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AREA DI RIGORE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Zlatan Ibrahimovic es Benjamin Button

Convertido en el pichichi de la Serie A (10 goles), es el hombre que ha reflotado al Milan, un club hundido del que nunca se quiso marchar

Ibrahimovic celebra un gol con el Milan.
Ibrahimovic celebra un gol con el Milan.CIRO DE LUCA (Reuters)
Daniel Verdú

La mayoría de lenguas se construyen a través de las normas. Alguien, sin embargo, tuvo la brillante idea de edificar el italiano sobre una montaña de excepciones. Algo parecido sucede con la Serie A, donde algunos jugadores y la indescifrable gramática a través de la que entienden el juego encuentran aquí su expresión perfecta. Es posible que Maradona en el Nápoles fuera la mejor excepción de este universo. Pero Ibrahimovic, la nueva vieja estrella del AC Milan, ha profundizado a sus 39 años en ese lenguaje anárquico. El sueco regresó a San Siro hace un año y medio después de prejubilarse en Los Ángeles Galaxy. Tras un periplo por nueve equipos de siete ligas diferentes y una lesión que casi le retira, es difícil todavía saber a qué juega. Y da igual. Convertido en el pichichi de la Serie A (10 goles), es el hombre que ha reflotado un club hundido del que nunca se quiso marchar y que hoy lleva la mejor racha de Europa en la pandemia.

Muchos de los grandes de Europa —excepto quizá el Real Madrid— quedan atrapados después de años de éxito en las aguas pantanosas de su pasado y no logran adaptarse a los tiempos. Ahí está el Manchester United, varado en la orilla de su gloria. Pero le sucedió también al Milan, que ganó el último scudetto en 2011. Después, los hijos de Berlusconi tomaron el control de la caja, cerraron el grifo y el club tuvo que deshacerse de medio equipo. En 2012 se fueron Nesta, Seedorf, Inzaghi y Gattuso. Y el PSG se quedó con la mejor parte: Thiago Silva e Ibrahimovic.

Un desastre en cadena. Porque si el Milan va mal, La Gazzetta dello Sport vende poco, Sky despacha menos abonos y el calcio se deprime y atraviesa su peor ciclo. Después de la desbandada, Berlusconi no lo vio claro. Se le quitaron las ganas de bajar al vestuario a contar chistes, su hija discutió con el consejero delegado, Adriano Galliani, y le entró la prisa por vender. Apareció un chino (Li Yonghong) que se lo quedó a un precio increíble (740 millones). Pero como en todas las timbas del Cavaliere, ni siquiera estuvo claro que el chino existiese. Y así fueron tirando hasta que Li Yonghong acabó en los tribunales —nada nuevo aquí respecto a su predecesor— y vendió el club a un fondo de inversión estadounidense que trata de reflotarlo. Y en esas, Ibra volvió de su exilio.

Zlatan sigue hablando de sí mismo en tercera persona. Pero algunas cosas han cambiado. El jugador más chulo del fútbol ya no busca bronca. Ahora aconseja a los nuevos y sonríe si falla un penalti. Stefano Pioli ha construido un equipo de jóvenes talentos a su alrededor, como Sandro Tonali o Theo Hernández, que se la dan para que resuelva cada partido. Pero también le toman el pelo. Brahim Díaz dijo el otro día que el sueco era como su padre porque, básicamente, tenía la edad de su padre. Y él se parte de risa en las redes y se autoproclama el Benjamin Button del fútbol. Y así, ha metido ya 10 goles en seis partidos.

El Milan se jugaba el liderato la semana pasada en Nápoles. Y el equipo se dedicó a pasársela a Ibra, que la metió dos veces como si no le costase nada, pese a haber estado tres semanas de baja tras un positivo por covid (Lombardía le fichó para hacer un anuncio: “Yo gané, pero tú no eres Zlatan, no desafíes al virus”, decía mirando a cámara fijamente). Luego se lesionó y volvió a dejar huérfano al equipo (este domingo ganaron 2-0 a la Fiorentina).

Ibrahimovic tiene defectos, pero suele decir la verdad. La peor experiencia de su vida fueron Guardiola y el Barça, donde, entre otras cosas, sufrió la humillación de tener que ir a entrenar en un Audi y no en su Ferrari Enzo, cuenta en su divertida y egomaníaca biografía. Y el único equipo donde se ha sentido verdaderamente en casa en Italia, pese a haber pasado por Inter y Juve, cuenta siempre, ha sido el Milan (el flechazo con Berlusconi no requeriría análisis). La última vez, cuando se enteró de que iban a venderle, estuvo una semana sin cogerle el móvil a Galliani. Pero el teléfono ha vuelto a sonar. El dueño de Mediaset sueña ahora con él si logra subir al Monza a la Serie A, su nuevo club. Y ya nadie se atreve a decir cuál será su último equipo.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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