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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Keylor Navas, un gran portero en la diana

Navas tiene tres Champions, pero con él siempre hay un “pero”. Que no domina el juego aéreo, que no tiene una gran presencia en el área o que su juego con los pies no es excepcional

Andoni Zubizarreta
Keylor Navas, en la acción del 1-1 contra el City en las semifinales de la Champions.
Keylor Navas, en la acción del 1-1 contra el City en las semifinales de la Champions.Thibault Camus (AP)

Keylor Navas es un portero con tres Champions en sus vitrinas. Más una final perdida con el PSG contra el Bayern hace unos meses. Keylor es uno de esos porteros que como no mide 1,90 se les considera pequeños, ágiles, dinámicos. Se suele decir de él que es un portero de línea de gol, de uno contra uno, de paradas milagrosas, de acciones fulgurantes que no están permitidas a los más altos pero, siempre hay un “pero”. Que no domina el juego aéreo, que no tiene una gran presencia en el área, como si tener casi dos metros diese, de facto, el dominio de los aires. Y como si no viésemos todas las semanas a porteros muy altos que viven sobre la línea de gol, a la sombra del larguero. Además, a Keylor le martiriza eso de que su juego con los pies no es excepcional y no tiene un golpeo exacto a 70 metros de la portería. Cuando llegó a París parecía que era el suplente del suplente, olvidándose de su carrera, de sus títulos, de su calidad bajo los palos. Ahora ya saben que es un portero fiable, difícil de batir y un tipo con personalidad.

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Además, Keylor ha sido siempre un portero de momentos mágicos, decisivos, únicos. Ese penalti detenido a Messi en la frontera del descanso en el partido de vuelta de París, después de 45 minutos de dominio total azulgrana, destruyó las esperanzas culés de pensar en una nueva remontada. Lo mismo hizo contra el Bayern, en Alemania y en París mientras los nombres de Neymar y Mbappé resonaban por el mundo. Un portero que sabe que ese trabajo excelso, casi siempre, sirve de base para el lucimiento de un delantero, para la subida a los cielos del goleador.

Y mira por dónde, este miércoles, en un centro cerrado de De Bruyne, dudó una décima de segundo, le pareció que ese balón iba a ser desviado por un delantero o por su propia defensa, aguantó en la línea y el balón, rápido tras el bote en el césped magnífico del Parque de los Príncipes, se le fue dentro de la red. Gol del empate y el City que conseguía equilibrar el partido.

Y, de pronto, todas las miradas se han vuelto hacia él, todos los comentarios se han tornado en críticas aceradas, duras.

Del milagro a la más pura humanidad, pasar de Dios a ser un don nadie por un bote de la pelota. Esa delgada línea roja. Esa que Courtois, su sucesor en el Real Madrid, describía tan bien cuando conversaba con Giroud en el descanso y le decía que lo único que había hecho era poner su pie derecho entre la pelota y la red para evitar el gol cantado de Timo Werner. A Giroud le había parecido un milagro, a Thibaut una acción sencilla.

Puro fútbol, pura vida

Bueno, veamos. En estas conversaciones siempre hay un componente psicológico y, como portero, siempre hay que dar la sensación de que la acción estaba controlada, de que nada excepcional ha pasado, de que eres capaz de hacerlo mucho, muchísimo mejor.

Y ahora les van a quedar otros 90 minutos para demostrar que ni los errores se han quedado aparcados en la mente de Keylor ni la suficiencia es lo que define a Courtois. Noventa minutos en el fútbol de mayor exigencia y en el que los pequeños detalles, los más mínimos marcan la diferencia.

Yo no daría a Keylor ni a su PSG por eliminados porque si algo tiene el fútbol es posibilidad de revancha. Yo tampoco diría que el Chelsea va a apabullar más al Real Madrid que en la primera parte de Valdebebas. Y los blancos salieron vivos.

Nos quedan 90 minutos, o más, en cada eliminatoria para el disfrute y el sufrimiento. Puro fútbol. Pura vida.

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