Los finales más agónicos de la historia
A falta de cuatro partidos, la disputa del título liguero entre Atlético de Madrid, Real Madrid, FC Barcelona y Sevilla FC aspira a convertirse en una de las más emocionantes del fútbol español, junto a otras entre las que se cuentan los milagros de una plantilla que subió en bicicleta a un monasterio o el club que esperó una llamada de teléfono para ser campeón
La batalla por el título de LaLiga Santander de esta temporada es una de las más reñidas de la historia reciente y del fútbol actual. Ninguna de las grandes ligas europeas dispone de tantos pretendientes tan cerca de la gloria como en España, donde cuatro clubes se apiñan a tan solo seis puntos de distancia con solo cuatro encuentros por disputar. Desde que en 1995 las victorias empezaron a valer triple, solo en 2007 se había llegado con más igualdad entre primero y cuarto a las puertas de la jornada 35. Una insólita recta final que Atlético de Madrid, Real Madrid, FC Barcelona y Sevilla FC, implicados en este orden por imponerse al frente de la tabla, tratarán de decantar a su favor en un fin de semana que los obligará a enfrentarse entre ellos en dos encuentros cruciales.
La igualdad en la pelea por el campeonato se ha agudizado en las últimas campañas. Desde el abismo de 42 puntos entre primero y cuarto con el que finalizó el curso 2011-12, la distancia en la parte alta de la clasificación se ha reducido año tras año. Asimismo, en las últimas diez temporadas, los campeones cada vez han sumado menos triunfos. De ganar con 100 puntos a principios de la década, Real Madrid y FC Barcelona se llevaron los trofeos de 2020 y 2019, respectivamente, sin llegar a los 90.
En un año marcado por la equidad entre los 20 integrantes de la máxima categoría, no hay club que se libre de echar cuentas. Real Sociedad, Villarreal CF, Real Betis, Granada CF, Athletic Club y RC Celta, separados por menos de diez puntos, apuran sus opciones para colarse en competiciones continentales. Por abajo, LaLiga Santander es la única de las grandes ligas continentales donde aún no hay nadie destinado al descenso y son hasta diez los conjuntos que no tienen la permanencia matemáticamente asegurada. Incluso los que la tienen cerca, como el Cádiz CF, vislumbran otros objetivos por los que luchar hasta el final, como el de lograr su mejor puesto en la élite desde su fundación en 1910.
En un desenlace donde no habrá partido exento de competitividad, y en el que probablemente todo se decidirá el último suspiro, recordamos cinco campeonatos ligueros que han quedado grabados en la memoria de los aficionados por su agónica resolución.
“Nunca un final tuvo un desenlace tan apasionante y cargado de adrenalina. Quien superó las emociones puede estar tranquilo: su corazón lo aguanta todo hasta que se produzca el hecho biológico”. Así relataba el cronista de EL PAÍS los hechos del 14 de mayo de 1994, la noche en la que por tercer año consecutivo un milagro dejó el trofeo de campeón en las vitrinas azulgranas.
Ya había sucedido en los dos cursos anteriores. El FC Barcelona llegaba en desventaja al último encuentro y no le bastaban los tres puntos. Dependía del tropiezo otros. Una circunstancia que parecía conducir al pesimismo generalizado, menos a Johan Cruyff. “Ahora estoy segura de que vamos a ganar”, dijo en su particular español el técnico holandés, tras una derrota 6-3 contra el Real Zaragoza que les situó en febrero a un abismo del líder.
Y así ocurrió. En 1994 fue un empate del Valencia CF en el campo del RC Deportivo y en 1992 y 1993 fueron sendas victorias del CD Tenerife ante el Real Madrid, los resultados imprevistos que dieron el trofeo a una afición que se acostumbró a llevar, junto al bocadillo y la bufanda, un transistor para vivir unas últimas jornadas en las que los goles ajenos se celebraron más que los propios.
Como gesto ante lo sobrenatural de estos desenlaces, en 1992, el año en el que también fueron campeones de Europa, los jugadores se montaron en bicicleta para recorrer los 60 kilómetros entre Barcelona y el monasterio de Montserrat. Llegó primero Pep Guardiola, al que el entonces vicepresidente Joan Gaspart remolcó hasta el santuario con una scooter, aunque la gloria fue para Chapi Ferrer, que alcanzó la meta nueve minutos después pero sin la ayuda de nadie.
En 1946, el año en el que los españoles rellenaron por primera vez La Quiniela, la competición doméstica tuvo una resolución por la que pocos habrían apostado. El Sevilla FC se alzó con el que hasta la fecha es su único título liguero y lo hizo en una última jornada en la que le tocó visitar el campo de su inmediato perseguidor y vigente campeón, el FC Barcelona. A los culés, los únicos capaces de derrotar ese curso a los hispalenses con un 2-3 en la primera vuelta, les servía la victoria para ser campeones.
El cronista de Mundo Deportivo señaló al día siguiente del duelo que “el sol tímido” de esa tarde de finales de marzo iluminaba el graderío repleto de un público “nervioso, expectante y ávido de poder exteriorizar unos sentimientos que difícilmente pueden permanecer ocultos”. En el extinto estadio de Les Corts, con cerca de 60.000 localidades, el gol de los sevillistas en el minuto siete condenó las esperanzas de los locales. Ni el ambiente, ni los cinco delanteros azulgranas lograron mover más allá del empate el marcador ante la táctica de un rival que el mencionado periódico describió como “obstruccionista”, sin “fútbol bonito” pero defendiéndose “con bravura y acierto”.
