_
_
_
_
PISTA LIBRE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La orquesta del Titanic suena en el Barça

Es cierto, la crisis deportiva es innegable, pero la institucional tiene el aspecto de un hongo radioactivo. Es atómica

Santiago Segurola
Bartomeu, hace dos semanas durante la presentación de Pedri. / NOELIA DENIZ (GETTY)
Bartomeu, hace dos semanas durante la presentación de Pedri. / NOELIA DENIZ (GETTY)NurPhoto (NurPhoto via Getty Images)

Negar la realidad no significa que la realidad se evapore, ni en la pandemia covid-19 ni en el fútbol. Tampoco en el fútbol de la covid-19, el que nos toca vivir. Al Barça también, aunque su presidente, Josep Maria Bartomeu, pretendía obviarlo. Blindado con el chaleco antibalas que le proporciona un vacío Camp Nou, desligó los dramáticos problemas del equipo de la buena salud del club. “Se trata de una crisis deportiva, no institucional”, declaró en su entrevista en Barça TV. Es cierto, la crisis deportiva es innegable, pero la institucional tiene el aspecto de un hongo radioactivo. Es atómica.

No hacía falta el burofax de Messi para revelar la gravísima realidad del Barça, sometido a problemas económicos derivados de la gruesa masa salarial de sus jugadores, de los más veteranos y que peor venta tienen, aunque ninguno de ellos tenga un relevo competente en la plantilla. La incapacidad para detectar, afrontar o arreglar la renovación del equipo es un déficit sólo achacable a los responsables del club. Gastar 1.100 millones de euros en los últimos cinco años y fracasar en la pesca sólo se puede atribuir a una terrible gestión. Un sangrante problema institucional, por tanto.

La derrota con el Bayern tuvo la virtud de acabar con el sistema de respiración asistida del Barça, sumido en una decadencia resaltada puntualmente por goleadas escandalosas. El respirador que asistía al Barça dentro y fuera del campo era Leo Messi, cada vez más solo y cada vez más invocado para lo bueno y lo malo, aunque no se pronunciara su nombre. Se le criticaba a través de un eufemismo difuso: los jugadores.

En la última temporada se atribuyó públicamente un maligno poder a los veteranos en las decisiones del club, se les acusó de forzar el fichaje de Neymar, se les responsabilizó —Abidal dixit— de la destitución de Ernesto Valverde, se les tachó de insolidarios en la negociación del ERTE y finalmente se les ha señalado como perezosos responsables de la catástrofe frente al Bayern. “Se juega como se entrena”, declaró Bartomeu en su intervención en Barça TV. En todas estas ocasiones, aireadas en momentos de hirviente tensión en el club, los jugadores eran Messi, sin que nadie se atreviera a citar su nombre.

Messi, hombre poco pródigo en declaraciones, no dejó pasar un solo episodio para expresar su desagrado y decepción, a través de entrevistas en los medios —RAC 1, Sport— y comunicados en sus redes sociales. Lo mismo ocurrió con el lamentable Barçagate, el caso de la empresa contratada para analizar el comportamiento de las redes sociales con respecto al club, pero que guardaba un secreto letal: también servía para atacar a los críticos con la directiva de Bartomeu, basurear a algunos futbolistas o mofarse de sus familiares.

Todo indica que Messi ha interiorizado esa estrategia como un ataque premeditado y sinuoso, la clase de táctica que se utiliza para colocar a un jugador en la situación de transferible sin comunicarlo públicamente, con sabrosas expectativas económicas para el club. Del resto de jugadores veteranos apenas se puede obtener nada. Peor aún, los veteranos disfrutan de largos y apetitosos contratos que de ninguna manera quieren perder.

Cada respuesta de Messi a los dirigentes del Barça ha sido una señal clamorosa de distanciamiento. Su irritación viene de lejos, pero la patada en la mesa llegó después de las declaraciones de Bartomeu, que se liberó de cualquier responsabilidad y la dirigió al entrenador de turno y a los jugadores. Demasiado para Messi y demasiado para el Barça, que empieza la temporada sin su formidable estrella, con una depresión de campeonato, un litigio feísimo, un equipo que invita a un pesimismo abismal y seis fragorosos meses preelectorales. Es el sonido de la orquesta del Titanic.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_