El Atlético, del desastre al abismo
El Milan se impone con merecimiento a un Atlético rácano que no depende de sí mismo: debe ganar al Oporto y esperar el resultado de los italianos ante el Liverpool
Especular terminó por condenar al Atlético a perder contra el Milan y convertir su pase a los octavos de final de la Champions en una quimera. Aunque gane en Oporto en la última jornada, deberá esperar a lo que haga el conjunto italiano, que recibe a un Liverpool que no se juega nada. Si el Milan gana, el Atlético lo tendrá que hacer en Portugal mejorando además la diferencia de goles con los rossoneri. El Oporto suma cinco puntos en el grupo, por cuatro Milan y Atlético, pero los italianos están por delante ahora, ya que tienen mejor diferencia general de goles (un tanto mejor que los colchoneros).
Una misión complicada para el Atlético, sobre todo ante los síntomas que ofreció el grupo de Simeone ante una parroquia que se desesperó ante la rácana y conservadora propuesta de su equipo. El italiano fue el Atlético, que asumió de inicio ese trueque tan del calcio más añejo, no encajar a cambio de no jugar y menos arriesgar. Al fin y al cabo, el Milan era el que salía de la competición si no ganaba. Así que Simeone abrigó a los suyos en su campo, en ese 4-4-2 donde la pelota importa lo justo y la falta táctica pasa a ser un recurso recurrente. Ni una señal futbolística de que su equipo ejercía de local. Solo parecía buscar el error en un pase para montar contragolpes que con la carrocería de Luis Suárez de punta de lanza suelen resultar inviables. Suárez es Suárez en el área. Lejos de ella, cualquier tiempo pasado fue mejor.
Tampoco resultó adelantar a Carrasco para medir y fijar a Kalulu. No había forma de que el Atlético remendara dos pases. Alarmado Simeone por la sangría goleadora que ha padecido el equipo en este primer tercio del curso, ha vuelto el Atlético más hormigonero. Fútbol de mazacote, sin recursos para salir de la presión a la que le sometía el Milan. En todo el primer tiempo el Atlético se quedó en la pequeña sociedad que montaron Marcos Llorente y De Paul.
Ante esa propuesta tan plana y falta de ambición, el Milan no tuvo problema alguno en asumir el gobierno del partido. Lo hizo desde el poderío de Kessie para barrer, la ortodoxia de Tonali para ordenar el juego y los aguijonazos de Brahim Díaz cada vez que arrancaba alguna conducción vertical. Si no hizo más daño el Milan fue porque en los últimos metros no tenía a un jugador definitivo. Reservados Leão e Ibrahimovic, Giroud fue lo que ha sido siempre. Un libro abierto para aguantar los balones de espaldas y un nueve más de fogueo que con dinamita en el remate. Con todo, el conjunto de Pioli transmitía la sensación de que en el momento que afinara un par de pases en las zonas de la verdad podría amenazar a Oblak. Solo una volea de Theo Hernández inquietó al meta esloveno como respuesta a otro disparo alto de De Paul. Ese fue el bagaje ofensivo de los dos equipos en todo el primer tiempo. Uno porque no se atrevió a destaparse, al otro porque le escaseó el desequilibrio para sacar provecho de la descarada entrega del mando que le hizo su rival.
Amagó el Atlético con una salida menos arrugada, certificada con unos cuantas recuperaciones y un remate centrado de Lemar. Un mero espejismo. Los rojiblancos siguieron jugando con la necesidad del Milan y con el marcador del Metropolitano y de Anfield. Ni siquiera pareció animarle que el Liverpool se pusiera por delante del Oporto. Había órdenes claras de no descomponerse, de seguir jugando con la calculadora de los puntos en la cabeza y la ansiedad de su rival por marcar.
Pasos atrás
Los dos primeros cambios de Simeone fueron un simple cambio de peones. Correa por Lemar y Lodi por Hermoso. Los de Pioli fueron cuatro de una tacada. Florenzi, Bakayoko, Messias y el temido Ibrahimovic. Piernas y calidad arriba para tratar de concretar su dominio. Ibrahimovic puso en tensión a la grada con un pase que rompió líneas para que Messias pusiera un centro atrás que cazó Bakayoko. Savic evitó el gol con Oblak vencido y superado.
Los temores seguían invadiendo los pensamientos de Simeone. Suárez y De Paul salieron del terreno de juego para dar paso a Cunha y Vrsaljko. El remate fue ya la salida de Kondogbia por Griezmann. La prueba más evidente de que el entrenador del Atlético ya solo jugaba con los marcadores.
Tanta especulación terminó por pasarle factura. Una incursión por la izquierda de Kessie y una rosca dulce la empotró Messias con un contundente cabezazo en la frontal del área pequeña. Allí no estaba Oblak para imponerse ni tampoco Savic y Giménez para evitar el remate. Una secuencia muy habitual en este Atlético que empieza a atacar cada vez peor y lleva ya un tiempo defendiendo muy mal.
El gol fue ya definitivo. Premió al Milan, que siempre quiso jugar más y dejó al Atlético a la espera de una carambola que él mismo se ganó por la racanería con la que jugó.
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