Cuando Alemania dijo ‘aquí estoy yo’
Los germanos nacieron como gran potencia ganando la Euro de 1972
La fase de clasificación para la Eurocopa de 1972 se disputó en ocho grupos de cuatro equipos. Los campeones pasaban a cuartos. Nos tocó con Chipre, Irlanda del Norte y la URSS, así que estaba claro que nos la jugaríamos en los partidos con los soviéticos. De hecho, España y la URSS hicimos lo mismo ante Chipre e Irlanda: ganarles en casa y empatar fuera. Para entonces ya decíamos la URSS y no Rusia, el Régimen aflojaba en según qué cosas y el partido de allí, el 30 de mayo del 71, provocó el primer viaje masivo de españoles a Moscú. Entre el interés del partido en sí y la curiosidad por visitar el misterioso Moscú, se desplazaron hasta 5.000 hinchas y curiosos. Lo nunca visto. Incluso por primera vez hubo un vuelo directo de Iberia a Moscú, que fue en el que viajó la selección. Hizo escala en París para embarcar a un navegante ruso que asesorara en el aterrizaje.
El partido se jugó tres días después del homenaje de despedida a Yashin, y en el mismo escenario, el Estadio Lenin de Moscú, con capacidad para 103.000 espectadores. Grupos de ruidosos y alegres españoles colorearon la víspera en la capital soviética. La Plaza Roja, el Mausoleo de Lenin, las catedrales… Había prisa por visitarlo todo y por comentarlo todo. Sólo tres periodistas habían estado ya allí, con el Real Madrid de baloncesto que visitó al TSKA seis años antes, viaje aquel de apenas 20 personas.
Ramón Mendoza, más adelante presidente del Madrid, negociaba con la URSS e hizo de báculo de la legación oficial. Se movía allí como pez en el agua.
Salió mucho a relucir, claro, la final del 64, ganada por España, pero el tiempo había sacudido a los dos equipos. Por los nuestros sobrevivían Iribar y Amancio; por la URSS, el central Shesternev. El partido se televisó en directo en España (una ventana al ignoto Moscú en nuestras casas) y perdimos 2-1 con todas las de la ley. El gol de la honrilla lo hizo Rexach muy al final. Ellos fueron mucho mejores. Kubala lo achacó a la falta de Pirri, el pilar del equipo, y de Gárate, que estaba de dulce. Esa derrota nos forzaba a ganarles cuando nos visitaran en Sevilla, cosa que ocurriría el 27 de octubre.
Ambiente bárbaro, mucha ilusión y una anécdota: la víspera se lesionó Iribar, con lo que el número dos, Reina, pasó a titular. Kubala pidió que se llamara de urgencia a Rodri, el portero del Atlético, que estaba inscrito en la lista. Pero el Sevilla tenía por entonces un buen portero llamado también Rodri, que había alternado precisamente con Reina en la selección juvenil, y cuando Kubala dijo “llamen a Rodri” se creó un equívoco y se llamó al sevillista, que ocupó el banquillo. Si llega a tener que salir, hubiéramos tenido un problema.
El gancho televisivo
Empatamos a cero por culpa de Rudakov, portero gigantón con agilidad de gato. Quini y Quino ocuparon el centro del ataque y se hartaron a rematar, pero no hubo manera. Con mucho menos le habíamos hecho dos goles a Yashin en la final del 64. Ese empate nos dejó fuera de la Eurocopa.
Pero no sin Eurocopa en la tele. El 29 de abril de 1972 Alemania visitaba Wembley, partido de ida de cuartos. Por la época, el Régimen siempre procuraba tener en la tele un fuerte gancho deportivo o taurino las vísperas del 1 de mayo (no el propio de 1 de mayo, como se suele decir), para retener a los trabajadores en casa, lejos de reuniones clandestinas.
Así que vino pintiparada esa visita de Alemania a Wembley. Tenía ecos de revancha de la final de 1966, ganada por los ingleses con un gol fantasma, y del choque de cuartos en el México 70, vencido en prórroga por los alemanes.
El partido de Wembley fue una epifanía. Alemania barrió y ganó 1-3. Netzer deslumbró. Cuando al año siguiente se pudo contratar de nuevo extranjeros, el Madrid fue a por él mientras el Barça se hacía con Cruyff.
Netzer dirigió una orquesta en la que deslumbraban las figuras del Bayern, los Maier, Schwarzenbeck, Beckenbauer, Breitner, Hoeness y Müller. El Bayern aún no había ganado la Copa de Europa, pero pronto encadenaría tres y se convertiría en el mascarón de proa del nuevo fútbol alemán, que sembró el terror durante años en los campos europeos.
Tras dejar atrás a Inglaterra, Alemania liquidó a Bélgica en las semifinales (a domicilio, la fase final fue en Bruselas) y a la URSS en la final, 3-0. Para ellos Rudakov no fue problema.
Müller fue máximo goleador de aquella Eurocopa con 11 goles, seguido de cuatro jugadores con con cinco. Netzer fue elegido mejor jugador de la competición. Aquel equipo ganaría también el Mundial de 1974. Alemania se había convertido en la gran potencia.
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