_
_
_
_
_
méxico 70
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El cabestrillo de Beckenbauer... y los míos

La primera imagen que me viene de México 70 es el Kaiser con el brazo en cabestrillo, algo que yo sufrí dos veces

Beckenbauer, con el brazo en cabestrillo ante Italia.
Beckenbauer, con el brazo en cabestrillo ante Italia.

Retroceder al Mundial de México 70 no me trae buenos recuerdos. Significa revivir uno de los dos campeonatos del mundo que me perdí porque no fuimos capaces de clasificarnos con la selección al quedar por detrás de Bélgica y Yugoslavia en la fase de clasificación. Cuatro años después, para Alemania 74, también nos quedamos colgados en el partido de desempate contra Yugoslavia con el famoso gol de Katalinski. Aunque ha pasado el tiempo es duro recordarlo, pero hay que tener en cuenta que entonces las fases de clasificación eran complicadas. Había mucha igualdad entre todos los equipos.

Afortunadamente tuve la oportunidad de disputar dos Mundiales, Inglaterra 66 y Argentina 78, pero pienso que pudieron ser cuatro y no hubiera estado nada mal para mis 12 años como internacional [41 partidos, 16 goles].

México 70 me trae a la memoria una imagen que para mí no era extraña porque la viví en dos ocasiones en mi carrera profesional. Posiblemente la instantánea de Beckenbauer, en la semifinal contra Italia, con el brazo en cabestrillo sea el primer recuerdo que me viene siempre a la memoria de ese Mundial que vivimos desde la distancia y que para muchos expertos fue el mejor de la historia gracias a aquel Brasil de Pelé, Tostão, Jairzinho, Rivelino... que jugaba un fútbol de mucha calidad. Tanto como para ser siempre expuesto como ejemplo.

Defendiendo la camiseta del Real Madrid, en dos ocasiones a falta de una, me vi en una situación parecida a la de Beckenbauer. La primera fue en la final de Copa de 1968 contra el Barcelona, que perdimos 1-0. Esa tarde jugué con 40 de fiebre y encima me rompí la clavícula. Después, justo un año más tarde del Mundial, me rompí el brazo en la final de la Recopa contra el Chelsea en Atenas y tuve que jugar el partido de desempate con el brazo en cabestrillo. Perdimos 2-1. En esos momentos me pongo en la piel del Kaiser —le gano 2-1— y lo único que piensas es en seguir jugando. El dolor existe, pero son más las ganas de mantenerte en el campo como sea.

No eran aquellos los mejores tiempos para nuestra selección. No existía la misma mentalidad que ahora, o la que se vive desde que ganamos las Eurocopas y el Mundial. Era distinto. Los jugadores queríamos ir, pero no era lo más importante ni para los clubes ni para el aficionado, que eran más de sus clubes. No éramos un equipo. Apenas jugábamos partidos, no había concentraciones. No se entrenaba como se jugaba. Se corría más en los partidos que en los entrenamientos.

Pero haber, había muy buenos futbolistas. España siempre los ha tenido, clasificándonos para los Mundiales o no, lo que ocurre es que no existía ese espíritu de grupo. Eran más individualidades.

Debuté con la selección nada menos que en el Mundial de Inglaterra. En nuestro grupo estaban Alemania y Argentina, dos equipazos. Eso no es normal. Nosotros teníamos a Luis Suárez, Gento, Amancio, Peiró, Del Sol… Nos quedamos en la primera fase. En el 78, en Argentina, nos tocó Brasil. Eran otros tiempos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_