La muerte de Olivia Podmore convulsiona al deporte
Después de los casos de Osaka y Biles, la ciclista neozelandesa reabre de forma trágica el debate sobre la salud mental de los atletas
La ciclista neozelandesa Olivia Podmore pasó su último fin de semana con el campeón olímpico de remo Eddy Murray, su pareja, y otro amigo en Queenstown, junto al espectacular lago Hawea. El lunes apareció muerta en su domicilio, según informó su familia. “Cualquiera que la hubiera visto en las últimas 72 horas no podría pensar que pasara esto”, aseguraba Murray en nombre de los allegados de la ciclista olímpica en Río de Janeiro y que no había sido seleccionada para los de Tokio. “Se está hablando mucho de la salud mental de los atletas”, apuntó. “Simone Biles y Naomi Osaka la han puesto en el foco después de sus propias dificultades personales. La pelea de Olivia fue la misma, y ahora tenemos un dato más en la estadística”, criticó el remero.
Podmore, de 24 años, publicó apenas unas horas antes de su muerte una nota en las redes sociales en la que dejaba entrever su situación anímica: “El deporte es una salida increíble para mucha gente. Una lucha muy gratificante. El sentimiento cuando ganas no se puede comparar a cualquier otro”, afirmó, “pero las sensaciones cuando pierdes, cuando no eres elegido ni te has clasificado, cuando te lesionas, cuando no cumples con las expectativas de la sociedad, como tener una casa, casarte, tener hijos porque lo has intentado dar todo por tu deporte, esas sensaciones también son diferentes”.
Todos los indicios apuntan a un suicidio, aunque la Policía neozelandesa no descarta ninguna posibilidad. Desde que se conoció la noticia han llovido las críticas sobre la federación de ciclismo. El dos veces olímpico Eddie Dawkins ha pedido, directamente, responsabilidades a Cycling New Zeland y a High Performance Sport New Zeland (HPSNZ), que es el organismo que aglutina al deporte de élite del país austral y que promueve a sus deportistas por el mundo. Para Dawkins, amigo de Olivia y ya retirado, su muerte era evitable. “Es una maldita vergüenza, es terrible que esto haya sucedido. Mi más sentido pésame a su familia y amigos. Pero espero que, si sale algo positivo de algo así es que los deportistas empiecen a defenderse a sí mismos”.
Fuera de Tokio
Mientras, la portavoz del organismo deportivo neozelandés, Raelene Castle, se defendió de las acusaciones: “No podemos decir si hemos cometido errores hasta que revisemos este asunto. Cada deportista tiene muchas personas que lo apoyan a lo largo de su carrera y Olivia no fue diferente”. Castle dijo que era difícil asimilar las acusaciones de que los deportistas no estaban siendo tratados bien. ”La salud mental es un desafío. No hay respuestas en blanco o en negro”.
La responsable de HPSNZ definió a Olivia Podmore como, “una persona muy feliz, extrovertida, que iluminaba la habitación. Estoy muy triste por su pérdida”, y aseguró sentirse “devastada”, por las acusaciones de algunos atletas. “Entendemos las frustraciones y las comprendo. Quiero asegurarme de que aprendamos de esto”, dijo. “El apoyo a los atletas en nuestros planes no es perfecto. El legado de Olivia tiene que ser que hagamos mejoras, quizás no fuimos diligentes al revisar los programas de ayuda”.
Olivia Podmore formaba parte del equipo nacional de ciclismo de su país desde 2015. Fue plata en sprint por equipos y bronce en contrarreloj el Mundial juvenil de pista en Astana (Kazajistán). En 2016 participó en el Mundial sénior y en los Juegos de Río de Janeiro. En la prueba de keirin, su especialidad favorita, sufrió una dura caída junto a la española Tania Calvo de la que tardó en recuperarse. Alcanzó las marcas mínimas para participar en los Juegos de Tokio, pero no fue seleccionada para el equipo.
El caso de Consuelo Álvarez
En la distancia, su caso recuerda al de la española Consuelo Álvarez, componente del equipo olímpico que preparaba los Juegos de Barcelona 92, junto a Joane Somarriba. La corredora vasca no participó finalmente por una grave hernia discal que estuvo a punto de apartarla de la competición. Cheli Álvarez, de 26 años, tampoco llegó a la cita. En diciembre de 1991 entró en una ferretería de Bembibre (León), su pueblo, compró una cuerda, la ató a una barandilla del sótano de su casa y se colgó de ella. Dos meses antes había recibido una carta en la que se le comunicaba que había perdido su beca anual de 1.800.000 pesetas (10.818 euros) del plan ADO 92, “por no haber alcanzado el progreso deportivo que la federación dictamina”. La ciclista leonesa había sufrido dos lesiones consecutivas de clavícula, y su marido, Ángel Porto, denunciaba la situación: “Cuando ocurrió la segunda lesión en Suiza le dijeron que no podían tenerla más tiempo de vacaciones, ¡a una lesión le llamaba vacaciones!” En esta última ocasión “la mandaron a casa sola y tuve que ir al aeropuerto de Madrid a buscarla”.
Antes de la muerte de Consuelo Álvarez, su marido interpuso una demanda contra la Federación, que entonces presidía José Luis Ibáñez Arana por el abandono de la ciclista, que era muy popular en Bembibre: “Aquí era como Perico Delgado en Segovia”, apuntaba en EL PAÍS. Joane Somarriba recordaba el suceso: “Me llamó unas semanas antes, cuando se enteró de mi operación y de que lo estaba pasando mal. Nos dimos ánimos mutuamente. Me dijo que tenía que superar lo mío y que ella también pasaba por un bache. Al final, no pudo aguantar la depresión”.
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