El magnético círculo de la Real Sociedad
Es un equipo donde apetece jugar, un club ejemplar que lidera LaLiga con estilo y muchos goles
El fútbol bajo la pandemia empieza a comportarse en sentido contrario al efecto de la covid-19, que ha acentuado la desigualdad económica y social hasta límites insoportables. Quizá de forma pasajera las ligas europeas ofrecen un panorama insospechado. En las cinco grandes —inglesa, española, alemana, italiana y francesa—, todos los campeones de la anterior temporada han perdido algún partido, excepto la Juve, que hubiera preferido perder uno que empatar dos de los cuatros que ha disputado. El liderato corresponde a equipos como el Lens, Everton y RB Leipzig. LaLiga no es una excepción. La Real Sociedad encabeza el campeonato con estilo y muchos goles.
Mientras el viejo orden prepara su regreso, un temblor novedoso agita el fútbol. Los aficionados lo agradecen. Es un breve retorno sentimental a tiempos menos segregadores, donde las distancias económicas y los intereses comerciales no fracturaban salvajemente el paisaje de LaLiga. Ha ocurrido en la aséptica burbuja donde se guarda del virus, sin público en los estadios y un mercado tan reducido que ni tan siquiera el Real Madrid o el Barça han operado en él.
Ha sido prioritario vender mucho y comprar poco. Se desconoce el inmediato alcance de esta timidez mercantil, pero se percibe un campeonato más igualado, con oportunidades para equipos bien estructurados, solventes y con capacidad para progresar. La Real Sociedad responde perfectamente a esta ecuación, muy complicada de resolver en el fútbol. Perdió a Odegaard y se interpretó como una pésima noticia, pero el fichaje de David Silva restauró la situación. Diferentes en estilo y distantes en edad, Silva y Odegaard tienen un punto en común: saben jugar, saben pasar, saben encontrar rendijas en las defensas rivales.
La Real ha salido del verano sin arañazos en el mercado. Sus mejores futbolistas permanecen en la plantilla. No son jugadores cualquiera. Oyarzabal y Merino son internacionales por derecho, con el valor añadido de la juventud. Isak es más joven aún y apunta tan alto como ellos. Januzaj regresó de su Siberia futbolística después del confinamiento. Todos ellos vertebran a un equipo que ha profundizado en sus viejas señas de identidad.
Aunque no es un estricto equipo de cantera, el peso de Zubieta es enorme y favorecedor. Acentúa aún más la identidad del club y confirma el excelente trabajo del club en la formación de jugadores. Siempre ha ocurrido así en la Real Sociedad, y ahora añade el principal soporte del éxito: los jóvenes de Zubieta reciben oportunidades constantes en el primer equipo. Alrededor de los jugadores más acreditados se ha reunido un compacto grupo de excelentes acompañantes. Gorosabel, Elustondo, LeNormand y Zubimendi son titulares. Guevara, Barrenetxea y Muñoz juegan con frecuencia. López Alcaide y Merquelanz empiezan a asomar. Zaldúa, Illarramendi y Zubeldia se encuentran en diferentes procesos de recuperación.
La presencia de Imanol Alguacil, hombre de la casa, adquiere el mejor significado en este panorama. Hay algo en su figura que recuerda el perfil de entrenadores míticos de la Real, como Elizondo, Irulegui y Ormaetxea, técnicos que se caracterizaron por la discreción, la inteligencia y un compromiso sin condiciones con el club. En apenas 15 años, llevaron al equipo de Segunda a la conquista de dos campeonatos de Liga. Nunca presumieron de nada, nunca pretendieron estar por encima de los jugadores y de la institución. Su legado se aprecia ahora en Imanol.
La crecida de la Real también afecta a su prestigio, cada vez más robusto en Europa. Es un equipo donde apetece jugar, un factor decisivo para jóvenes como Odegaard, Isak o Merino y para veteranos como David Silva. Esa atractiva capacidad, que resulta impagable en un club de economía limitada, completa el actual círculo virtuoso de un club ejemplar.
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