Un sprint de Philipsen cierra un día interminable
El veloz belga del UAE se estrena en la Vuelta ganando en Puebla de Sanabria al final de una etapa larga, disputada con lluvia, frío y viento de cara
Huele a humo de chimenea y a madera húmeda en la puerta del hotel en Puebla de Sanabria ante el que pasan los ciclistas ya tranquilos pero aún congelados, tiritando, empapados, atando cabos quizás su subconsciente con eso del origen glaciar del lago de Sanabria, y glaciar viene de hielo, y el hielo está casi tan frío como sus brazos empapados bajo los manguitos cosméticos. Llegan casi todos calmados, suave pedaleo, varios minutos después de que el jovencito belga Jasper Philipsen haya derrotado al sprint al alemán Pascal Ackermann, porque al mediodía se ha producido un derramamiento de aceite a la entrada del pueblo y los comisarios de carrera han decidido tomar los tiempos tres kilómetros antes de la meta para que solo se arriesguen los que quieran ganar la etapa, que son sprinters y no conocen el miedo.
El ambiente invita a la apacibilidad, a una mesa camilla y a un abuelo contando la historia de la etapa al amor de la lumbre, pero la tarde apacible frente al hotel, suave lluvia, la destruye desaforado un policía nacional que, alertado por un esbirro de la organización con cámara de fotos, amenaza con usar la violencia “proporcionada” contra un periodista gordo que se empeña en ver pasar a los ciclistas junto a la valla y le discute sus órdenes, y el policía apela a la ley de protección de datos, que le ampara. “Es que ahí entra en cámara”, grita uno de los esbirros, "y la organización ha dado órdenes de que por la tele no se vea a nadie detrás de las vallas. Y el agente, y decenas de colegas más del Cuerpo Nacional de Policía, emplea todo su vigor y conocimientos para defender la virginidad de una valla, y su orgullo va en ello. Todo forma parte de la lucha de Unipublic contra la covid, claro, de la campaña para convencer a la gente que no salga a ver la Vuelta. Y lo están consiguiendo.
A los ciclistas no les espera un salón con chimenea y una copita de ron para recuperar el pulso y sus impulsos y un director amoroso que les cuente un cuento con el mismo deseo irreprimible con el que Davide Bramati, el director del Deceuninck ayuda a su Mattia Cattaneo, el superviviente del Padornelo y la niebla, a quien, después de lograr con violencia que la moto de la tele se aleje del grupo que le persigue, impulsa en 300 metros con dos pases de bidón pegajoso y un gel, sino un autobús que huele a sudor y a esfuerzo, los cascos del iPhone y decenas de kilómetros hasta un hotel donde pensar no en lo que han pasado sino en lo que pasarán. No les apetece mucho recordar lo que han pasado en los 230 kilómetros, seis horas y media a la intemperie, desde los bosques calcinados de Mos, el pueblo de Óscar Pereiro, junto a Vigo, atravesando los montes de Ourense, castaños agitados por el viento que da de cara y machaca los ánimos de los fuguistas, 13 y muy buenos, como agita las aguas y levanta hasta olas en los pantanos, que parecen mares. La fuga se defiende del viento con un carrusel de relevos hipercortos, tres pedaladas y pasito al lado, mientras que el pelotón, con más medios, organiza una conga por los arcenes que se mueve de lado a lado de la carretera ondulada como una comba, y un matemático podría dibujar los grafos, vértices conectados por aristas caprichosas, porque así de hermosos son los movimientos del pelotón que se defiende, sobrevive y avanza, y somete a su voluntad cualquier ley física.
Ni el oficio de su director, y la manera Italia de interpretarlo de Bramati, ni su clase de ganador del Giro amateur de 2011 salvan a Cattaneo, de 30 años, capturado a poco más de tres kilómetros para el final amputado por un pelotón que durante toda la etapa no ha dejado más de cinco minutos a la fuga y al final ha acelerado, una tendencia del ciclismo global, magnificada en la Vuelta, que hace imposible ya lo que Eusebio Unzue, director del Movistar, llama “el día del ciclista modesto”. "Hay tantos intereses, tantos equipos que aún no han ganado etapa –12 de los 22 aún están secos—y hay tantas incógnitas para la próxima temporada y ciclistas que buscan contrato, que solo para coger la fuga hay que ser un superclase. “Aquí, en la Vuelta, solo ganan los modestos algunos años por error de cálculo del pelotón”, dice Unzue, a quien el tiempo malo y el paisaje le envían a abril del 85, a su Miguel Indurain de 20 años, ejemplo de prematuro para los chavales de ahora, que consiguió el maillot amarillo de la Vuelta en una etapa similar, de 262 kilómetros, y por las mismas carreteras, pero al revés, de Zamora a Ourense. “Y no ha habido ciclista más joven que haya sido líder en la Vuelta, ¿eh?”.
Froome tirita más que nadie y pierde 12 minutos. A los ciclistas les cuesta entrar en calor. “Y no sé qué falta hacen en una Vuelta etapas tan largas”, dice Enric Mas, que, mientras el líder Roglic habla de “día frío y duro”, prefiere definir la jornada como “larga, más que dura”. Pero los dos se muestran felices por haber pasado un día más. Y les esperan el sábado las Mestas y las Batuecas en alerta por temporal de lluvias (40 litros por metro cuadrado) y viento (rachas de 80 por hora se prevén). La Vuelta llega el domingo a Madrid, y allí termina.
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