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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Copa del pueblo y el paraíso

La Copa siempre ha sido un torneo que me ha encantado: campos diferentes, viajes nuevos, ciudades fuera del radar de la Primera pero con devoción por el fútbol...

Andoni Zubizarreta
Los jugadores del Alcoyano celebran su victoria en la prórroga contra el Real Madrid en la Copa del Rey.
Los jugadores del Alcoyano celebran su victoria en la prórroga contra el Real Madrid en la Copa del Rey.

Seguramente, en esto tiene mucha influencia aquello de que el Athletic ha sido siempre un club vinculado a la Copa o esas noches épicas vividas en la distancia (o soñadas antes de ser vividas). O, tal vez, que en mis primeras cuatro temporadas con los rojiblancos llegamos a dos finales, una ganada y otra perdida. No sé por qué, pero la Copa siempre ha sido un torneo que me ha encantado. Campos diferentes, viajes nuevos, ciudades fuera del radar de la Primera pero con enorme devoción por el futbol… y ese comodín que nos guardábamos con el partido de vuelta a disputar en tu estadio cuando te medías a un equipo de inferior categoría. Una red de salvamento para momentos delicados y una posibilidad de recuperar lo suspendido en el partido de ida. Bueno, o de acabar de emborronarlo y ser enviado al septiembre de la temporada siguiente.

Cuando llegué a Francia como Director Deportivo del Olympique de Marsella descubrí que la Copa de Francia se jugaba a un solo partido, en el campo del equipo de inferior categoría si había dos de diferencia. Pero como en mi primera temporada nos tocó jugar contra Toulouse, Lyon y Mónaco me pareció que el sorteo daba una ventaja de campo a quien jugaba en casa, (si juegas contra el Lyon y el Velodrome te apoya con 60.000 gargantas, las posibilidades suben exponencialmente) pero no acababa de entender el glamur de una competición adorada al otro lado de los Pirineos.

Al año siguiente, tras eliminar al Valenciennes, equipo de Segunda, en Marsella, el sorteo nos envió a Epinal, población de los magníficos Vosgos y donde mi memoria me decía que habíamos jugado, no me digas por qué, un partido con la selección olímpica española. En Epinal, un 25 de enero hace, más o menos, cero grados. El césped era todo lo bueno que el frío y la lluvia podían permitir, la iluminación escasa y llena de sombras. Y el estadio estaba lleno a reventar. Esa temporada, la final se disputó entre PSG y Herbiers, equipo de Nacional 2, nuestra Tercera División.

Cuando volvíamos hacia Marsella reflexionaba sobre la contradicción entre el riesgo de lesión en ese tipo de campos y si eso era asumible para un equipo que quería ser de la élite y la pasión que había encontrado en aquellas gradas.

Las temporadas siguientes, y tras diversos viajes para conocer rincones insólitos de Francia llenos de pasión por el futbol, varias eliminatorias ganadas sufriendo y alguna eliminación terrible, le encontré el gusto a un torneo donde todo era “aquí y ahora”. En este modelo de Copa no valen los planes a largo plazo, no hay la red protectora del partido de vuelta y la presión de un estadio de primera, más bien juegan los elementos de la salida del confort de la hierba en excelente estado, las iluminaciones maravillosas y los estadios que, de tan conocidos, nos permiten tener las referencias tomadas y los espacios más controlados. La programación se altera e incluso el partido a partido de Simeone adquiere un significado totalmente diferente del que suele manejar el Cholo. Si no ganas este partido, se acabó la historia, no hay continuación.

Cuando la Federación Española propuso este modelo sentí la curiosidad de ver cuál sería el efecto sobre la competición, aunque seguramente le falta un elemento decisivo para tener el puzle completo: el público. La experiencia de vivir un partido de primera en un estadio de otra categoría, con el público volcado y que por un día se olvida de las discusiones de Primera para enfundarse la camiseta de su casa, de su equipo, de su pueblo y de sus amigos. Para, por 90 minutos, soñar con tocar el cielo. Y, a veces, hasta acabar viviendo un rato en el paraíso.

Y un día contaremos que vivimos la primera versión de este modelo de éxito.

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