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Damiano Caruso gana en Getxo

El trabajo previo de Mikel Landa, que sufrió un caída, y Pello Bilbao le facilitan el camino al siciliano

Jon Rivas
Caruso se impone en la meta de Getxo.
Caruso se impone en la meta de Getxo.Javier Zorrilla (EFE)

El Circuito de Getxo fue casi una clásica de primavera, de tiempo fresquito, lluvia a ratos y repechos. Una carrera agosteña que se trasladó a mayo a causa del viento del noroeste, que Damiano Caruso, un siciliano recio, de pocas victorias pero de sólido pedaleo, parecía echarle en cara, haciendo una broma, a su compañero Pello Bilbao, que fue feliz por unas carreteras que se conoce como el pasillo de casa. “Así me daba”, le contaba Damiano a Pello, después de levantar los brazos en la meta de la rampa de Arkotxa, con un gesto de la mano estrellándose en la cara. Fueron diez kilómetros finales en solitario, sin el abrigo del pelotón, después de un accidente que les dejó solos a los dos junto a Nelson Oliveira, portugués del Movistar, al que martirizaron hasta que pidió la cuenta.

El Barhain hizo la carrera que le convenía desde el comienzo. Andaba Mikel Landa con ganas después de una buena actuación en la Vuelta a Burgos, y Pello Bilbao zascandileaba por la salida con gesto de felicidad, dispuesto a montarse en el Puente Colgante, junto a los destacados del pelotón, para hacer el kilómetro cero más original, sin pedalear y en la barquilla del transbordador, de Las Arenas a Portugalete y vuelta, en una carrera que se subtitulaba como de público cero, pero que congregó a cientos de aficionados, todos con mascarilla y guardando distancias, en el banderazo de salida, las cercanías de la meta y todo el recorrido, un desgaste continuo para los ciclistas, y peligroso a veces, por la lluvia y el asfalto resbaladizo. Lo veían los ciclistas y antes de tomar posiciones le quitaban presión a los tubulares.

Pero no les arredraron las circunstancias, y volaron durante toda la carrera, como si quisieran recuperar el tiempo perdido sin competiciones que echarse a las piernas. En una carrera de bastante solera y poca épica, tal vez por la fecha en la que se disputa, bajaban los ciclistas a toda velocidad hacia el núcleo urbano de Algorta, o para coger las curvas hacia la Universidad, donde comenzaba el desgaste en las rampas de Akarlanda. Después, con el primer grupo de fugados poniendo distancia, bajaban hacia la Ría, donde les esperaba el viento de cara hacia Getxo y la cuesta de Txomintxu, otro hito para la fatiga.

Se vieron cosas extrañas, como al llegador colombiano Gaviria encabezar la persecución del UAE a los escapados, o al campeón del Mundo, Mads Pedersen, lucir su maillot arcoíris al intentar una aventura solitaria cuando todavía quedaban 50 kilómetros. También Landa quiso hacerle un test de fiabilidad al pelotón, al comienzo de la última vuelta al circuito, la más larga, poniéndose a tirar de un grupito que alcanzó algunos segundos de ventaja. Poco después se cayó y desistió, si es que tenía algún interés en la victoria, aunque pareció más que su estirón era parte de la estrategia del Barhain por ganar la carrera.

Se sustanció esa idea cuando el pelotón enfiló hacia Pike Bidea, el puerto de Segunda con rampas de hasta el 14% que iba a seleccionar definitivamente la prueba. Pello Bilbao le enseñó el camino a Caruso, que encontró la rueda del vizcaíno. También se unieron Oliveira (Movistar), Biniam Girmay (Nippo-Delko), Juanpe López (Trek) y Gonzalo Serrano (Caja Rural). En el descenso hacia Erandio, los tres últimos se cayeron. Oliveira esquivó el accidente con pericia y consiguió enlazar con Bilbao y Caruso, que le hicieron la vida imposible hasta que el siciliano lanzó el ataque final.

Cuando enlazaron los de detrás, Pello Bilbao hizo de defensa estorbo. Pese al viento de cara, no pudieron alcanzar a Caruso, que ya en la recta de Zugatzarte se veía vencedor, y en Txomintxu mostró la solidez de sus piernas para conservar la renta de unos pocos segundos y conseguir el segundo triunfo de su carrera por delante de su compatriota Nizzolo y el catalán Prades. El 75 aniversario del Circuito de Getxo mereció la pena, aunque pareciera más una clásica de primavera.

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