Unión Berlín, de la disidencia en la vieja RDA al liderato en la Bundesliga
El modesto club de la capital alemana disputa su tercera temporada en la máxima categoría después de ser salvado en numerosas ocasiones por sus socios
El líder de la liga alemana no había jugado hasta hace tres años en la élite, tiene el estadio más pequeño de la categoría y es el único equipo de la competición que disputó la fenecida Oberliga en la extinta República Democrática Alemana. El Unión Berlín impacta no solo porque su propiedad pertenece a sus aficionados, sino porque fueron 2.400 de estos los que con sus propias manos remodelaron, en más de 140.000 horas de trabajo, el coliseo en el que juega el equipo. Ocurrió cuando hace trece años iban a jugar en la segunda división del fútbol germano. Cinco años antes, cuando estaban en la cuarta categoría, y necesitaban 1,5 millones de euros para no morir, centenares de aficionados dieron su sangre por el club. Literalmente. Organizaron una donación masiva de sangre, que en Alemania está remunerada, para destinar esos ingresos a una entidad que desde 1906 había transitado a través de diez refundaciones que la mantuvieron viva entre las convulsiones que le rodearon el siglo pasado.
Seis jornadas después del inicio de la Bundesliga, el Unión Berlín es junto al Bayern el único equipo que no conoce la derrota, aventaja en un punto al Friburgo y en dos al gigante muniqués, con el que empató tras mirarle a la cara en el Stadion An Der Alten Försterei, el estadio del viejo guardabosques, ubicado en Köpenick, un frondoso suburbio del sureste berlinés. 22.000 fanáticos atestaron un recinto sin apenas asientos: el 80% de los espectadores ve el fútbol de pie. La UEFA le concedió este verano el permiso al club para disputar allí sus partidos de la Europa League, después de que en la pasada Conference League se tuviesen que mudar al Estadio Olímpico.
“Nuestra gente nos dice que es bueno que nunca nos hagamos más grandes de lo que somos”, explica el presidente Dirk Zingler. En 2004 el club tenía 5.000 socios, a día de hoy pasa de los 45.000, más del doble de los que entran en su campo de fútbol, donde las entradas libres se cotizan más por su escasez que por su precio. “Somos extremadamente cuidadosos para no perder la conexión con los espectadores”, resume Zingler, que en 2013 lideró la puesta a la venta de participaciones de la propiedad del estadio entre los aficionados. “Vendemos nuestra alma, ¡pero no a cualquiera!”, fue el lema de una campaña en el que los “cualquiera” que salían en la cartelería eran Silvio Berlusconi y Sepp Blatter, entonces presidente de la FIFA. Los nuevos dueños tomaron posesión de su casa al verano siguiente, cuando el césped del campo de fútbol se llenó con más de 700 sofás para presenciar los partidos del Mundial de Brasil en las pantallas gigantes del estadio, uno de los pocos de la Bundesliga que no cede su nombre a cambio de un patrocinio.
En Köpenick siempre latió la rebeldía. El himno del club lo canta Nina Hagen, la reina del punk germano. Al club, fundado por obreros metalúrgicos que jugaban de azul como el color de sus monos de trabajo, se le identificó durante años con la disidencia contra el régimen de la RDA y singularmente contra la Stasi, el llamado Ministerio de Seguridad del Estado. “El muro puede derribarse”, cantaba la gente en el estadio cuando el equipo visitante situaba una barrera tras señalarse una falta. La policía no intervenía en aquel oasis de libertad.
El Muro cayó y en la primavera de 1991 el Unión Berlín se integró, junto al resto de los equipos del Este alemán, en la cadena competitiva del Oeste. Pasó de pelear por subir a una máxima categoría a jugar competiciones regionales, pero al contrario que otros gigantes de la antigua República Democrática Alemana como su archirrival el Dynamo berlinés, encontró la manera de emerger. Hoy tiene cerca de 300 trabajadores, factura 100 millones de euros y su esencia, la de unos seguidores que el día del estreno en la Bundesliga llevaron al campo casi 500 fotografías gigantes de aficionados fallecidos para que no se perdiesen aquel momento, le posiciona como un atractivo más de la capital alemana. Un equipo que además juega y muy bien al fútbol desde un precepto de sostenibilidad. El fichaje más caro de su historia, el nigeriano Taiwo Awoniyi llegó hace poco más de un año al club por 8,5 millones de euros, marcó 15 goles en el pasado campeonato y lo facturaron este verano al Nottingham por 20 millones, de los que una cuarta parte se invirtieron en Jordan Siebatcheu, un delantero procedente del Young Boys suizo. Helvético es el técnico Urs Fischer, que pilota el ascenso del equipo desde la segunda división a la cumbre del fútbol alemán.
“Vernos arriba es una foto que nos alegra y es bueno que los aficionados lo celebren, pero cuando veo la tabla me alegro sobre todo porque ya hemos sumado 14 puntos de 18 posibles”, concluye el entrenador, que advierte sobre la exigencia de disputar tres competiciones: el próximo domingo el Unión Berlín defenderá su liderato en su bosque ante el Wolfsburgo, pero hoy le aguarda el Braga en el norte de Portugal en la Europa League. Allí tendrá la oportunidad de enderezar su mal inicio continental, con derrota en casa ante el Saint-Gilloise belga.
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