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Pogacar se impone en la segunda etapa en los Pirineos y Roglic logra el liderato del Tour

El joven esloveno incendia el Tour y gana la etapa del Marie Blanque. Egan se recupera, Landa está ahí y Roglic es líder gracias a 21s de bonificación

El esloveno Tadej Pogacar cruza este domingo la línea de meta en Laruns por delante del suizo Marc Hirschi en la novena etapa del Tour.
El esloveno Tadej Pogacar cruza este domingo la línea de meta en Laruns por delante del suizo Marc Hirschi en la novena etapa del Tour.Marco Bertorello (AP)
Carlos Arribas
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“¿Y cómo lo lleváis aquí?, tiene que ser difícil, ¿no? Nosotros, ni tan mal, mucho más tranquilos viviendo en la burbuja”. Landa, enmascarado hasta los ojos como un cuatrero del Oeste, se cruza la noche del sábado con un periodista en el pasillo del hotel y en un diálogo de buena educación mantenido a buena distancia lo primero que hace es preocuparse por su bienestar, y el periodista lo agradece, emite las quejas de rigor y no le agobia más al ciclista, no le dice que todos le esperan el domingo en el muro del Marie Blanque, no le recuerda que en unos tiempos como estos, los del reino de la incertidumbre, quizás pueda esperarse que el Tour, al menos, pueda ofrecer una certeza, algo a lo que agarrarse, un ciclista que ataque y rompa y en el que se pueda creer, y la niebla invade al pelotón bajando Hourcère.

Y solo se distingue a los de Jumbo, su amarillo refulgente de policías regulando el tráfico.

Son la certeza del Tour. La voluntad de Roglic, que quiere dejar en el ropero su amarillo de campeón de Eslovenia versión Jumbo y cambiarlo por el amarillo Tour. “Ya tocaba, y para ello necesitaba las bonificaciones”, explica después, como justificándose, y pellizca la licra de su túnica Tour. “Ya llevamos nueve etapas. Ya llega el día de descanso”.

Es el golpe de la razón que despierta a todos del torpor del sueño al que los induce Hourcère, un primera debutante en el Tour que no es sino la vertiente del terrible Soudet, y el mismo asfalto granulado, que asciende hasta la estación de Issarbe, y su vegetación exuberante y húmeda, y desde la cima, más allá de los valles, de Santa Engracia, se distingue clara la pirámide del Pic d’Anie, y las hayas de Irati, donde la mitología cuenta que nació un ciclista gigante llamado Indurain, no está muy lejos.

Los gigantes de ahora no son calmos ni pacientes, son atacantes, atacantes, siembran el terror y lo disfrutan, y a los aficionados escamados les gustaría que no fueran fugaces, que no fueran artificiales, que no fueran como fueron tantos que tantas desilusiones llevaron al ciclismo. No son Roglic, que sufre para imponerse y gasta a todo su equipo, y Adam Yates, el líder que va a despedirse, a rueda, y todos ellos –Van Aert, de escalador en Hourcère y luego llevando el llano, y de nuevo esprintando en las primeras rampas de Marie Blanque, donde intervienen, en formación canónica rodillo compresor, Gesink, Kuss, Bennett y Dumoulin, el tren del infierno—sofocan iniciativas y desmoralizan voluntades. El pelotón se agarra como puede y ni tiene tiempo de abrigarse para los descensos, y Enric Mas casi se congela.

Marc Hirschi se fuga y Tadej Pogacar, y la medida de su miedo es inversamente proporcional a sus fuerzas inagotables, incendia el Tour again, y para acabar con el espectacular suizo, el mismo chaval de 22 años recién cumplidos que se fue con Alaphilippe en Niza, necesitan entre todos 90 kilómetros y relevos de todos los favoritos, porque Hirschi, rueda como pocos, con postura de contrarrelojista clásico con los brazos cruzados, en grip casi de golf, para agarrar la pantalla de su ordenador en la punta del manillar, y sobre esa misma pantalla apoya la frente cuando baja como nadie, aplanado como una serpiente, qué suelo pélvico, el pecho apoyado en la barra.

Y entonces, descendiendo Marie Blanque hacia los tejados de pizarra de Laruns, donde huele a cordero y queso de Ossau, los mejores son ya muy pocos, solo cuatro, y Landa con ellos, y Bernal y Pogacar y Roglic, y son tan pocos porque Pogacar ha vuelto a ser Pogacar, y con sus ataques en el muro de Marie Blanque, sus tres últimos kilómetros al 10% y más, ha conseguido romper en dos el grupo de los habituales favoritos. Y Egan que ya se parece más, de un día para otro, al Egan cosecha 2019, también colabora en una demolición, con un ataque que recuerda a todos quién es. Ceden Nairo, Guillaume, Bardet, Supermán, Rigo…

Y es tan hermosa la caza entre los tres grupos en el descenso y el llano final, Hirschi cediendo en el penúltimo kilómetro, los de Roglic no dejándose alcanzar por los de Nairo, y, de repente, ya no hay egoístas, sino relevistas, y nadie se esconde, como espectaculares los dos sprints a la eslovena: en la pelea por 5s en la cima del Marie Blanque, Roglic casi derriba a Pogacar, que se despista creyéndose ganador; en el de la victoria de etapa, Pogacar es imparable.

Roglic dice que Pogacar está muy fuerte, pero que queda mucho Tour; Pogacar dice que solo sabe jugar al ataque, que lo otro es un aburrimiento; Egan suspira aliviado porque, dice, ha “vuelto a recuperar buenas sensaciones” aunque le toque recuperar los 21s de la general y un minuto más, por lo menos, pensando en la última contrarreloj, y Landa dice que claro que piensa en el podio, que hay un par de ellos más fuerte pero que no va a dejar de soñar.

Las certezas del reino de la incertidumbre son así.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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