El Athletic sigue siendo una roca
El equipo de Garitano se impone al Granada y se suma a la zona noble después de un partido de pedernal y trazo grueso
No se sabe por qué, pero muchas veces da la impresión de que un partido que no ha arrancado todavía se va a acabar enredando, sin tener claro de qué manera ni por qué causa. En San Mamés, a la hora de comer, flotaba en el ambiente esa intuición. Lucía el sol, había dejado de llover de madrugada y la temperatura era agradable, pero la cosa estaba rara ya de serie. Que el Granada le cambiara el campo al Athletic ya fue un síntoma; que el héroe del domingo anterior, el portero Unai Simón, fallara a la primera, o se resbalara, que pudo ser, y no encajara el primer gol pese a que Herrera remató a un metro de la línea, fue otro de los indicios.
Sí se preveía un partido de pedernal, de picar piedra, rugoso, de papel de estraza. Si alguien pretendía encontrar diamantes en San Mamés, hubiera hecho mejor en buscar en Internet algún vídeo sobre la calle 47 de Nueva York, porque sobre el césped de la Catedral estaban el Athletic y el Granada, dos equipos cuyo único parecido con una piedra preciosa es la dificultad que encuentra cualquier rival para rallarlos. No brillan, pero no hay manera de mellarlos.
Así fue el partido, de trazo grueso y pierna fuerte, en busca del error del rival más que del acierto propio. El Granada asustó de inicio, cuando el Athletic no estaba centrado todavía y prodigó los desajustes. Quini pudo adelantar a su equipo en un despiste de marcaje de Iñaki Williams, y con Simón haciendo de el don Tancredo. La pelota pasó afeitando la base del poste pero por fuera. Sin embargo, en esa búsqueda voraz del fallo del contrario, el equipo rojiblanco encontró un filón en el minuto 36, cuando los minutos transcurrían ásperos y la grada empezaba a soñar con el almuerzo. Fue en un córner que el Granada despejó, Raúl García se quedó a molestar y a Duarte se le cruzaron los cables. Con el balón lejos de la acción, empujó con las dos manos al delantero rojiblanco para quitárselo de encima. Nada del otro mundo. No fue una agresión sino una tontería de consecuencias letales. El árbitro lo vio y señaló penalti.
Lo lanzó Raúl García, lo detuvo Rui Silva pero el VAR detectó que se había movido unos centímetros sobre la línea, algo que el ojo humano no percibe, más lío. Lo volvió a lanzar el navarro, esta vez acertó con un disparo potente y adelantó al Athletic en el marcador.
Los granadinos se ofuscaron, no era para menos. Las decisiones del árbitro no les gustaron nada, se sintieron maltratados. Se fueron al descanso con la frustración de un resultado posiblemente inmerecido, pese a que el Athletic controló el juego desde que las pasiones nazaríes se refrenaron allá por el minuto 15.
Fue lo mismo en la segunda mitad. El Athletic es impenetrable cuando se empeña. Se convierte en un equipo muy incómodo para el contrario. Aunque el Granada quiso, no pudo de ninguna manera. En el ambiente flotaba la incertidumbre de un resultado corto, que podía variar en cualquier accidente del partido, pero, en realidad, el equipo de Garitano no sufría apenas. Los cambios le sentaron bien al juego rojiblanco y apenas tuvieron incidencia en el Granada. Cuando en el minuto 82, Yuri, que llegaba desde atrás, empujó a la red un servicio cruzado y preciso de Unai López, el partido se terminó a todos los efectos. Con 26 puntos, el Athletic, que es una roca, aunque no se parezca a un diamante, afianza su posición europea. El inicio espectacular del Granada en el campeonato, empieza a diluirse.
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