Portugal manda en el Giro: etapa para Guerreiro, rosa para Almeida
Castroviejo, segundo en la montaña de los Abruzos, en la que Fuglsang saca 14s a Nibali en el muro final
El Giro es un juego que cuando lo narran los italianos se hace obra de teatro, melodrama tan vital y tan falso como los gritos y las lágrimas falsas de los actores, con una historia principal, siempre un mal amor, entre Nibali, y siempre Nibali es el protagonista, el personaje alrededor del que gira toda la trama todos los Giros, y un rival elegido, Roglic, el año pasado y este año, Fuglsang, el danés que fue su gregario hace años y hoy le desafía. Y la peripecia avanza y trompica todas las etapas, aunque su río fluya tan profunda, subterráneamente, que apenas se hace notar, sofocado por la trama aparente, la del, este año, esplendor de Portugal y sus colonias. Y esta superficie quieren los autores italianos que sea tan folclórica como los bailes regionales en los que Joao Almeida, tan calmo, y ya lleva seis días de rosa, y sigue, se ejercitaba de niño en la parroquia de A dos Francos, en su Caldas da Rainha, o de brillo tan fugaz como la victoria de Rubén Guerreiro, su compatriota de Montijo (Setúbal), un fuerte carácter bien apellidado, en los Abruzos empapados y fríos en los que Girardengo, el primer campionissimo, cayó y entre los guijarros de la cuenta dibujó una cruz y que desazonan al vizcaíno Jonathan Castroviejo, tan vital y activo, y le dejan segundo.
Ya no es Acácio da Silva el único portugués que haya ganado etapas en el Giro. Hay dos ciclistas portugueses en el Giro y los dos llevarán el martes (el lunes, descanso) una maglia distintiva, pues Guerreiro, que también pasó por las manos de Axel Merckx en su equipo estadounidense de formación, lucirá la azul de rey de la montaña.
En el muro final de la subida a Aremogna, en Roccaraso, pueblos de pastores y mastines, y el día es tan feo que hasta las merinas están recogidas, Fuglsang, con mejor fisiología para las pendientes empinadas y cortas, más explosivo, más capaz de concentrar más vatios en un esfuerzo de unos segundos, ataca, y saca de rueda a Nibali, que entra con las orejas gachas y caladas a 14s, él, que unos kilómetros antes había puesto a su Trek a tirar a todo vapor, y dejaba traslucir la idea de un ataque feroz en descenso mojado hacia la rosa.
Fue, puede entenderse, la respuesta del danés al desaire del siciliano la víspera, cuando hizo acelerar a su Trek justo en el momento en el que Fuglsang pinchaba en un puerto tonto en una etapa tonta. Al líder del Astana le costó unos cuantos sudores de más volver al pelotón, y cuando lo hizo se acercó a Nibali y le advirtió, “la próxima vez que te pares a hacer pipí, elige bien el momento y estate atento, por si acaso”.
Los italianos, que se enteran de la historia porque Fuglsang la cuenta así en su columna diaria en un periódico danés, se echan a reír y dicen, pobre Fuglsang, y se burlan de él y de todos los anglosajones, los nuevos dueños del discurso ciclista, lamentan, porque, explican las amenazas nunca se verbalizan. Un italiano, dicen, nunca avisa. Se lo calla, se lo piensa, y actúa. Nibali, más italiano que ninguno en esta perspectiva, se echa a reír porque conoce a Fuglsang desde hace muchos años, desde antes incluso de que el danés, con el que compartió Astana cuatro años, le ayudara a ganar el Tour de 2014, y sabe que le cuesta muy poco provocarlo. “Pero si yo no tengo nada contra él”, dice, “pero me da que está un poco nervioso”. Y a Fuglsang parece que le fastidia que Nibali no acepte que él está más fuerte ahora que cuando era su gregario.
A Nibali siempre hay que perfilarlo en oposición a otro, y él acepta su papel siempre, y ese empecinamiento en 2019 acabó en que ni él ni Roglic ganaran el Giro, sino el personaje aparente e imprevisto, Richard Carapaz, como este 2020 podría otro cualquiera que apareciera la tercera semana o el mismo joven Almeida, quien el sábado próximo podría aumentar su ventaja en la general (ayer recortada por Kelderman en el muro final) en la dura contrarreloj de Valdobbiadene, tan ajustada a sus características al final de una semana en la que lo más significativo para el desarrollo del Giro podría ser el resultados de las PCRs a que se somete el pelotón el lunes 12, día de descanso.
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