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La obsesión de Yuzuru Hanyu por el cuádruple axel

Lejano el oro, después de fallar en un programa corto en el que sobresalió su gran rival, Nathan Chen, el doble campeón olímpico solo piensa en clavar el salto imposible del patinaje artístico en los Juegos Olímpicos de Invierno

Carlos Arribas
Yuzuru Hanyu, durante su programa corto.
Yuzuru Hanyu, durante su programa corto.HOW HWEE YOUNG (EFE)

Como en una tragedia griega, en el patinaje artístico olímpico no hay redención sin condena. Ni sin karma, añadiría, siempre filosófico, Yuzuru Hanyu, quien introduce en una grieta del hielo de la pista de Pekín la cuchilla del patín con la que iba a impulsarse para un primer salto cuádruple de su ejercicio corto y vuela con tan poca altura y velocidad que en vez de girar cuatro veces en el aire, como era su intención, solo aguanta un giro, y aterriza. El error le condena al patinador japonés, campeón olímpico en los dos últimos Juegos, a un octavo puesto tras el programa corto con una puntuación tan baja (95,15 puntos, a casi 19 del primer clasificado) que convierte en imposible su deseo de alcanzar, a los 27 años, un tercer oro olímpico consecutivo, lo que solo ha conseguido uno en la historia, el sueco Gillis Grafström hace casi un siglo, o, incluso, una medalla de otro color, consoladora. La puntuación del corto se sumará a la del programa libre (en la madrugada del jueves 10 en España).

La condena de Hanyu complementa y equilibra la redención del norteamericano Nathan Chen, el fenómeno ganador de los tres últimos Mundiales que atravesó en Pyeongchang, cuando los anteriores Juegos, cuando era casi un niño de 18 años, una peripecia similar, un aprendizaje duro del camino hacia la gloria. Con más nervios que nervio, Chen, que llegaba como gran rival de Hanyu, falló en el programa corto, que terminó el 17º. Liberado, desencadenó todo su talento, furia y potencia (intentó seis saltos cuádruples, y clavó cinco, lo nunca visto) en el programa libre. Batió el récord olímpico de puntuación, pero no le valió más que para terminar quinto en una clasificación en la que Javier Fernández fue tercero. Y Hanyu, el primero.

Cuatro años después, el doble campeón del mundo español comenta los Juegos de Pekín para Eurosport, y con dos frases, tres reacciones, resume la tragedia y su final catártico. “Eso nos ha pasado a todos”, dice Javier Fernández comentando el error de Hanyu, y, con seis palabras hace descender a su antiguo compañero de entrenamientos en Canadá del cielo de las personas inalcanzables, únicas, y lo devuelve a la normalidad de todos; y luego, maravillado por los movimientos y el patinaje de dibujos animados de otro japonés, Yuma Kagiyama, un chaval de 18 años que parece sacado de un videojuego y que de niño ya fue estrella de la tele. “Este chico tiene algo”, le bendice Fernández, y así le eleva al papel de figura que llega para desestabilizarlo todo, y es el japonés número uno, y no el destronado Hanyu. Y solo Kagiyama parece capaz de rivalizar con Nathan Chen, que ha alcanzado la perfección en el programa corto, y un récord olímpico de puntuación, tras una actuación que quita el hipo y deja sin palabras a Fernández, maravillado.

Pero no hay gran tragedia sin una obsesión que, antes de la catarsis, conduzca al personaje principal al error irremediable, a la ceguera de Lear, si no a la locura. Antes de los Juegos, cuando Hanyu, retirado el último año entre pandemia y un tobillo que no se termina de curar, resolvió el enigma. “Sí, participaré”, dijo el campeón olímpico de Sochi y Pyeongchang. Y, al mismo, tiempo, se publicó un libro de entrevistas en Japón, y en él dice: “Mi objetivo nunca ha sido un tercer oro en Pekín, sino clavar un cuádruple axel en el hielo olímpico. ¿Cómo lo explicaría? Es como si Usain Bolt intentara bajar de los 9s en los 100m”.

El deseo de Hanyu cobra carácter religioso, místico, de veneración al salto de media vuelta más que hizo por primera vez el noruego Axel Paulsen hace 140 años, el más difícil del patinaje, el único que se ataca de frente. El norteamericano Dick Button logró el primer doble axel al ganar el oro olímpico en 1948 y el primer triple lo clavó el canadiense Vern Taylor en 1978, 16 años antes que naciera Hanyu. Nadie ha conseguido el cuádruple, ni siquiera Chen, quien lo intentó, y cayó, en 2020. “Hay que tener muy buen triple axel para tener cojones [en español en el original] de intentar el cuádruple”, se admira en L’Équipe el patinador francés Philippe Candeloro. Pero para Hanyu, conseguirlo, ser el primero que lo consigue, más que un asunto de bravura o un cálculo contable (con 12,50 puntos de valor, solo suma un punto más que otros cuádruples más sencillos y ya habituales) parece una cuestión vital, de equilibrio interior, un viaje a la esencia de su deporte, una inmersión absoluta, la ballena blanca del capitán Acab. “Hace un año que me aproximo a él desde todos los ángulos”, explica el patinador en una entrevista en una revista japonesa. “Todos los saltos son diferentes técnicamente. Los hay dependen de la velocidad del impulso o de la capacidad muscular para saltar más alto. Con el cuádruple axel, al contrario, todo se basa en el equilibrio del eje del cuerpo”.

El desenlace, la catarsis definitiva, el jueves, a eso de las 5.15 de la madrugada (Eurosport).

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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