La Navidad, el deportista y un precio a pagar
En muchas ocasiones se pierde la noción humana de los atletas, colocados en el centro de un espectáculo que no mira más allá de los números
El deporte es una gran fuente de emociones colectivas. Convertido en uno de los mayores negocios actuales, su presencia se extiende más allá de la competición, saciando al aficionado con pequeñas dosis permanentes. Los partidos empiezan a jugarse varios días antes, transcurren en el terreno de juego y, pese a conocer el resultado, no terminan hasta tiempo después, con el interminable debate que les acompaña. Se genera esa necesidad constante de espectáculo.
En estas fechas asistimos a uno de los ejemplos más claros. En el futbol inglés se celebra el conocido como Boxing Day, una cita marcada en rojo por futbolistas y aficionados. El 26 de diciembre, el día después de Navidad y festivo en el Reino Unido, la liga inglesa programa partidos en un ambiente de celebración. Son días especiales aunque los deportistas, en el ejercicio de su profesión, están trabajando.
Los deportistas de élite hacen esfuerzos como cualquier profesional. En su caso particular, deben renunciar a buena parte de sus vidas para progresar en la competición. En muchas ocasiones, ser profesional implica restringir tu juventud, salir de casa a una edad muy temprana, perderte momentos familiares… sacrificios que pueden vivirse también en cualquier hogar lejos del deporte.
Las competiciones profesionales tienen calendarios muy apretados. En mi caso, conozco las entrañas del tenis, con temporadas que pueden extenderse hasta los 11 meses por año. Si hablamos de la Navidad, al tener los torneos australianos en enero, empuñar una raqueta implica renunciar a disfrutar de esos días familiares en algo parecido a un hogar.
Cuando uno se coloca el traje de atleta sabe el precio que está dispuesto a pagar. Entiende que el éxito deportivo va más allá del reconocimiento social o el bienestar económico. Los privilegios que conlleva la profesión se entrelazan con multitud de obstáculos. Gracias al deporte muchas personas consiguen ganarse muy bien la vida y cumplir metas personales. También creo que hay detalles mejorables.
¿Es necesario competir el día de Navidad como ocurre en la Premier League? ¿Tan importante es jugar el 31 de diciembre o el 1 de enero a imagen de la NBA o los circuitos de tenis? Creo que en muchas ocasiones se pierde la noción humana de los deportistas, colocados en el centro de un espectáculo que no mira más allá de los números.
Creo que hay suficientes semanas a lo largo de un año como para privar de manera sistemática a las personas de ciertos momentos. Las navidades son unas fechas especiales, en las que todos merecemos pasar tiempo con nuestros seres queridos y disfrutar de momentos en familia. Fuera del deporte de élite, en labores que hacen nuestra vida más sencilla, hay profesiones que colocan a sus trabajadores al pie del cañón en estos días y deberían ser tratados con el respeto que merecen. El deportista, en caso de ser requerido, suele hacerlo además lejos de su hogar.
En el caso del 26 de diciembre, los jugadores deben entrenar o desplazarse el mismo día de Navidad. Quizá sea un plan ideal para familias y niños, colocados ante una oportunidad única. Acudir al estadio a apoyar a tu equipo, con la flexibilidad de horarios que otorga un día festivo, es una gran ventaja. Pero los deportistas, que son personas en primer término, supone renunciar a una festividad que se espera durante todo un año. Lo digo por experiencia propia, tras haberme perdido estos momentos durante gran parte de mi carrera.
En el otro lado de la moneda, los aficionados responden con un cariño especial en esas fechas. Ese calor es algo que el deportista nota. Que esa tradición de unión en las familias siga viva, que los jóvenes sueñen con dedicarse al deporte es un premio que el atleta debe conservar como un tesoro. El esfuerzo para brindarles ilusión es el mejor regalo.
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