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el juego infinito
Columna
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Rendirse nunca es una opción

El Madrid concede cuatro goles en el Etihad, se salva de otros cuatro y, sin que se le mueva un pelo, sale vivo en busca de una segunda oportunidad. Pasan las generaciones, pero mantiene intacta su rebeldía

Jorge Valdano
Jorge Valdano

Lo explicable

El City y el Madrid jugaron un partido apasionante en donde lo explicable y lo inexplicable convivieron como solo en el fútbol puede suceder. Lo explicable tuvo que ver con ausencias importantes que condicionaron las defensas de los dos equipos. El 4-3 le pone número a la superioridad de los atacantes sobre los sistemas defensivos. La calidad y la cantidad de centrocampistas del City explica que haya conseguido poco para lo mucho que generó. Del mismo modo, la calidad deslumbrante de los delanteros del Madrid explica por qué consiguió mucho, con poco. La recuperación de los lesionados y suspendidos hará más ordenada la vuelta en el Bernabéu, siempre y cuando el estadio, como es su costumbre, no provoque estragos emocionales. De algo estoy seguro: será un partido abierto y limpio entre dos equipos ambiciosos. Los entrenadores lo garantizan.

Teoría de lo inexplicable

El Madrid se ha familiarizado tanto con los milagros, que descubrió su fórmula: confianza, fe, calidad y resistencia en proporciones variables. Ahora decidió exportarlos. Puede plantarse en el Etihad Stadium, conceder cuatro goles, salvarse de otros cuatro y, sin que se le mueva un pelo, salir vivo para esperar una segunda oportunidad en el Bernabéu donde, como todo el mundo sabe, está la fábrica de producir milagros. Rendirse nunca es una opción, pero ese es otro milagro. Pasan las generaciones, se ponen la camiseta jugadores extranjeros que no se saben la historia del club, se transforma el fútbol y la sociedad, pero el Madrid mantiene intacta su rebeldía a la derrota. Su capacidad de supervivencia. Es como si el club estuviera impregnado de una calidad competitiva que nunca sabremos si sube desde el campo a las tribunas o baja de las tribunas al campo. Esta semana tenemos otra oportunidad para intentar entenderlo.

Sexo y rock and roll

Debe ser verdad que la red es el himen del fútbol porque, con el balón, el Liverpool son 11 tipos corriendo enloquecidos hacia la portería contraria. Pero es que, cuando pierden el balón, son una jauría que convierte en víctima al jugador que lo tiene. Un pobre tipo acosado por los cuatro costados. Algo así solo lo he visto en los documentales de National Geographic. Hace al menos dos años que intento explicarme tanta energía. Sus esfuerzos son largos, repetidos y en velocidad. Lo hacen cada tres días, porque siguen vivos en todas las competiciones, y sin diferenciar rivales pequeños de grandes. No se lesionan, no se cansan y no conocen la pereza. La organización, que es muy alta, y las individualidades, que son muy buenas, no se pueden desvincular de ese alarde físico y emocional que convierte cada partido en una experiencia extrema.

El fútbol musical de Thiago

En medio de ese vértigo, hay un hombre tranquilo que se encarga de la pausa, sin la cual la música sería ruido y el fútbol un desbarajuste. Se llama Thiago Alcántara, es dueño de una técnica lujosa y tiene criterio colectivo. Frente al Villarreal jugó 103 balones y perdió uno, lo que, para empezar, asegura la continuidad del juego. Para alcanzar ese número de intervenciones los compañeros lo tienen que buscar, deben encontrarlo desmarcado y debe estar bien perfilado. A partir de ahí mejora todos los balones que toca, lo que significa que el siguiente receptor lo recibe en mejores condiciones que él. Seguramente fue Klopp quién despojó el juego de Thiago de un cierto gusto por el adorno que, al menos para mí, hacía su juego demasiado barroco. Lo cierto es que alcanzó un grado de madurez que lo consagra como un jugador vital en uno de los mejores equipos del mundo.

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