Fuera de juego: el reto del deporte global tras la pandemia
Es el momento de repensar el modelo de deporte que deseamos: un modelo insostenible desde el punto de vista económico, ético y medioambiental o un modelo más humano, respetuoso con la diversidad de género, de capacidades, de opiniones
Pocos ámbitos han experimentado un auge tan notable como el deporte en los últimos años. Pocos también se enfrentan a un panorama tan incierto. Los efectos a corto y medio plazo de la pandemia que azota el mundo suponen un reto para el deporte. Al menos para el modelo de deporte que se ha promocionado desde las más altas instancias deportivas, públicas y privadas.
Es cierto que la práctica del deporte ha devenido un modelo de vida saludable. También lo es que el deporte ha demostrado ser una potente herramienta educativa y un excelente instrumento al servicio de la cohesión e integración social de personas y colectivos vulnerables. Pero no es menos cierto que todos estos aspectos, voluntaria o involuntariamente, se han beneficiado del uso y abuso del deporte de élite como objeto de consumo global. Un modelo de deporte que puede devenir insostenible en los próximos años, como de hecho sucede en estos días.
Los presupuestos mil millonarios que manejan las grandes organizaciones deportivas que ascienden, por citar solo algunos ejemplos, a 5.700 millones de dólares en el caso del COI, 6.421 la FIFA y 8.760 la NBA, permiten hacerse una idea de la magnitud de la catástrofe. Casi dos terceras partes de los ingresos netos de estas organizaciones proceden de los derechos de retransmisión de grandes eventos deportivos. Y, como es obvio, si estos eventos no se celebran no hay nada que retransmitir. No hay ingresos. Cesan las transferencias de las federaciones internacionales a las nacionales y se suspenden los programas de solidaridad y responsabilidad social emprendidos hace algunos años. Las primeras discrepancias sobre la transferencia de fondos han aparecido ya en el seno del COI y la FIFA, y no tardarán en hacerlo en el resto.
Si el presente es desolador, el futuro se presenta inquietante. La pandemia ha dejado en fuera de juego a este modelo de deporte. Pero no cabe duda que sobrevivir a los efectos de la Covid-19 tampoco será fácil. El futuro se presenta sin grandes eventos deportivos en el horizonte. Y, sin ganancias a la vista, este modelo de negocio amenaza ruina.
Así las cosas, las grandes organizaciones deportivas y los grupos de interés que encuentran en el deporte su modelo de negocio deben adaptarse rápidamente a una situación post pandemia que no se presenta sencilla. En el mejor de los casos los grandes eventos deportivos son aplazados y cuando sea posible retomarlos se celebrarán a puerta cerrada o verán muy limitado el acceso del público. Este es el escenario probable en el que trabajan las grandes cadenas de televisión y las casas de apuestas, fuente de financiación a su vez de los grandes clubes deportivos. A buen seguro que unas y otras encontrarán la forma de lanzar un renovado producto de consumo al mercado. Les va la vida en ello. Probablemente un producto intermedio entre el modelo actual y los e-sports, que generan ya pingües beneficios y han despertado el interés, y la inversión, de las grandes organizaciones deportivas. Pero conviene no llamarse a engaño. El público es el músculo más preciado del deporte. Al igual que ocurre con los conciertos musicales o el teatro, el deporte es impensable sin público. El silencio cómplice y la ovación cerrada son parte del espectáculo. Y el espectáculo es precisamente lo que se vende, lo que hace del deporte un objeto de consumo. El resto: la soledad, el esfuerzo extenuante, las lesiones físicas y psíquicas de los deportistas, queda tras el telón, como las miserias personales en cualquier espectáculo que se precie.
Este panorama aventura efectos perversos. El aplazamiento de los eventos deportivos ha dado ya al traste con el esfuerzo y la ilusión de gran cantidad de deportistas. La mayoría de estas personas, jóvenes desconocidas que han entregado lo mejor de sus vidas a una práctica exigente hasta los límites de lo saludable, es la gran olvidada de esta tragedia. No son parte de la gama premium del producto de consumo. No pueden renunciar a parte de su sueldo porque ni siquiera íntegro les llega para vivir. Deportistas que, a diferencia de las grandes estrellas, no abren las portadas de los grandes medios de comunicación pero cierran los telediarios animando a la gente a seguir haciendo deporte para mantenerse en buen estado físico y mental.
Pero incluso para quienes forman parte de la élite del deporte el aplazamiento de los grandes eventos deportivos tendrá efectos indeseables. La postergación de estos eventos exige nuevos sacrificios personales y la concentración de competiciones que se vislumbra resulta incompatible con la preparación física y psicológica que requiere el rendimiento deportivo de máximo nivel. No digamos los derechos más básicos que les asisten como personas. Porque conviene no olvidarlo, los deportistas son, antes que cualquier otra cosa, seres humanos y como tales deben ser tratados.
Los efectos de esta pandemia serán duraderos y, por ahora, impredecibles. Quizá por ello sea el momento de repensar el modelo de deporte que deseamos para el futuro. Un modelo insostenible desde el punto de vista económico, ético y medioambiental o un modelo más humano, respetuoso con la diversidad de género, de capacidades, de opiniones. Un modelo más democrático en la gestión y en la participación en la práctica deportiva. Un modelo de deporte comprometido, en definitiva, con los valores del esfuerzo, la responsabilidad social y los principios éticos universales como proclama la Carta Olímpica. El oro está en juego, el reto no tiene precio.
Alberto Carrio Sampedro es profesor de Filosofía del Derecho. Universitat Pompeu Fabra. Barcelona
alberto.carrio@upf.edu
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