a favor, ganará una final contra Francia o Marruecos, y empatará si acaso con su sombra.
En cualquier caso ya quedamos pocos. Los happy few –we few, we happy few, we band of enemies…– son mitad y mitad: mitad previstos, mitad no. Croacia era imprevisible por pereza de los previsores: es subcampeona del mundo. Pero Marruecos no presentaba ningún síntoma. Y nadie imaginó que tuviera que jugar la semifinal con Francia, país donde millones de sus súbditos la pasan mal desde hace décadas. Es un partido de alto riesgo, pero no en Doha sino en tanto suburbio galo donde el resultado –por festejo o por despecho– puede estallar en llamas.
Y está, por fin, lo nuestro: si se da la “lógica” –¿qué cuernos es la lógica?– y Argentina deja atrás a Croacia, Messi podrá, como tantos queríamos, jugar su último partido verdadero el próximo domingo. Después ya no le quedará nada por lograr, poco por hacer: va a ser duro ver cómo encara unos años que, en cualquier hipótesis –Miami, París, Casteldefells, Rosario–, van a ser tanto menos intensos. Es, si no me equivoco, eso que algunos llaman la vejez –solo que, en general, llega más tarde. Pero ni tú ni yo sabemos nada de eso, Granjuán: jóvenes como somos, no podemos más que imaginarlo.
Y, por supuesto, tampoco tenemos muchas ganas.
Abrazos.
Juan Villoro responderá a Caparrós este lunes 12 de diciembre