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EL JUEGO INFINITO
Columna
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Maradona, genio, leyenda y humano

La cabeza de Diego, que paría prodigios futbolísticos a la velocidad de la luz, está en un aprieto

Jorge Valdano

El diagnóstico clasista

Clasistas como somos, medimos la salud de la Liga por lo que son capaces de hacer los equipos que juegan Champions. Así las cosas, por el impacto de los clubes grandes y aun con marcadores decentes, dan ganas de diagnosticar anemia aguda. Resultados apurados, juego insuficiente, expectativas bajas. Pero si ponemos las luces largas veremos que la clase media, representada por los equipos que juegan la UEFA Europa League, mejoran notablemente la clasificación. Tanto el Granada como la Real Sociedad o el Villarreal, nos animan a pensar que el poderío de la Liga aún está vigente. Pero para animarnos, yo miraría aún más abajo. La revolución formativa del fútbol español está creando talentos a muy buen ritmo. A todos los niveles hay decenas de jóvenes con condiciones admirables que solo necesitan de la confianza de los entrenadores para el último estirón competitivo. Bien mirado, la Liga goza de buena salud.

Artistas y gregarios

Nos pintan el fútbol actual como metódico y tácticamente sofisticado. Pero aparecen, recién salidos del cascarón, chicos de 18 o 19 años (Ansu, Pedri, Rodrygo, Vinicius, Kubo, Yunus…) que se hacen con un lugar sin mucho adiestramiento previo y, además de desequilibrar partidos adultos, se ganan a los aficionados por su juego desprejuiciado y lleno de atractivo. Será porque para jugar al fútbol, lo único realmente adulto es decidir bien, ejecutar con precisión y no tener dudas. Método natural y eficaz desde el principio de los tiempos que se puede mejorar con conceptos que, como la caja de herramientas de un buen artesano, ayuden a construir el juego colectivo. La sistematización y la enseñanza reglada hacen de los gregarios muy buenos gregarios, lo que está genial, pero hacen de los artistas también muy buenos gregarios, lo que es una calamidad.

Dos piernas

He visto jugadores admirables que manejaban las dos piernas a la perfección. Lo hacían indistintamente. El argelino Madjer, aquel que con el Oporto le metió un gol de tacón al Bayern en la final de la Copa de Europa de 1987, le pegaba y hasta regateaba con ambas piernas, prodigio que mi zurda casi ortopédica envidiaba. Siempre creí, por ejemplo, que la pierna natural de Andreas Brehme era la izquierda, pero lanzaba los penaltis con la derecha, incluso en el minuto 85 de la Final del Mundial del 90. Valentía zen en medio de esa tensión brutal y decisión, por lo menos, curiosa. Pero el caso de Dembélé es aún más desconcertante. Volcado hacia la banda derecha, un día desborda una y otra vez para acabar en centro y uno no tiene dudas: es derecho. Otro día se empeña en encarar hacia adentro y buscar el tiro y uno se dice: es zurdo. No intentemos entenderlo: es diestro o zurdo según se levante ese día.

Maradona y sus mil vidas

El cuerpo de Diego, que fue una máquina de alta precisión, está colapsado. La cabeza de Diego, que paría prodigios futbolísticos a la velocidad de la luz, está en un aprieto. El ánimo de Diego, que le daba energía a su liderazgo napoleónico, entró en depresión. El contraste descomunal entre aquel y este Diego es coherente con una de las vidas más sinuosas que hayamos conocido. Mientras Diego subía y bajaba, nosotros lo admirábamos y lo compadecíamos al ritmo que marcaba su exagerada vida. Nadie atentó más contra su talento y, sin embargo, no logró desdibujarlo. Fue un genio. Nadie hizo más por destruir el mito que construyó en la cancha y, sin embargo, no lo consiguió. Es leyenda. Nadie hizo más por alejarse de sus grandes afectos y, sin embargo, no lo logró. Es querido. Se ha ido una semana triste y preocupante, solo reconfortada por una pasión popular que no olvida y nunca deja de abrazarlo.

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