Territorio Real Madrid
El equipo blanco vuelve a lo conocido, al lugar donde se maneja a las mil maravillas
Ya tenemos dibujadas las semifinales de Champions de este año y definidos quiénes se van a medir para poder alzar la Orejona y hacer (o volver a hacer) historia.
Una primera mirada para constatar que no es fácil ni sencillo sobrevivir al éxito. Ya, ya sé que siempre hablamos de la derrota como gran desencadenante de las crisis más voraces, pero si vemos al Bayern Múnich, club serio, estructura ejemplar, economía estrictamente gestionada, que tras ganar todo lo que se podía ganar en la temporada 19-20 (y las competiciones derivadas en este curso) se encuentra en pleno periodo de devorarse internamente. Le azotan luchas que ya han dejado de ser internas para convertirse en un escaparate para el que el Duelo a garrotazos de Goya sería la mejor definición. Si todo esto pasara en España, en uno de nuestros clubes, lo resumiríamos con un “es que somos así”. Pero parece que así son, somos, aquí… y allí.
Si miramos al predecesor del Bayern en el trono de la Champions, el Liverpool de Jürgen Klopp, parecía que había llegado para quedarse por mucho tiempo en el Olimpo de los grandes. Dos años después, y tras un sinfín de calamidades físicas que tienen su punto álgido en la lesión de Van Dijk. La baja de su general en el campo ha dejado a los reds desnudos en la línea defensiva y desnortados en el liderazgo de un equipo en el que la intensidad, el ritmo de juego, la velocidad en la recuperación y transición posterior parecían anunciar un nuevo fútbol, una nueva era espectacular para los de Anfield, algo similar a aquella de los Dalglish, Souness y Michael Robinson.
Interesante reflexión esta que lleva a sustentar un equipo ganador, de alto ritmo de juego y ataque fulgurante en una defensa enorme, sólida y presionante. La línea defensiva como elemento clave para un ataque poderoso. Y es que para atacar bien hace falta defender mejor. Y viceversa. Dos elementos que en realidad son uno: el fútbol.
Si nos quedamos con los clasificados, por un lado una semifinal entre conocedores de eso de ganar como el Chelsea y el Real Madrid pero con intensidades diferentes, claro. El Madrid vuelve a territorio conocido y en el que siempre se ha sabido manejar a las mil maravillas. El Chelsea, tras muchas dudas en la Premier y tras ser el único equipo que invirtió a lo grande en el último mercado de verano, ha tenido que recurrir a cambiar su entrenador para descubrir la solidez y la competitividad.
Por el otro lado, PSG y Manchester City, buscan su primera Champions, esa que les haría entrar en el Olimpo de sus clubes, de sus países, del fútbol a lo grande. Más dudas en los parisinos en el devenir semanal pero un enorme potencial ofensivo y calidad individual para solventar cualquier duelo directo. Un Manchester City que lleva tiempo buscando este nuevo escalón, que tiene todos los títulos ingleses a tiro y que hará del juego colectivo su bandera para estar en la gran final de Estambul del próximo 29 de mayo.
Todos sueñan con jugar esa final, ese último partido que da y quita razones. Cuantas veces hemos oído, tras la derrota, eso de “para perder la final mejor no jugarla”. Porque jugar finales es soñar, ilusionarse, generar felices expectativas, sea quien sea el rival que tienes delante y nadie se quiere descabalgar de esas luminosas sensaciones. Fíjense si eso es válido para semifinales cómo debe de ser si estás ya en la final y tienes la posibilidad de jugar ese partido que todos sueñan.
Vamos, como la final de Copa del Rey en la que el Athletic y el Barça se vuelven a encontrar, esta vez el sábado en La Cartuja. Un mundo de expectativas y emociones a jugarse en un partido. Uno de esos encuentros en el que los otros son también los míos. Que la suerte os acompañe.
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