El Barça elige el abismo
La negativa de Xavi y Koeman profundiza todavía más en la herida que la directiva abrió sin motivo. Ni era el momento, ni había un plan solvente por medio para sustituir a Valverde
El Barça ha recuperado la pulsión autodestructiva que le caracterizaba, quizá porque nunca la perdió. En cualquier caso, se trata de un club que desde enero de 2003 no ha despedido a ningún entrenador durante la temporada, síntoma de sensatez y estabilidad. En aquella ocasión, Radomir Antic sustituyó a Louis Van Gaal. Eran los días del síndrome Figo. El equipo no había ganado un título desde la marcha del portugués al Real Madrid. Era un club precipitado de mala manera a un post nuñismo quejica, sin ideas ni liderazgo. Allí terminó una época. Medio año después, Joan Laporta ganó las elecciones, llegó Ronaldinho y un chaval argentino estaba a punto de despegar.
Es muy probable que esta semana se haya cerrado otra época en el Barça. Después de 17 años, la directiva del Barça ha decidido destituir a Valverde y cambiarlo por Quique Setién. Xavi ha rechazado la oferta. Koeman, también. No son dos desconocidos. Forman parte de la primera fila del olimpo barcelonista. Han demostrado mejor sentido estratégico que los dirigentes del club, que en cuatro días han recordado el comportamiento del pato patagónico: cada paso, una cagada.
La negativa de Xavi y Koeman profundiza todavía más en la herida que la directiva abrió sin motivo. Ni era el momento, ni había un plan solvente por medio, ni tan siquiera existían las mínimas condiciones reales para ejecutar el relevo de Valverde. De este momento se dirá que el Barça abrió una crisis colosal después de perder una semifinal de la Supercopa de España, torneo que jamás ha alterado la vida de ningún club. En Inglaterra ni tan siquiera lo contabilizan como título.
Valverde, que sobrevivió a la hecatombe de Anfield, caerá después de perder un encuentro en Arabia, con paradoja incluida: el Barça jugó un partidazo, el mejor de la temporada. Perdió por errores individuales, pero dejó una saludable impresión de vitalidad y recursos. Lejos de atender a la realidad, sus dirigentes, incluidos los encargados de las decisiones deportivas, entraron en combustión, acelerada por la dramática reacción de buena parte de los medios de comunicación.
El Barça se encontraba ante un dilema fácil de resolver: proteger el patrimonio obtenido por el equipo esta temporada —líder en la Liga, situado en los octavos de final de la Copa de Europa— o desdeñarlo en favor de una crisis que no arreglará ninguno de sus problemas. ¿Por qué? Porque son estructurales y vienen desde muy lejos. Desde 2014, año de la contratación de Ter Stegen, Rakitic y Luis Suárez, con Andoni Zubizarreta al frente de la dirección deportiva, ninguno de los fichajes ha mejorado al equipo. La mayoría lo han empeorado. Unos cuantos, y muy caros, han fracasado. Este gravísimo déficit no corresponde a Valverde, ni nadie lo solucionará en cuatro meses.
Tampoco se resolverá el envejecimiento de sus figuras, ni dejarán de pasar los años por Messi, ni llegará un central para disputarle el puesto a Piqué. La lesión de Luis Suárez, cuatro meses de baja, ha dejado al descubierto un vacío de consecuencias incalculables. Ni tan siquiera se puede paliar el problema. No hay un sustituto natural del uruguayo en la plantilla. De la cantera cada vez hay menos noticias. O los jóvenes se van pronto a otras latitudes o la mayoría sienten que el primer equipo es inalcanzable.
Son cuestiones relevantes que deberán atacarse en otro momento, no ahora, ni de esta torpe manera, desgraciada en el fondo y en las formas, donde solo gana el que más pierde: Ernesto Valverde. Su dignidad se eleva sobre la podredumbre que ha presidido un proceso que tiene toda la pinta de llevarse por delante a la dirigencia del Barça.
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