Futbolistas de corazón
Después de una carrera de éxito y al más alto nivel posible, Sergio García y Joan Verdú juegan en la Montañesa de Tercera División
Cuando Sergio García (Barcelona; 37 años) fichó por el Espanyol, allá en 2010, decidió que ya era hora de cambiar de casa. Escogió un pequeño pueblo costero de Barcelona, también unas casas adosadas a las que le había echado el ojo. La sorpresa llegó cuando visitaba el jardín.
—”¿Pero qué haces tu aquí?”, gritó desde el otro lado de los arbustos Joan Verdú (Barcelona; 37 años), entonces su compañero en el Espanyol y propietario de la casa vecina.
— “¡No me fastidies!”, exclamó Sergio, que pocas horas después había decidido a comprar la casa.
Nada extraño en una pareja de hecho futbolísticamente hablando, pues coincidieron juntos en el Juvenil B del Barcelona, ascendieron los peldaños a la vez —Juvenil A, Barça C y filial—, se reencontraron en el Espanyol y ahora lo han vuelto a hacer en la Montañesa, equipo de Tercera División. “No pienso mucho en la categoría”, cuenta Verdú; “me preparo la bolsa y a jugar. Claro que no tenemos muchas de las comodidades de antes, pero es lo de menos. Se trata de jugar y competir”. Así lo ve Sergio García: “A mí me da igual el vestuario o que me laven la ropa. Lo que me gusta es estar ahí dentro, en el campo”.
Aunque en su caso aún le quedan un par de partidos de sanción de los cuatro que vio por propinarle un guantazo a un rival en su estreno. Tarjeta roja, aunque también un gol de penalti. “Hacía tiempo que no notaba esa sensación”, reconoce Sergio, que debutó con Rijkaard en el Barça y después dio vueltas por el Levante, Zaragoza —donde fue a la selección y ganó la Eurocopa 2008—, Betis, Espanyol, Al Rayyan catarí y Espanyol de nuevo. “Fue un partido difícil porque aprendes que aquí te dan palos sin parar”, se lamenta el delantero. Lo mismo entiende Verdú, que tras estrenarse en la Copa con el Barça se marchó al Dépor, Espanyol, Betis, Baniyas de Emiratos Árabes, Fiorentina, Levante y Qindao, chino: “Es complicado jugar así, porque no se rasea demasiado el balón. Es más cómodo en Primera, donde tienes momentos de respiro, que en Tercera, donde cada pocos segundos notas el codo rival”. Pero es un reto que han aceptado.
Durante el verano, ambos jugadores buscaron alguna oferta que les convenciera. A Sergio le llegó algo de Segunda, también del extranjero y sobre todo una potente de China. “Pero nada de Primera, la verdad, y en estos tiempos preferimos quedarnos en casa con la familia”, dice. Y Verdú, tentado por ligas menores, también decidió quedarse. “¿Te vienes conmigo a la Monta?”, le preguntó entonces Sergio, que tenía a su cuñado en el equipo pero que no se decidió a firmar hasta que no vio jugar a la Montañesa en un partido oficial. “Me gustó, tienen calidad”, revela Sergio, consciente de que el equipo está en el fondo de la tabla y necesitarán de sus goles. “A mí me gustó poder jugar con él de nuevo. Todavía tengo el gusanillo por ponerme las botas”, reconoce Verdú. Aunque ahonda: “Pero con 37 años estás en el límite. Nos hemos cuidado muchísimo y no hemos tenido grandes lesiones, pero se nota porque ya no tienes 20 años. Sobre todo en los plazos de recuperación; antes jugabas un partido y estabas listo para el día siguiente. Ahora se tardan más días”.
Camino del banquillo
Los dos, sin embargo, estaban a tono. Sergio solo descansaba dos días a la semana —pero niega que entrenara con el equipo de Víctor Valdés en el Horta como se dijo, sino que estaba ahí para acompañar a un familiar— y Joan, que se ha aficionado al golf por las mañanas, se ejercitaba cada tarde con un preparador físico personal. Pero tienen claro qué harán cuando acabe esta experiencia o una última por llegar (han firmado con la condición de que si les llega una buena oferta les liberen). “Queremos ser entrenadores”, admiten al unísono. Ambos, claro, ya llevan cursados los dos primeros años y les falta el último nivel.
“Quiero ser entrenador, lo tengo muy claro y lo voy a intentar con todas mis fuerzas. Firmaría ahora mismo tener la misma carrera que he tenido como jugador en los banquillos”, señala Sergio. “¡Y yo!”, se suma Verdú; “pero es un mundo complicado y por eso queremos formarnos muy bien”. Es el siguiente paso. “No puedo quejarme de todo lo que he vivido. Lo he saboreado”, cuenta Verdú. “Lo he disfrutado muchísimo porque es lo que me gusta y es mi pasión, pero se me ha pasado volando, demasiado rápido”, agrega Sergio.
Tan rápido ha pasado que se les acaba, hasta el punto de que ya no son esos niños que se sorprenden con los cracks del Barça en los entrenamientos, sino que son ellos el centro de atención de unos compañeros que les fusilan a preguntas, curiosos y ávidos de anécdotas del balón. “Lo normal”, aceptan.
El tiempo pasa. Pero no se olvida ni borra.
“No os preocupéis que este tío que nos ha marcado dos goles está fichado para el año que viene”, les dijo el entrenador del Cadete A del Barcelona a sus pupilos a finales de los años 90, equipo en el que despuntaba Verdú. El técnico se refería a Sergio García, entonces delantero de la Damm, que un par de años antes había sido expulsado de La Masia porque para un entrenador no valía pero que acabó rompiendo el récord de goles (969) en la cantera azulgrana.
Desde entonces, Joan Verdú y Sergio García han hecho una vida futbolística en paralelo que sigue en la Montañesa, de Tercera División. Dos viejos rockeros del balón.
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