La Suiza brava de Granit Xhaka
El mediocentro del Arsenal impregna a la selección helvética de su carácter desaforado
Hay una Suiza de relojeros de prudencia proverbial, y hay una Suiza temperamental y brava, representada por la selección de fútbol que comanda Granit Xhaka. El hombre encarna un fenómeno doblemente extraordinario: es ídolo de un país de gente que se parece poco a él, y lo ha conseguido mediante un procedimiento que habría desacreditado a cualquiera. No a Xhaka, que a sus 28 años se presenta en Valdebebas para medirse a España con los galones de jefe. En el equipo nacional —donde suma 84 presencias— se hace lo que manda el mediocentro del Arsenal.
“Granit decide la táctica, decide cómo se juega, y cómo se colocan sus compañeros en el campo”, observa Thomas Schifferle, periodista del Tages-Anzeiger, diario de referencia de Zúrich. “Él es el centro del equipo. Él es a Suiza lo que Ramos a España”.
El liderazgo de este muchacho viene de antiguo. Hijo de exiliados políticos de la antigua Yugoslavia, creció en las calles de Basilea y antes de que le cambiara la voz levantó la Copa del Mundo sub-17 disputada en Nigeria en 2009. Aquello aseguró su condición de figura precoz. En medio de alabanzas se convalidó con dos títulos de la Liga suiza en el Basilea y un traspaso al Borussia Mönchengladbach. Con solo 23 años ya era capitán del equipo alemán y su prestigio no dejaba de crecer. Se le valoraba su temperamento aguerrido, su carácter dominante, su afán de imponerse como sea en los pleitos del mediocampo. Los entrenadores le elegían por su coraje desaforado y, tal vez sin advertirlo, acentuaron en él unos rasgos que le deformaron. A fuerza de manifestar su agresividad en cada operación del juego, se transformó en un futbolista impredecible. El peor de los registros en un mediocentro. En el puesto que impone rigor, reflexión y lucidez mental, Xhaka estampó la marca de la exasperación.
Hasta que Unai Emery le mandó al banquillo la temporada pasada, Xhaka fue un número fijo en todas las alineaciones del Arsenal. Impuesto por Arsène Wenger en 2016, el volante inspiraba la confianza de los futbolistas que jamás se esconden. Esta virtud, en Xhaka es también el origen de su problema.
Si su equipo pierde la pelota eleva el grado de intensidad hasta traspasar la frontera de la violencia. Más de un director deportivo, puesto a valorarle, le desechó porque regalaba faltas donde no tenía por qué. En el anverso de la jugada, si su equipo recupera la pelota, él no deja de pedirla. Pero el desarrollo de la acción una vez que interviene rara vez conduce a desenlaces brillantes. Puesto a reafirmar su condición de guerrillero, ha terminado por pensar muy poco en lo que hace o —peor aun— se ha acostumbrado a pensar demasiado después de controlar la pelota, como si se jactase de su osadía. A veces acierta, a veces no. Las más de las veces, ralentiza la maniobra. Esporádicamente, es capaz de dar un pase rompedor y está muy dotado para avecinarse al área contraria y rematar con fuerza. Pero su índice de decisiones acertadas lo aleja mucho de los primeros puestos del ránking de los clarividentes. Nada explica el declive del Arsenal en el último lustro como el liderazgo de Xhaka.
Igual que Lucien Favre, Arsène Wenger y Mikel Arteta, el seleccionador suizo Vladimir Petkovic, ha construido el equipo alrededor de Xhaka. Para añadir fuego a la caldera, desde este verano Petkovic ha puesto a Suiza a presionar arriba. Dice que quiere jugar al ataque. El intento es conmovedor. Pero desde la vuelta del confinamiento no han ganado ni un partido: 2-1 ante Ucrania, 1-1 ante Alemania y 2-1 contra Croacia.
″Ha merecido más", sentencia Luis Enrique. “Es un equipo muy atrevido, le encanta generar presión y complicarte mucho”.
A lomos de la nueva ola de atrevimiento helvético cabalga su capitán, Granit Xhaka, ejemplar y execrable por la misma causa.
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