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el juego infinito
Columna
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El virus le contó la verdad al fútbol

Los aplausos se mudaron de los estadios a los balcones. El juego, mal acostumbrado, se resiste a bajarse del escenario discutiendo sobre cómo y cuándo recomenzará la fiesta

Jorge Valdano
Jorge Valdano
Jorge Valdano

El sentido de la proporción

El fútbol se creyó importante hasta que el coronavirus le contó la verdad: es solo una simulación de la realidad. Lo diré destacando su grandeza cultural: una gloriosa simulación de la realidad. El coronavirus le arrebató la atención, la preocupación y los héroes. Los aplausos se mudaron de los estadios a los balcones. El fútbol, mal acostumbrado, se resiste a bajarse del escenario discutiendo sobre cómo y cuándo recomenzará la fiesta. Siempre que encuentro esa falta de sentido de la proporción, recuerdo aquella historia que le leí a Churchill sobre un hombre que saltó del muelle para salvar a un niño que se estaba ahogando. Una semana más tarde, el marinero fue abordado por una mujer que le preguntó: “¿Eres el hombre que salvó a mi hijo en el muelle?” El marinero respondió modestamente: “Sí, señora”. “Entonces eres el hombre que estaba buscando. "¿Dónde está la gorra del niño?”.

Mirar para atrás

No solo el fútbol, sino el deporte en general, sigue buscando su gorra en medio del caos social. Como escribió Santiago Segurola, el COI parece la orquesta del Titanic. Pero la realidad se impone con la fuerza de la evidencia y, ya que no podemos mirar hacia adelante porque el paisaje es borroso, las televisiones se pusieron a mirar hacia atrás. He visto la final del Mundial 78 entre Argentina y Holanda, o la de España y Holanda de Sudáfrica 2010, para comprobar cómo el tiempo va acelerando el ritmo del juego. Cada vez hay que ser más preciso a mayor velocidad. Es prehistoria futbolística ver a los porteros recoger con las manos la cesión de un compañero, y ya ha desaparecido esa fascinación por la vagancia que exhibían algunos jugadores con un talento superior. Y queda claro, mirando en perspectiva, que los entrenadores se han adueñado del cerebro del juego. ¿Lo que no nos gusta también se llama evolución?

Lo que el tiempo se llevó

Romario hacía de la vagancia una variable del amague. Había que llevarle el balón a domicilio, que estaba en el área, donde esperaba inmóvil, pero con la tensión de un perro perdiguero. Cuando recibía el balón se convertía en un escapista, en un Houdini de la pelota. Fui su entrenador durante dos lunas y en los juegos de posesión era un estorbo. Pero cuando aparecía la portería se convertía en un genio del engaño y la precisión. Pensaba antes que los porteros y hacía siempre lo contrario de lo que uno pensaba. Cuando el portero quería responder, la pelota estaba dentro y Romario parecía no inmutarse en el festejo, pero creo que se aguantaba la risa. No me extraña porque sus goles eran burlones. Un humorista del gol. Luego volvía al modo reposo. Me pregunto si hoy habría algún entrenador con la valentía de ficharle, porque lo cierto es que marcaba más goles que kilómetros corría.

El fin de una época

Esta extraña realidad se llevó a Lorenzo Sanz con toda la crudeza del momento. Como tantos otros, se fue solo, sin siquiera el consuelo de su maravillosa familia. Con Lorenzo, el fútbol despide una época de hombres hechos a sí mismos, generalmente del mundo de la construcción (Jesús Gil, Núñez y otros muchos), que gestionaban atropellando, con una convicción y energía con la que pasaban por encima de todo, incluso de las reglas. Lorenzo Sanz era un madridista que siempre formó parte del paisaje de la vieja Ciudad Deportiva, hasta alcanzar el honor de la presidencia y la gloria de la Champions. Lo conocí bien y en circunstancias felices (campeones con él como vicepresidente), y desgraciadas (me cesó como entrenador siendo presidente). Siempre demostró una gran calidad humana. Sirva este artículo para darle las gracias y despedirlo con el respeto y el honor que se merece.

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