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el juego infinito
Columna
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El fútbol no necesita de moderneces

Este juego es lo que es gracias a su simplicidad y su estabilidad

Jorge Valdano
val

Primitivo, lento y nuestro

El fútbol nos pertenece a todos. A los pragmáticos y a los estetas; a los amigos de la improvisación y a los amigos del método; a los amantes del ataque y a los del contraataque. Una pasión que atañe a miles de millones de personas atravesando diferentes idiomas, razas y culturas, no puede tener dueño. Para que eso haya ocurrido, existe un reglamento con un cuerpo sólido, sin duda el mejor libro jamás escrito sobre fútbol. Desde la instauración del fuera de juego en 1925, el fútbol tiene un aspecto que lo hace reconocible en cualquier parte del mundo. Pasaron casi 100 años solo con cambios cosméticos que ayudaron a un mayor rigor disciplinario (tarjetas amarillas o rojas en 1970) o a una mejor dinámica del juego (regla de cesión al portero en 1992). Hasta ahora, si de algo cabía acusar al fútbol era de ser un juego conservador, que se movía con demasiada lentitud.

Velocidad máxima: 0

Por un lado, la tecnología, que trajo el VAR, y por otro la prisa, como invento capitalista, están empujando a la industria del fútbol, que a su vez mueve el juego a una velocidad a la que no está acostumbrado. Cierto: un momento excepcional requiere de medidas excepcionales. La más dolorosa y deprimente es la del fútbol sin espectadores. Pero me preocupa que se aproveche la ocasión para deformar un partido instaurando cinco cambios y hasta seis en el caso de que exista prórroga. Medida apresurada, no debidamente debatida, en donde me queda la impresión de que la International Board, siempre tan comedida, actúa bajo presión. Lo peor que puede hacer el fútbol es desconcertar a los aficionados con continuos cambios. Y me pregunto: ¿de dónde saca esa gente la seguridad para estar cambiando el colosal fenómeno cultural que nos pertenece a todos?

Cuidar al futbolista y al juego

LaLiga se propone jugar 11 partidos en algo más de 45 días entre los meses de junio y julio. Es decir, más o menos el mismo desgaste que sufre un finalista en un Mundial, jugando siete partidos en un mes en pleno verano. Que no se me conteste que es para cuidar a los futbolistas, porque si de verdad se piensa en cuidarlos, no los harían jugar con el coronavirus como único y amenazante espectador. Los futbolistas están en buenas manos y no les faltarán ni test ni cuidados médicos ni ninguno de los adelantos de los que se beneficia ahora la alta competición. Lo que me preocupa, como síntoma, es que estos cambios apresurados para afrontar una emergencia no hayan levantado ni una sola voz de alarma. Y que sigamos en el futuro con ocurrencias para contentar no sé a qué comité de entrenadores, de árbitros o, al tiempo, de directivos.

Los peligrosos intrusos

Cuidado con las buenas intenciones. Cuenta Stefan Zweig que fue un doctor, Guillotín de apellido, el que inventó la máquina que cura todas las enfermedades: la guillotina. El fútbol se está llenando de gente de distintos ámbitos (en ocasiones auténticos intrusos) con ideas magníficas, pero al parecer a ninguno se le está ocurriendo pensar que este juego es lo que es gracias a su simplicidad y su estabilidad. Hay algo primitivo en el fútbol que sigue funcionando y que no necesita de moderneces. Es el talento de los jugadores y la fuerza de la épica lo que transforma a Maradona en un Dios o al Trinche Carlovich en una leyenda sostenida con la palabra. Y los que deciden declararlos ídolos, héroes o mitos, son los aficionados, tan dueños del fútbol como los especialistas. Y son precisamente ellos los que no tienen ni voz ni voto en las peligrosas decisiones que están transformando (¿o deformando?) este juego maravilloso y, hasta ahora, irrompible.

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