De regreso a la capital andaluza, el cuadro entrenado por Ramón Encinas fue recibido por todo lo alto por la afición y las autoridades locales. Por la gesta, cada futbolista recibió un reloj de oro, unos gemelos y una cartera de piel con 5.000 pesetas (unos 30 euros) dentro.
Al término de aquel partido de 1940 que daría el primer título liguero al Atlético de Madrid (por aquel entonces Athletic-Aviación Club) se debió escuchar un silencio de expectación. Los madrileños cumplieron con su obligación de ganar en la última jornada, pero debían esperar lo que ocurría en otro encuentro a más de 500 kilómetros. El Sevilla FC, que llegó al encuentro decisivo en primera posición, se enfrentaba al Hércules CF.
En ese tiempo, explica el historiador José Ignacio Corcuera, las narraciones radiofónicas de los partidos eran muy raras, por lo que para conocer lo que pasaba en otras ciudades había que recurrir a las llamadas. Algo que no era tan sencillo en la época. “Los campos carecían de comunicación telefónica autónoma, y trasladar cualquier resultado implicaba salir del estadio, solicitar una conferencia y pechar con la demora que se derivan de ello, ante la precariedad y escasez de líneas existente”, explica Corcuera, quien indica que todavía en los cincuenta, cuando arrancó el primitivo Carrusel Deportivo, solo un recinto de las dos máximas categorías, el de Riazor, disponía de cabina para retransmisiones.
Tarde y por teléfono, pero a tiempo para desatar una fiesta, llegó la noticia del empate en Andalucía. Los colchoneros, que no disputaron ese partido en el antiguo Metropolitano sino en el ya desaparecido estadio de Vallecas, se llevaron el primer campeonato disputado tras el fin de la Guerra Civil, que revalidaron al curso siguiente.
Después de la derrota, el autobús con la plantilla del Valencia CF se topó con una marea de gente a orillas de la carretera, en cada pueblo y ciudad que atravesaron en su regreso a casa. Venían a vitorearlos pese a que el 19 de marzo de hace 50 años habían perdido el duelo de la última jornada contra el RCD Espanyol de Barcelona. Fue su derrota más dulce. Las tablas entre el FC Barcelona y el Atlético de Madrid, los otros dos contendientes al título y enfrentados en la última jornada, sirvieron a los chés el trofeo en bandeja.
De esa tarde de infarto ha quedado para el recuerdo la imagen de Alfredo di Stéfano, técnico de los valencianistas, girado hacia la grada con cara de circunstancias y con los dos dedos índices levantados. Para alivio del argentino, dos minutos antes del pitido final en el estadio de Sarrià se confirmó la noticia del 1-1 en Madrid. Tras 24 años de sequía y por cuarta vez en su historia (luego vendrían dos más, en 2002 y en 2004), el Valencia se proclamaba campeón.
Nadie lo esperaba, según recordaba hace poco en As Pepe Claramunt, la gran figura del equipo, que jugó el partido decisivo con un dedo roto. Tenían un técnico que como jugador lo había ganado todo, pero que aún no se había estrenado como entrenador en España y los jugadores, como admiten en el documental La Liga del 71, 50 aniversario, eran conscientes de que su nivel era inferior al de otros clubes. “Costó mucho de ganar y nosotros no contábamos para ganarla. Éramos una plantilla con pocos fichajes, con gente de la cantera… Yo creo que es [tan recordada] por la emoción que hubo hasta el final y porque conseguimos ganarla cuando nadie confiaba en hacerlo”, argumentaba Claramunt.
Javier Clemente, según recogió EL PAÍS, habló en la previa del último partido liguero de 1984 como el más importante de la historia del Athletic Club. Se jugaban defender la primera posición frente a su eterno rival, una Real Sociedad con opciones de entrar en Europa, y ante su afición. “¿De verdad creen que arropados por 45.000 seguidores y en San Mamés vamos a dejar escapar la posibilidad de revalidar el título?”, sentenció el técnico.
Según transcurrieron los 90 minutos, la tragedia estuvo cerca de ocurrir. Esa tarde hubo hasta tres campeones. FC Barcelona y Real Madrid, a un solo punto de los leones, se asomaron a lo alto de la tabla por un empate momentáneo en Bilbao que no se rompió hasta el 79 de partido gracias a un cabezazo del central Liceranzu. Era el gol número 3.000 del Athletic Club en la máxima categoría y el que dejaba la copa de campeón en La Catedral.
La corona fue la cuarta consecutiva para un equipo vasco y la tercera en cuatro años conseguida en un final de infarto. En 1983, los leones se impusieron en la última jornada por un tropiezo del Real Madrid y en 1981 la Real Sociedad no pudo celebrar su primera liga hasta el minuto 90 del último partido. En un mar de barro y sudor, el centrocampista Zamora emergió para anotar el 2-2 que provocó la invasión de campo de los miles de donostiarras que se desplazaron hasta Gijón en una alegría que repetirían al año siguiente, en 1982, aunque de forma un poco más holgada.
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