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ALIENACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La fotografía para el recuerdo de Bartomeu

Al presidente del Barcelona le será muy difícil conseguir la que parece ser su única obsesión: sobrevivir hasta marzo y que lo olviden cuanto antes

Rafa Cabeleira
El presidente del FC Barcelona, Josep Maria Bartomeu, en el palco de autoridades del Camp Nou, durante el partido ante el Villarreal.
El presidente del FC Barcelona, Josep Maria Bartomeu, en el palco de autoridades del Camp Nou, durante el partido ante el Villarreal.Enric Fontcuberta (EFE)

Nino Mirón fue presidente del Pontevedra C.F. en aquellos años donde uno levantaba una piedra y construía dos urbanizaciones con tres campos de golf. Era un poderoso constructor bicéfalo, tiburón del cemento y romántico empedernido al mismo tiempo, sobre todo en materia futbolística. Nada le gustaba tanto a Mirón como un buen delantero brasileño y bajo su mandato se vistieron de granate Charles –ahora felizmente de regreso– y sus primos, Yuri e Igor, todos ellos futbolistas a los que la categoría de bronce se les quedaba pequeña. En 2004, para el partido definitivo que certificaría el ascenso del conjunto granate a Segunda División, Mirón tuvo la feliz ocurrencia de invitar a Augusto César Lendoiro y sentarlo a su lado en el palco del viejo Pasarón. A él se abrazó nada más pitar el colegiado Hevia Obras, del colegio castellano leonés, un gesto repleto de simbolismo y sentido del espectáculo a partes iguales: consciente de que la historia moderna se cuenta con imágenes, Nino Mirón se garantizaba la inmortalidad en forma de fotografía para el recuerdo.

Las cosas han cambiado mucho en el fútbol español desde entonces, comenzando por el perfil de sus dirigentes. Los tipos como Nino Mirón, incluso como el propio Lendoiro, se nos antojan hoy una especie de dinosaurios a los que admirar con una mezcla de ternura y estupor, recuerdos de un tiempo en el que las deudas de los clubes crecían descontroladas y las amenazas de embargo se disimulaban con más y mejores fichajes, con más madera, como en aquella película de los hermanos Marx. Existe la creencia generalizada de que aquellos desmanes económicos resultan imposibles en el fútbol actual y, sin embargo, esta misma semana hemos sabido que la deuda del FC Barcelona ha superado ya los 800 millones de euros, todo ello sin haber iniciado una remodelación del Camp Nou que se presupuestó en 600 millones durante la última carrera electoral y ya va por los 815, eso si nos atenemos a lo dicho por el vicepresidente Moix esta misma semana. Si hacemos caso a las voces más críticas del entorno azulgrana, la cantidad podría dispararse por encima de los 1.200 millones de euros. Y así, casi de repente, tomamos conciencia de que el ayer y el ahora comienzan a parecerse demasiado salvo, quizás, por una pequeña cuestión: ya no hay un Charles que echarse a la boca, ni siquiera un triste Depay.

La otra diferencia tiene que ver con el ruido. Las gestiones catastróficas de hoy apenas producen ruido, que era una de las especialidades de Nino Mirón. Una noche, durante una tertulia organizada en la antigua Localia, un famoso periodista de la ciudad le echó en cara al presidente su obsesión por fichar brasileños. “¿Es que en Pontevedra no hay jugadores y tenemos que ir a buscarlos a Brasil?”, le espetó en el momento más acalorado de la charla. Fue entonces cuando Mirón, conocedor de la vida sentimental del acusador, dijo aquello de “¿Y qué pasa con usted? ¿No hay mujeres en Pontevedra y por eso ha tenido que buscarse una brasileña?”. Nadie recordará a Josep Maria Bartomeu por una salida de tono semejante pero, a poco que se confirmen los peores augurios sobre su gestión, le será muy difícil conseguir la que parece ser su única obsesión en este momento: sobrevivir hasta marzo y luego, a ser posible, que lo olviden cuanto antes. Tampoco ayuda que su última foto para el recuerdo sea la de Messi señalándolo directamente con el dedo, en chanclas y bañador, una imagen demoledora en la que el ausente se hace carne de un modo aterrador.

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