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Columna
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A La Roja le falta el hervor necesario

El talento de la selección española es abundante, pero aún incipiente. A los veteranos les toca tutelar a unos jóvenes intimidados por el desafío

Santiago Segurola
Bryan Gil, este domingo durante el Georgia-España.
Bryan Gil, este domingo durante el Georgia-España.KIRILL KUDRYAVTSEV (AFP)

Una selección con numerosos jóvenes, la mayoría sin experiencia en los grandes desafíos internacionales, se encuentra ante la vertical de la Copa del Mundo, pared que España siempre ha superado desde 1978. Fracasar en la fase final tiene consecuencias graves para las principales potencias del fútbol. No llegar a disputarla es un hachazo de credibilidad y un estigma para la generación que se estrella en el camino. A esta aventura se ha obligado España en dos malos partidos.

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Las últimas fases de clasificación han sido sencillas de recorrer, porque el equipo era magnífico o porque quedaban suficientes jugadores para gestionar la condición de favoritos en la ruta hacia el Mundial. España conquistó sin dificultades la plaza en los Mundiales 2014 (Brasil) y Rusia (2018). En los dos casos abundaban futbolistas que habían ganado el Mundial de Sudáfrica en 2010. Las frustraciones posteriores —España fue eliminada de saque en Brasil y en octavos de final cuatro años después— señalaron una regresión preocupante.

Sólo un campeón del mundo —Busquets— figuró en la alineación que se enfrentó a Georgia. Fue el más joven de la selección que ganó el título en Sudáfrica, un maravilloso centrocampista que ahora no es titular fijo en el Barça, ni con España. La erosión también le afecta, como a Sergio Ramos, Jordi Alba y Navas, representantes de una generación que suena irrepetible en estos momentos.

Han atravesado el Rubicón de sus carreras, pero su ascendencia resultará decisiva en el equipo. Su función excede el rendimiento en el campo. Les corresponde tutelar a un puñado de jóvenes que parecen impresionados por la magnitud del trabajo que se les viene. Sin la invitación a la angustia que supone llegar a un Mundial, la selección destrozó con seis goles a Alemania. Pero el Mundial es otra cosa, palabras mayores que asustan. El empate con Grecia y la agónica victoria en Georgia han despachado de un plumazo el optimismo que levantó la goleada a los alemanes.

Más clase que tiempo

Dos partidos han servido para asumir que España tendrá que nadar sin flotador en aguas turbulentas. Es un equipo que se ganó el máximo crédito en las categorías jóvenes, pero carece de la experiencia para gestionar las tensiones actuales. Unai Simón, Eric García y Ferran Torres fueron titulares en los dos encuentros. Ninguno ha sido internacional en 10 ocasiones. Pedro Porro, Pedri y Bryan Gil debutaron en el sudoku contra Georgia.

Rara vez, probablemente nunca, una selección tan tierna se ha sometido al rigor que significa alcanzar el Mundial. O encuentran amparo en la experiencia de los veteranos o saldrán consumidos por el estrés de los tres primeros partidos de clasificación. No hay dudas, sin embargo, sobre el techo de estos jugadores. Tienen más clase y recursos que tiempo para demostrarlo.

La selección pedía a gritos sangre nueva. Ya la tiene. Luis Enrique lo entendió pronto y bien. Es fácil admitir los méritos de este puñado de jóvenes, confirmados en algunos partidos previos. Si España pretende recuperar el paso perdido, deberá de hacerlo con la mayoría de estos novatos. Les falta el hervor que sólo proporcionan las grandes competiciones y la máxima exigencia. Acaban de comprobarlo: dos partidos en apariencia sencillos se convirtieron en un descalzaperros.

Ya no se pide a los veteranos que conduzcan a la selección a las cimas anteriores, pero su liderazgo es crucial. Les toca tutelar a unos jóvenes intimidados por la magnitud del desafío que han comenzado y las consecuencias mediáticas de dos partidos decepcionantes. Es un trabajo delicado que pasa por evitar la desconfianza que produce la inexperiencia y consolidar el talento intuido en varios jugadores. Todo indica que ese talento existe y es abundante, pero todavía es incipiente y frágil.

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