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Armin Hary, el hombre relámpago

El atleta alemán fue el primero en correr los 100 metros en 10 segundos y ganó dos medallas olímpicas

Armin Hary, tras ganar los 100m de los Juegos de Roma 60.
Armin Hary, tras ganar los 100m de los Juegos de Roma 60.

Ahora que Kipchoge ha bajado de dos horas en la maratón, me viene al recuerdo Armin Hary, el primero que corrió los 100 metros en 10 segundos. “La hazaña más notable del atletismo en todas las épocas”, la calificó L’Équipeen su día. Hary nació en 1937 en Quierschied (Alemania). Su infancia conoció los horrores de la guerra. Desplazado, mal alimentado… Luego, una adolescencia entre la escuela y la retirada de cascotes.

Como a casi todos los niños, le dio por el fútbol, pero le captó el atletismo cuando los JJ OO de Helsinki, en 1952. El Sarre, tantas veces disputado entre Francia y Alemania, fue entonces territorio autónomo y como tal disputó aquellos Juegos. Él desempolvó un viejo libro de su padre, luchador de grecorromana, de la cita olímpica de 1936, con preciosas láminas en las que supo quién había sido Jesse Owens y se propuso imitarlo.

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Lo que siguió fue una sucesión de esfuerzos divididos entre la carrera de perito mecánico, que sacó, y entrenamientos nocturnos en el bosque, cuatro kilómetros todos los días. Y en el pasillo de casa, para que el frío del exterior no le desgarrara, ensayaba salidas, una obsesión que le definiría y hasta le atormentaría. Cuarenta salidas al día, cinco días por semana, doscientas a la semana, diez mil en un año. Para Melbourne 56 ya era el mejor de El Sarre, pero este territorio había vuelto a ser alemán y sus marcas no le dieron para ir. El gran velocista alemán era Manfred Germar, que acreditaba 10,3. Hary se obsesionó con desbancarle.

Ya eran célebres sus salidas. Su puesta en acción, de una rapidez eléctrica, resultaba sospechosa por inverosímil. Cuando en el Europeo de Estocolmo (agosto de 1958) hizo 10,3 y batió por fin a Germar, éste le acusó de haber robado la salida. Nunca se reconciliarían. Hary, de temperamento rebelde, se empezó a sentir mal en su país. Le martirizaba una lesión de fibras recurrente y se negaba a correr los 200, porque la curva le perjudicaba. Le llovían las sanciones. Decidió trasladarse a Estados Unidos donde le diagnosticaron “rotura de fibras musculares con enquistamiento y endurecimiento”. Operado en Bakersfield, apartó de sí el problema para siempre.

El 6 de septiembre de 1958, una noticia sensacional corre el mundo ¡Armin Hary ha corrido los 100 metros en 10 segundos! Fue en Friedeensafen, donde Alemania baña sus pies en el lago Constanza. Hizo primero 10,3. Se sintió bien, corrió otra vez y tres jueces (era aún el cronometraje manual), paran el crono en 10.0 y otro en 9,9. El dato oficial es diez segundos. ¡Diez metros por segundo, el límite imposible!

Ya eran célebres sus salidas. Su puesta en acción, de una rapidez eléctrica, resultaba sospechosa por inverosímil

Un grupo de especialistas de Estados Unidos, que tenía tres hombres con 10, y de Japón, cuyo emperador había prometido una medalla de oro de diez centímetros de diámetro y uno de grosor al primer humano que lo hiciera, viajan en busca de gato encerrado, examinan la pista y descubren un desnivel descendente de 11 centímetros en los 100 metros, uno más de lo permitido. El récord no se homologa

Hary insiste. El 21 de junio de 1960 corre en Zúrich, repite la marca… pero al tiempo que se anuncia se anula, por salida ilegal. Hary se indigna, y sus partidarios más. El juez de salida no dio segundo pistoletazo de anulación, fue el de llegada quien tomó la decisión, bajo la sugestión general de que ese límite era imposible de alcanzar sin trampa. Tras una hora de protestas, se le permite volver a correr, siempre que al menos dos corredores le acompañen. Los consigue y una hora después vuelve a clavar los 10.

Ahora sí, ahora ya es oficial. La noticia recorre el mundo.

En los JJ OO de Roma ratifica su primacía al ganar la medalla de oro, con 10,2. Tuvo una primera salida falsa, y en la segunda se contuvo, porque con dos llegaba la descalificación, de ahí que se quedara en 10,2. Corrió con Adidas, pero subió al podio con una zapatilla de Adidas y otra de Puma. Explotaba la rivalidad de los hermanos Dressler. Esa misma noche, el embajador de Japón le entregó la medalla regalada por Hiro Hito en acto secreto, para evitar acusaciones de profesionalismo.

También ganó el oro de 4x100. Regresó a Alemania convertido en un héroe, pero un accidente de coche le dañó la rodilla y mató su carrera. Cuando apareció el cronometraje electrónico se estimó que el manual le favorecía en dos décimas, o sea que su mejor marca habría sido 10,2. Poco a poco se fue hundiendo en el olvido. No hace mucho, confesó su decisión de vender sus zapatillas y sus medallas a un coleccionista americano. “No quiero que cuando yo falte acaben en un mercado de viejo. Y en Alemania a nadie le interesan…”.

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