El fútbol se extravía sin su pulsión pactista
La suspensión del Brasil-Argentina sorprende por su lamentable escenificación, pero no por las ambiciones que enfrentan a las organizaciones que dirigen el fútbol
El fútbol está edificado sobre un complejo y delicado sistema de acuerdos, en los que la colaboración es tan necesaria como la buena fe de todos los que participan en su desarrollo. Ha crecido en la medida en que se han entendido sus dirigentes en todas las escalas y los poderes de toda clase, públicos y privados. Aunque los intereses de cada sector han complicado históricamente el entendimiento, en términos generales ha preponderado algo parecido a la cordura, quizá por el temor al efecto mariposa. En la suspensión del Brasil-Argentina se escuchó el aleteo.
El partido, perteneciente a la fase de clasificación del Mundial 2022, estaba organizado por la federación sudamericana de fútbol (Conmebol), que reúne sin excepción a todos los países del área y se integra en la FIFA, el organismo que congrega a todos los continentes. La FIFA existe porque a principios del siglo XX unos pocos visionarios detectaron las inmensas posibilidades de expansión que ofrecía el novedoso juego. Saltó del Reino Unido al resto del mundo, pero no sin reglas comunes y acuerdos de todo tipo: locales, nacionales y transnacionales.
La vocación pactista del fútbol ha prevalecido sobre divergencias y conflictos, aunque las consecuencias han favorecido inevitablemente a los más poderosos. Salta a la vista en estos momentos: eurocentrismo recalcitrante, disneyficación de un producto que convierte a los aficionados en pasivos consumidores y abuso económico del tiburoneo mercantil. Es un paisaje imperfecto que, sin embargo, aún parece reconocible. Se juegan las ligas de toda la vida y las viejas competiciones mantienen su potente arraigo.
Un aspecto relevante de la pandemia ha sido su utilización como banco de pruebas para medir la resistencia de las costuras del fútbol, tanto en el capítulo organizativo como en el económico. Con arduas dificultades —sin espectadores en los campos, ingresos desplomados y la constante amenaza del coronavirus— lo ha conseguido. Han prevalecido los acuerdos sobre las discrepancias y los intereses comunes sobre los particulares.
El caso de la Superliga
Mal que bien, el fútbol se ha sostenido, pero esta pandemia le expone a tensiones casi insoportables. En el interior de las grandes crisis, y la del covid-19 es abismal, habitan por naturaleza la discordia y la codicia. Es un triste territorio del que pueden obtenerse pingües beneficios. Una crisis supone un problema que resolver y un laboratorio que utilizar. En estos dos inclementes años, el fútbol ha escenificado una feísima trama de ambiciones, deslealtades, ofensivas y repliegues.
Con la coartada de las consecuencias de la pandemia, el caso Superliga ha producido un enfrentamiento sin precedentes en el mundo del fútbol. Rara ha sido la instancia ajena a un episodio que de alguna manera fue resuelto por el viejo fútbol, si ese calificativo puede aplicarse a la presión de los hinchas ingleses contra los clubes de la Premier que participaron en el plan.
La Superliga se explica por elevación. Tanto como un proyecto ahora suspendido es la evidencia de las divergencias y desacuerdos que amenazan con romper el delicado equilibrio del fútbol. UEFA (Ceferin) contra FIFA (Infantino), clubes contra clubes, dinero y poder en juego, aliados en cada trinchera, sin que falte la utilización de las armas políticas, que con tanta frecuencia asoman en esta pandemia.
Más pronto que tarde, los intereses egoístas y el oportunismo estaban destinados a desembocar en un estallido. La suspensión del Brasil-Argentina sorprende por su lamentable escenificación, pero no por las ambiciones que enfrentan a las organizaciones que dirigen el fútbol. Se veía venir la colisión. Nunca como en este periodo el fútbol se ha visto sometido a tantas tensiones, ni a una pugna tan cruda por su gobierno. Si el fútbol ha funcionado desde el acuerdo, este momento divergente lo pone en grave riesgo de fractura.
Puedes seguir a EL PAÍS DEPORTES en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.