Celades también existe
La evidencia de los datos no ha generado entusiasmo a su alrededor. Cuando gana el Valencia, parece que gana Marcelino
Albert Celades recibió la oportunidad soñada y una granada de mano cuando sustituyó a Marcelino en la dirección del Valencia. Le permitía debutar como entrenador en Primera División, al frente de uno de los equipos más prestigiosos del fútbol español. Y de los más convulsos. La sucesión se produjo en medio de un temporal de conflictos que presagiaba malos tiempos para el club, no confirmados por la realidad: el Valencia escala posiciones a toda mecha y se encuentra en disposición de pasar a los octavos de final de la Liga de Campeones. Le clasificará una victoria sobre el Ajax en Amsterdam. Quizá le sirva el empate.
Pocos sospechaban esta situación cuando se produjo el despido de Marcelino, que había adquirido un estatus poco frecuente en el valencianismo. Contaba con el apoyo casi unánime de la hinchada y el periodismo. Ni Benítez en sus mejores años —dos títulos de Liga (2002 y 2004)— se sintió tan amparado por el entorno. El vínculo también se trasladaba al grueso de la plantilla. Los jugadores escenificaban en el campo y en sus declaraciones lo que se podía interpretar como una estrecha relación con Marcelino.
La única fisura estaba dentro del club, donde la incomodidad del dueño con Marcelino creció durante el verano hasta volverse insostenible. Pocas veces un técnico ha llegado a un equipo en condiciones más adversas. Pareció que nadie quería a Celades, excepto el propietario, que en aquellos días era el hombre menos querido en Valencia. Se asistió a la peor ecuación posible en el fútbol. La masacre del Camp Nou —el Valencia encajó seis goles en el debut de Celades— le auguró lo peor.
Casi tres meses después, el Valencia ha escalado hasta la octava posición —el pasado año por estas fechas figuraba en la 14ª posición—, con 23 puntos, seis más que en la temporada anterior en la misma jornada. También mejora su rendimiento en la Copa de Europa, donde en el último partido del grupo no estaba en condiciones de lograr la clasificación para la siguiente ronda. El progreso resulta más meritorio por la sangría de lesiones que sufre el equipo.
La evidencia de los datos no ha generado el entusiasmo alrededor de Celades. Cuando gana el equipo, parece que gana Marcelino. Cuando pierde el Valencia, pierde Celades. Digamos que es víctima de un prejuicio. Suele ocurrir en el fútbol. Es muy complicado suceder a la gente de éxito, y el Valencia vivió como exitazo la conquista de la Copa y el cuarto puesto en la Liga, obtenido a ultimísima hora del campeonato. Todo esto en un club de naturaleza volátil, capaz de atravesar algunos de sus años más críticos en el mejor ciclo de su historia, el que inició en este siglo con la presencia en dos finales de la Liga de Campeones y la conquista de dos títulos de Liga, dos de Copa y una Liga Europa.
Celades merece todo el crédito por su resistencia al pesimismo y al ruido que le rodeaba, con el valor añadido de un juego que en general ha sido convincente y hasta muy bueno en ocasiones. Lejos de quebrarse, el Valencia tiene vuelo y carácter para sobreponerse a las dificultades. Transmite la impresión de equipo creciente, dirigido por un hombre de talante discreto, alejado absolutamente de la demagogia que tanto se cultiva en estos tiempos.
Nadie encontrará una declaración explosiva de Celades, ni el menor conchabeo con los periodistas. No utiliza la buena racha del equipo para autopromocionarse. A su manera, es el tipo de entrenador que cada vez se estila menos, condenado a la invisibilidad mediática, pero eso no impide destacar la magnífica gestión que realiza en un equipo que parecía abocado a un drama de cuidado.
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