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ALIENACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La vida en una burbuja

La emergencia climática, para un futbolista que utiliza el avión privado con más asiduidad que un abrelatas, no es más que el estribillo de alguna canción de moda

Kylian Mbappe y Christophe Galtier, en la rueda de prensa del lunes. Foto: THIBAULT CAMUS (AP) | Vídeo: EPV
Rafa Cabeleira

Cuentan que ocurrió a bordo de un yate, en el fragor de una fiesta coronada por todo el lujo que suele acompañar a la industria del cine en algunas de sus celebraciones. La noche era joven incluso para aquellos que ya peinan canas y el anfitrión, un conocido productor español, se acercaba a uno de sus invitados con una langosta en la mano para hacerle una especie de confesión con cierta carga filosófica: “Hay dos tipos de vida”, se arrancó. “Una es esta y la otra no es vida”.

A Christophe Galtier, entrenador del Paris Saint-Germain, le preguntaron, esta misma semana, sobre la posibilidad de utilizar el tren, en lugar del avión, para algunos desplazamientos del equipo. Y lo hicieron en presencia de la gran estrella del equipo, Kylian Mbappé, que no pudo contener la risa tras intercambiar una mirada de complicidad con su nuevo jefe. Ese es el único argumento posible para disculparlo mínimamente. Que Mbappé fuese consciente del tipo de respuesta que iba a ofrecer Galtier y que reaccionara como Louie el Piernas suele reaccionar cuando algún otro personaje de Los Simpson se enfrenta a los dobles sentidos de Tony el Gordo: con la típica risita de iniciado.

Los primeros espadas del fútbol mundial, en abrumadora mayoría, viven en una burbuja que no se rompe por más que la embista un huracán. Disfrutan —a conciencia o sin ella— de esa vida que sí es vida, la del yate y la langosta, no de aquella otra que, en muchos de los casos, abandonaron a base de talento y esfuerzo para no tener que vivirla jamás. Los grandes problemas de la sociedad actual no son los suyos, salvo contadas excepciones, y su ideal del activismo se reduce a unas cuantas campañas publicitarias en las que el ídolo cede su imagen, o su voz, para tratar de concienciar a sus millones de seguidores con la boca pequeña. ¿Cómo podrían ser ellos, generadores universales de felicidad y riqueza, parte de cualquier problema? Solo faltaría, pensarán, que ahora se les exija ser parte de la solución.

La emergencia climática, para un futbolista que utiliza el avión privado con más asiduidad que un abrelatas, no es más que el estribillo de alguna canción de moda, acaso una pintada en los muros que rodean el aeropuerto. Es un privilegio que se ha ganado sin favor alguno y por el que paga religiosamente, sin escatimar en propinas, de ahí que ni siquiera se plantee prescindir de todo aquello que los demás interpretan como un exceso, casi como una amenaza: el individualismo los ha hecho demasiado grandes como para que ahora pretendamos sumarlos a cualquier tipo de causa común, especialmente cuando dicha causa no es del todo común.

En Francia, como en España y en casi cualquier país desarrollado del mundo, la llamada emergencia climática se discute —o se combate— con otros conceptos de fácil digestión entre los que últimamente destaca el llamado fanatismo climático. La evidencia científica se equipara al chascarrillo negacionista y el debate político se encarga del resto, invitando al futbolista, al deportista, a mantenerse alejado de cualquier polémica que no se limite a la decisión arbitral de turno o al número de ceros en su nuevo contrato. “Los republicanos también compran zapatillas”, llegó a decir el mismísimo Michael Jordan para explicar su negativa cuando el candidato demócrata, Harvey Gantt, solicitó su apoyo para convertirse en el primer senador negro de Carolina del Sur.

“Para ser sinceros”, respondió Galtier a la pregunta del periodista entre las carcajadas del propio Mbappé y muchos de los presentes en la rueda de prensa, “esta misma mañana hemos hablado con la empresa que organiza nuestros desplazamientos para ver si podemos pasarnos al barco de vela”. Le faltó sacarse una langosta de la chistera y sorberle la cabeza para escenificar, como dios manda, que una cosa es su vida y otra, muy distinta, la nuestra, que ni siquiera es vida.

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