Nadie sabe perder como el Barcelona
El conjunto de Koeman es hoy un equipo pequeño, vulnerable y agradecido
La derrota tiene muchos más pliegues que la victoria y el Barça no para de ofrecer lecciones sobre las distintas maneras de perder, la última en el Metropolitano. El capítulo de Madrid podría llevar como título: la derrota con decoro en cancha del Atlético. Los azulgrana se vencieron con una cierta dignidad porque ya no tratan de competir por una victoria imposible sino que intentan que la caída sea menos dolorosa que la anterior, sobre todo si el resultado está cantado por la inferioridad propia y la superioridad del contrario, evidente en el caso del equipo del Cholo Simeone. El Barça es hoy un equipo pequeño, vulnerable y agradecido: nadie sabe perder tan bien como el Barça.
No se sabe qué acordaron el presidente y el entrenador en su viaje a Madrid. A Laporta le costará defender en cualquier caso que no es un cínico y a Koeman le tocará defender que no es un títere cuya obra se justifica por su amor al club después de su oda a Van Gaal. La sensación es que ambos firmaron una tregua de la que salió una alineación tan sensata como inofensiva, consecuente al fin y al cabo con su nómina de futbolistas, falta de jugadores de área, débil ante la portería contraria y frágil en la suya, peor resguardada últimamente por Ter Stegen.
A falta de delanteros, formaron hasta cuatro centrocampistas y el inocuo Coutinho, cuya presencia solo ayuda a recordar por ahora la ruina del Barcelona. El fútbol azulgrana se explica a partir de los medios y del solfeo de la Masia, representado por el pensador Nico y el agitador Gavi. Los tres centrales solo tienen sentido si el equipo se despliega en un 3-4-3. El plan fue al menos consecuente con el estilo azulgrana y permitió dar fe de la presencia del equipo en Madrid. El Barça era el Barça. Aquel equipo que quiere la pelota y controla el partido y que se expone también a ser penalizado en cada pérdida por su dificultad para el repliegue, especialmente manifiesto ante adversarios verticales y rápidos en las transiciones como el Atlético.
Así marcó Lemar después de un error de Busquets y anotó después Luis Suárez en una acción propiciada por una equivocación inicial Coutinho. João Félix advirtió la vulnerabilidad azulgrana y no paró de armar el contraataque por el costado izquierdo con Lemar, Carrasco y Luis Suárez. Las ocasiones fueron rojiblancas porque la posesión del cuero resulta inútil si no se tiene profundidad ni tiro como ocurre en el Barça. Ausentes los extremos, tampoco los laterales daban amplitud al juego y a los centrales les cuesta cerrar con el medio centro para evitar el agujero defensivo que castiga desde hace años al Barcelona.
No es fácil jugar con un 2-0 a cuestas antes de llegar al descanso después de que ningún tiro azulgrana hubiera cogido portería en el arco de Oblak. Memphis no es un ariete y en cambio es un delantero interesante si cuenta con la ayuda de un punta como Ansu Fati. A partir del arrebato y clase del joven de la Masia, el Barcelona llegó decentemente al tramo final del encuentro una vez sustituido Coutinho. La arenga de Simeone a la grada y la salida de Riqui Puig ayudaron a agrandar la noble actuación del derrotado Barça.
No se puede ganar un partido sino se remata a portería como pasó en Madrid —el único gol en campo contrario lo marcó Memphis en San Mamés—. Los partidos son un relato de los desajustes defensivos y de la falta de contundencia azulgrana, y por tanto, de una derrota cantada, tan bien disimulada anoche por el Barça que hasta mereció la comprensión del Atlético.
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