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Nápoles venera a su santo

Maradona ganó dos ligas y una UEFA en siete temporadas como celeste y se convirtió en el mayor héroe moderno de la ciudad a la que devolvió el orgullo

Maradona marca un histórico gol de falta contra la Juventus de Turín. En vídeo, los homenajes póstumos.Foto: Getty | Vídeo: Alessandro Sabattini
Daniel Verdú

Nápoles tiene dos patrones que rivalizan en popularidad y devoción: san Gennaro y Diego Armando Maradona. El primero obró el milagro en 1389 con la licuación de su sangre y protegió luego a la ciudad de una erupción del Vesubio. Visto con perspectiva, pudo ser poco comparado con lo que haría el segundo seis siglos después. Los altares, los enormes murales en el centro y la conmoción generalizada vivida en la calle al conocer la noticia de su muerte lo certificaron la noche del miércoles. “Maradona es Nápoles”, proclamó con toda solemnidad el alcalde Luigi de Magisitris en un mensaje televisado.

El verano de 1984 empezó a sonar el nombre del argentino y la ciudad se dio cuenta enseguida de que era el elegido para cambiar la historia. Hubo manifestaciones, cortes de calles e incendio de contenedores frente a la casa del presidente del club. La ciudad estaba en crisis, el banco de Nápoles, al borde de la quiebra y la Camorra desataba su mayor tormenta de plomo. El 5 de julio de 1984, puso el primer pie en el San Paolo —pasará ahora a llevar su nombre, según anuncio el alcalde el miércoles—, donde aguardaban 70.000 personas. Nunca un jugador había tenido un recibimiento así. Corrado Ferlaino, el presidente de la sociedad, pagó 13.500 millones de liras al Barcelona (hoy siete millones de euros), justo después de haberse roto la pierna, convirtiéndolo en el fichaje más caro de la historia del fútbol. Quizá también el más rentable.

Maradona fue un santo napolitano a pleno derecho. El día de su muerte, en pleno confinamiento de la ciudad, lo anunciaban las tres manifestaciones que recorrieron sus calles para recordarle. También la concentración con velas debajo de uno de sus murales en Quartieri Spagnoli o el luto ciudadano declarado por el Ayuntamiento. El argentino le dio al equipo sus dos únicos scudetti, una Copa de la UEFA y una Copa de Italia. El argentino aterrizó pocos años después del terremoto de Irpinia, que destrozó la región y subrayó las desigualdades entre el norte y el sur de Italia. Nadie se identificó mejor con esa injusticia que Maradona, que venía también de lo más bajo. La historia de Nápoles está hecha también de héroes que supieron cabalgar la brecha meridional y devolver el orgullo a una ciudad despreciada por el norte industrial, que entonces encarnaba futbolísticamente la Juventus.

Maradona era la antítesis perfecta del juventino Michel Platini, el malvado preferido del San Paolo en aquella época. El argentino, tan excesivo como la ciudad que le acogió, les coló en 1985 una falta cuya trayectoria nadie ha logrado explicar todavía. Al año siguiente, el 9 de noviembre de 1986, les torció el brazo en Turín y 25.000 personas lo celebraron en las calles de Nápoles. El 10 fue tan importante para la ciudad que cuando Italia jugó contra Argentina en el Mundial de 1990, el público del San Paolo, incluido el director de cine Paolo Sorrentino, animó a los albicelestes. Solo porque Maradona se lo había pedido. Pero la ciudad y él, 115 goles y 259 partidos después, se consumieron mutuamente.

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Maradona vivió dos vidas en Nápoles: una de día y otra de noche. Una comenzaba después de cada partido y se sumergía en una vorágine de alcohol, cocaína y mujeres (tuvo un hijo con una de ellas que reconoció años más tarde). La otra, más ordenada, arrancaba a partir del miércoles cuando empezaba a centrarse en el encuentro del fin de semana y se entregaba a su preparador físico. La parte luminosa transcurría entre su mansión del lujoso barrio de Posillipo, donde organizaba pachangas de fútbol sala con los amigos y vivía con su familia, y el campo de entrenamiento Paradiso, en el barrio de Soccavo. La oscura se perdía en su Ferrari Testarrossa negro por los callejones del céntrico Forcella, donde llegó a intimar con la familia Giuliano, los capos de la Camorra de aquel periodo. Una caída que certificó la famosa fotografía dentro de un jacuzzi con forma de concha junto al capo Carmine.

El 17 de marzo de 1991, después del partido que el Nápoles ganó 1-0 en casa contra el Bari, Maradona dio positivo en el control antidopaje. Comenzó a gestarse un adiós que muchos en Nápoles consideran todavía orquestado. Su preparador físico y hombre de confianza en aquella época, Fernando Signorini, recordaba así hace unos meses lo que representaba. “Fue un fenómeno sociopolítico construido a través de la pelota. No había jugadores que hablasen así o se permitiesen criticar incluso a los periodistas. Su ser contestatario se imponía, no podía evitar rebelarse contra el poder establecido. Aquello fue el inicio de esa aversión por el personaje. Y todo cristalizó cuando Argentina dejó fuera a Italia de su Mundial. Les estropeó un negocio archimillonario de un merchandising ya preparado”.

La noche que se marchó de Nápoles, agobiado por los escándalos y los paparazis, la mayoría de amigos ni siquiera pudo despedirse de él. Se fue con lo puesto y volvió pocas veces más. Era difícil. Cuando lo hacía colapsaba por completo la ciudad. Lo mismo que sucederá ahora: Nápoles se prepara para venerar a su santo en la calle. Los días que haga falta.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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