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Una Vuelta bucólico-paisajística

Más preocupada por la belleza de los escenarios que por el relato deportivo, la ronda del 22 reduce al mínimo la contrarreloj individual y se priva de etapa reina en montaña

Valverde, en la Vuelta de 2020.
Valverde, en la Vuelta de 2020.Kiko Huesca (EFE)
Carlos Arribas

Un ciclista solo es ciclista verdadero fuera del pelotón, en las contrarrelojes, solo, o en la montaña alta, donde ir a rueda apenas concede ventaja. Decían las leyes del ciclismo que se mamaban antes que había dos tipos de campeones de grandes vueltas, escaladores ligeros, reyes de la relación vatios/kilos, que se defendieran bien en las contrarreloj y contrarrelojistas grandotes, los de los altos vatios absolutos, que aguantaran en la montaña. El ciclismo bailaba entre pericos e induraines. El segoviano ganó un Tour, el de 1988, en el que había 98 kilómetros contrarreloj individual, mientras que en el primero de sus cinco Tours, el de 1991, el navarro superó a los escaladores en el Tourmalet y en Alpe d’Huez, y luego contó con 135 kilómetros de contrarreloj.

El siglo XXI, y las capacidades técnicas para retransmitir las etapas con múltiples cámaras y planos, ha añadido a la ensalada otro ingrediente, el valor de los paisajes, que no siempre van ligados a la dureza, y ha restado peso a los valores clásicos, la montaña extrema, las contrarrelojes épicas. Después del Giro (26 kilómetros de contrarreloj individual) y el Tour (53), ya presentados, la tendencia la exhibe también la Vuelta prevista para 2022, cuyo recorrido muy rendido a la tendencia bucólico-paisajística, tan amada por los neoclásicos para los que solo la naturaleza domesticada e idealizada tenía valor, y los nuevos campeones del ciclismo de alma eslovena y carácter mixto, todoterrenos, Roglic y Pogacar, se dio a conocer el jueves. Con los 31 kilómetros contrarreloj que aporta la ronda española, y cuesta abajo (Elche-Alicante, décima etapa. 30 de agosto), entre las tres grandes del calendario sumarán solamente 110 kilómetros de contrarreloj individual, menos entre todas que en uno solo de los Tours que ganaban Indurain, LeMond o Hinault.

La ronda española de 2022, que partirá junto a la casa Schröder, un Mondrian en tres dimensiones, en Utrecht (Países Bajos), el viernes 19 de agosto con una contrarreloj por equipos, profundiza en la montaña su gusto recién descubierto por el redondeo y el limado de extremidades, el abandono de su piel salvaje. De los Países Bajos, una de la grandes patrias de la bicicleta, la tierra de Jan Janssen, el gafitas del Bic, y Zoetemelk, los dos únicos neerlandeses que han ganado la Vuelta (y también los dos únicos que han ganado el Tour) sale la Vuelta por segunda vez, 13 años después del inicio en el circuito de Assen, la catedral del motociclismo, y antes de llegar a Breda, en la tercera etapa, y volar a España, pasará por Hertogenbosch, o Bolduque, como recomienda la Fundéu que se diga en castellano, la ciudad del Bosco del Jardín de las Delicias y la ciudad lluviosa en la que Indurain comenzó a perder el Tour de 1996, que de allí partió.

Aunque sobre el mapa y los perfiles de las 21 etapas se aprecian repetidas asperezas y hasta nueve finales en alto en inéditos lugares exótico-turísticos como el Pico Jano (Cantabria), el Collau Fancuaya y Les Praeres (Asturias), Peñas Blancas, Pandera y Sierra Nevada (Andalucía), Tentudía y Piornal (Extremadura), y Navacerrada (entre Madrid y Segovia), solo uno de ellos, el viejo conocido de Sierra Nevada, alcanza la categoría especial y supera los 2.000 metros (2.510 para ser precisos). La Vuelta amable y calurosa de agosto se hace amiga de la moderación y renuncia a las subidas extremas que le hicieron ganar dura fama las últimas décadas, al Angliru, al Gamoniteiru, Velefique y hasta a Lagos, y renuncia también a dibujar una etapa verdaderamente reina: ninguna tendrá más de dos puertos de primera; ninguna, ni llana (seis) ni de media montaña (seis), ni de montaña (siete), alcanzará los 200 kilómetros de recorrido.

Si los kilómetros totales (3.280, 156 de media por etapa) no son para nada salvajes, sí que lo son los más de 2.500 kilómetros de traslados en autobús o avión previstos, con tres tramos gigantescos para comerse los días de descanso: 1.312 kilómetros entre Breda, en el Brabante neerlandés, final de la tercera etapa y escenario de famoso óleo, y Vitoria, de donde partirá la cuarta hacia Laguardia; 870 entre Oviedo, final de la novena etapa, y Elche, inicio de la décima, y 306 entre Granada, descendiendo de Sierra Nevada tras la etapa 15ª, y Sanlúcar de Barrameda, de donde saldrá la 16ª hacia Aracena, camino de Extremadura, en Huelva, que será así la octava de ocho provincia andaluza tocada en el civilizado recorrido.

Como un cruce de Perico e Indurain, un mixto con propiedades únicas también, el ciclismo español de este siglo dio a luz a Alejandro Valverde, quien, con 42 años, colgará la bici después de llegar a Madrid el 11 de septiembre. Un Valverde de hace 10 años sería el gran favorito de un recorrido como el del 22. Con Mikel Landa decidido a correr Giro y Tour, para el ciclismo español, si en los primeros meses del año no se produce la explosión espectacular de algún talento oculto o la maduración hermosa y definitiva de Enric Mas, el murciano que se agota seguirá siendo el nombre de referencia, también en su otoño.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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