El Getafe, un tanque varado
La Real Sociedad aviva más la crisis azulona con una victoria sin demasiado esfuerzo
El Getafe se empieza a parecer a un tanque varado en el desierto, décadas después de su última batalla, oxidado y polvoriento, con una silueta imponente al contraluz, desde la lejanía, pero inservible. El tanque que fue el Getafe, un carro de combate impresionante, capaz de aplastar a cualquier rival, apoyado por el impulso de su infantería, perdió las cadenas hace meses; se le gripó el motor. Nada de lo que intenta Bordalás le funciona, ni siquiera su relación con los árbitros. Como en Sevilla, el entrenador acabó expulsado. La desesperación le pasa factura cuando nada carbura.
Así que la Real Sociedad empieza a oficializar su salida de la crisis de resultados, con su segundo triunfo consecutivo, gracias a un equipo madrileño varado en la arena. Le bastó con actuar con orden, con apretar lo justo y jugar con el estado de nervios del Getafe, desde el principio hasta el fin; más holgado en el inicio y en tres cuartas partes del choque, más apurado al final, cuando el equipo azulón apretó lo que pudo, sin llegar a poner en apuros a Remiro.
Tanto se nota la fragilidad del Getafe que, los donostiarras consiguieron marcar en su primera llegada clara al área de David Soria. Centró Zaldua desde la derecha, dudó el portero, se equivocó Damián y remató Oyarzabal al larguero. El balón botó medio metro fuera de la portería y allí apareció Isak para empujar de cabeza sin nadie vestido de azul a su alrededor. Sin aparente esfuerzo, que es lo que puede parecer cuando un equipo está bien trabajado, la Real se ponía por delante en el marcador, como quien interpreta un concierto de piano y los dedos se le deslizan con facilidad por las teclas.
Desquiciados los jugadores del Getafe, desordenados en el orden de partido que planeó Imanol, los de casa eran incapaces de hilar un par de pases decentes y la Real se conformaba con eso. Ni siquiera tuvo que echar mano del ingenio de Silva, que por fin podía formar pareja en el centro del campo con Illarramendi. Fue un regreso plácido para el canario, a quien nadie exigió demasiado.
El partido era de la Real con claridad, y lo siguió siendo en la segunda parte. Al Getafe le costó muchísimo salir de su campo en el inicio del parcial definitivo. Sólo con la entrada al terreno de Aleñá y Kubo consiguió mover la pelota con cierto criterio. Del futbolista japonés salió el único centro interesante, pero Cucho Hernández, muy forzado, remató alto.
Seguía a lo suyo la Real. Ni siquiera tenía que guardar la ropa para nadar en aguas muy plácidas. Se limitó a vigilar estrechamente las escasas acometidas locales. Pudo su técnico hacer los cambios oportunos para dosificar jugadores de cara al envite del jueves contra el United; los de Bordalás llegaron casi por desesperación, por ver si la flauta sonaba por casualidad. Pese a lo exiguo del resultado, en ningún momento pareció peligrar la victoria donostiarra, cada vez se veía más cabizbajos e impotentes a los jugadores del Getafe, que volvieron a perder a su entrenador en un intercambio de pareceres con Carlos Fernández, que se encaró con el técnico por un quítame allá ese fuera de banda. Tendrá que volver a la grada en los próximos partidos, porque además es reincidente.
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