Australia mantea a la histórica Ashleigh Barty
La número uno completa su obra de arte en Melbourne al imponerse en la final a Collins (6-3 y 7-6(2) y acaba con la sequía de 44 años del tenis femenino local
Todos los caminos conducían a Ashleigh Barty, pero faltaba la puntilla. Y llegó. La australiana, de 25 años, puso el lazo (6-3, 7-6(2) a Danielle Collins, en 1h 27m) a la gran obra de arte que ha firmado durante estas dos semanas en Melbourne, donde ha vuelto a subrayarse como una competidora magistral y, sobre todo, una tenista excepcional. En el más estricto sentido de la palabra. En medio de una corriente que prioriza la potencia y la velocidad, el juego de una sola dirección, se desmarca ella con una propuesta inteligente, creativa y sin corsés. Es diferente, no es la más alta, la más espectacular ni la que más fuerte le pega a la bola; sin embargo, domina la conjunción espacio-tiempo y el control del punto como ninguna. Australia, por fin, suspira y mantea a su gran jugadora.
Desde que Chris O’Neil triunfara en la edición de 1978 al país anfitrión se le resistía el cetro femenino. 44 años son muchos años, y más para una nación en la que el tenis tiene tanto peso y sus jugadoras han reportado tantos éxitos. Ahí figura la legendaria Margaret Court –24 grandes y 11 títulos locales–, y a rebufo de ella otras campeonas como Evone Goolagong, Kerry Melville y la propia O’Neil, la última vencedora en casa. Casi medio siglo era mucho tiempo, así que existía cierta ansiedad. Todos los ojos estaban en Barty. La acusó la número uno en los tres últimos asaltos, quedándose dos veces en los cuartos y otra en las semifinales. Pero esta vez no falló. Durante un rato, Collins inclinó la final, pero el volantazo fue extraordinario.
La estadounidense amagó con levantarse, 5-1 arriba en el segundo parcial, pero la reacción de la campeona fue furibunda, a su estilo, puntada a puntada. No tiene Barty un perfil grandilocuente, pero sí el juego más exquisito de todas. Nadie posee su revés cortado, su herramienta maestra, ni otra jugadora es capaz de procesar el peloteo con tanta intuición ni con un abanico de respuestas tan amplio. Camaleónica, se adapta a toda superficie y a todo tipo de situaciones. En esta ocasión deshizo el nudo con frialdad y se coronó delante de sus aficionados, redondeando un mes fabuloso: antes del Open elevó el trofeo de Adelaida, y después el paseo por Melbourne. Pleno. Tan solo Collins fue capaz de discutirle. El resto, ni cosquillas.
Completó la australiana su obra sin ceder un solo set, únicamente 30 juegos y entregando solo dos veces el saque. Se lo arrebató la norteamericana en la final, pero el debate no fue a mayores. Barty, nacida en la región de Queensland (Ipswich), al noreste del país, conquistó su tercer Grand Slam y su palmarés ya refleja victorias de todos los colores: el rojizo de la arcilla (Roland Garros 2019), el verde del césped londinense (Wimbledon 2021) y el turquesa del cemento de Melbourne. De esta forma, es la única jugadora en activo junto a la estadounidense Serena Williams que ha dejado huellas en todos los terrenos, incidiendo en su variedad de registros. Su paleta está llena de matices. Si hay que masticar más el partido, así lo hace, y si la situación exige la vía directa, no le falta aceleración.
Multisuperficie y el reto del Grand Slam
Su nombre luce ya junto al de otras figuras que durante la Era Abierta (a partir de 1968) hicieron cumbre sobre tres capas diferentes: Chris Evert, Hana Mandlikova, Martina Navratilova, Steffi Graf, Maria Sharapova, la misma Williams. Palabras mayores. Ahora tiene por delante el reto de lograr el póker del Grand Slam, hacerse con los cuatro majors. Algo a la altura de muy pocas. Solo 10 lo consiguieron. La última fue la rusa Sharapova, cuando se elevó en el Roland Garros de 2012 y completó el ramillete.
“Me siento honrada por pertenecer a ese grupo pero, sinceramente, aún no siento que pertenezca al grupo de grandes campeonas de nuestro deporte”, afirmó la reina del circuito, que recibió el galardón de manos de Goolagong, fuente de inspiración; “aún estoy aprendiéndome y conociéndome día a día. Es increíble ser consistente en las tres superficies, porque era uno de los desafíos que me propuse cuando era más joven”.
“Tiene una gran defensa, el mejor ataque. Es buena tanto en pistas rápidas como en lentas. Si tuviera que apostar dinero a que alguien es capaz de conseguir el Grand Slam, no tendría duda: lo haría por Barty”, señalaba Evert, ganadora de 18 grandes, durante la retransmisión del canal Eurosport.
Camino de ello, a Barty ya solo le falta el US Open. Se proyecta y sigue exaltando el mejor tenis, y lo hace en la oscilante época actual del tenis femenino. En medio de un baile sin fin, con campeonas diferentes cada semana y estrellas fugaces que vienen y van, la australiana es la única certeza. En medio de ese imprevisible vaivén, ella domina con paso firme: acumula 110 semanas como número uno, 103 de ellas de manera consecutiva, y desde que retomó el timón en septiembre de 2019 se ha adueñado del circuito definitivamente. Son tres majors en los cuatro últimos años, una Copa de Maestras (2019), tres veces en lo más alto del ranking a final de curso.
Son muchas razones las que sustentan la teoría de que la australiana, a punto de abandonar la raqueta –hizo un largo paréntesis entre 2014 y 2016, y se dedicó a jugar al críquet–, puede ingresar en el listado de jugadoras más relevantes de la historia. De momento, acabó con la sequía. 44 años después, Australia vuelve a presumir de campeona. Pero ahí no quedó la fiesta. Hubo más música y un segundo trofeo.
Los ‘Special K’ ganan el dobles
El gamberro dúo formado por Nick Kyrgios y Tanashi Kokkinakis logró la victoria final en la categoría de dobles al imponerse a sus compatriotas Matthew Ebden y Max Purcell por 7-5 y 6-4. Invitados por la organización, ambos pusieron patas arriba Melbourne Park durante estos días y la cita de este sábado no fue una excepción.
Jaleados con abucheos en vez de palmas, los apodados Special K —como una marca de cereales— redondearon la jornada festiva del tenis local; excesiva en algunos casos, ya que varios espectadores fueron expulsados por un comportamiento inadecuado. Kyrgios (26 años) y Kokkinakis (25) se enfrentaron curiosamente en la final júnior de 2013, favorable el primero. Su talento, sin embargo, no ha estado acompañado de éxitos en el circuito profesional.
Para dar con el último triunfo local de una pareja masculina en el dobles hay que retroceder a 1997. Entonces, Todd Woodbridge y Mark Woodforde, los Woodies, vencieron a Sébastian Laureau y Alex O’Brien. Ahora entregaron el trofeo a sus sucesores.
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