Esperando al hombre de los cien millones
Bale, que se estuvo marchando durante todo el verano, volvió para el primer encuentro de Liga con más pinta de fichaje que de descarte
El talón de Aquiles del fútbol
El mejor libro escrito sobre fútbol es el reglamento. Simple y eficaz. Cuando el fútbol se enfermó de importancia, llegaron tipos pragmáticos para comercializarlo y lo hicieron con éxito. Aunque los puentes entre lo marketinero y lo futbolero aún no están tendidos. Son como la selva (el terreno de juego) y la civilización (el negocio). Dos mundos condenados a vivir en tensión, pero juntos. La invasión no termina ahí. Alrededor de los jugadores hay decenas de “especialistas” inútiles. Pero están apareciendo intrusos peores que parecen preguntarse ¿para qué hacer las cosas simples si las podemos complicar? Por ejemplo, interviniendo en el reglamento con medidas innecesarias o absurdas. Entender que una acción accidental es merecedora de expulsión transgrede cualquier espíritu reglamentario. Modric y Molina, víctimas inocentes de la desproporción reglamentaria en la primera jornada, hicieron sonar la alarma. Hace falta alguien con autoridad que le ponga al fútbol un cartel que diga: “No se toca”.
Decíamos ayer…
Bale, que se estuvo marchando durante todo el verano, volvió para el primer encuentro de Liga con más pinta de fichaje que de descarte. Hizo un buen partido y disparó las expectativas. No es de extrañar: sus condiciones son extraordinarias. Otra cosa es hasta dónde sabe aprovecharlas. En tiempos en que el big data pretende apoderarse del juego hay gente, como yo, que se niega a descomponer el fútbol en números. Pero cuando el tramo de análisis se remonta a seis años, el paquete analítico de un jugador también contiene sus estadísticas, y Bale promedia 25 partidos y 15 goles por temporada. A eso hay que atenerse. Ni es líder, porque para eso hay que esforzarse en hablar; ni un goleador de época, porque donde Cristiano marcaba tres, él marca uno; ni es fácil integrarlo a un sistema, porque se siente figura. Pero como al hincha lo define la fe, seguimos esperando al hombre de los cien millones.
Lo distinto está en peligro
Desde los años 60 (Pelé) hasta entrados los 90 (Maradona), el número 10 fue Dios. Italia, que tenía prodigios como Baggio, Del Piero o Zola, empezó a desconfiar de estos jugadores y hasta de la función. Una frase de Arrigo Sacchi: “El mediapunta es medio jugador”, cavó la fosa. Hoy, aquellos jugadores fascinantes que traen un fútbol mayúsculo y necesitan más confianza que órdenes, viven bajo el peso de un colosal prejuicio: no resultan fiables. Así las cosas, el tiempo los termina desdibujando. Paulo Dybala no encuentra quien lo quiera, el talento descomunal de James anda mendigando una oportunidad, Asensio vivió bajo sospecha la última temporada… Temo que João Félix pueda terminar provocando una desconfianza parecida. Quedan pocos entrenadores que le ofrezcan un arca de Noé a estos cracks incomprendidos y en peligro de extinción.
Despedida
A la pensión de futbolistas llegó un chico de extracción social muy baja y, cuando le sirvieron un filete exclamó: “¡¿Esta es la famosa carne?!”. La anécdota la contaba el Tata Brown con su risa abierta, fresca y franca de buen tipo. Así lo recuerdo. Brown llegó a México 86 condenado a la suplencia. En su puesto jugaba Daniel Passarella, un indiscutible. Pero un virus condenó a Daniel y desde el primer partido el Tata ocupó su lugar con discreción y sin cometer un solo error. En la final el fútbol le regaló el papel de héroe marcando un gol y negándose a salir del campo con un hombro salido al que le improvisó una solución: rompió la camiseta y en la abertura metió el brazo para inmovilizarlo. Esa imagen icónica se repitió una y mil veces la semana pasada cuando el Tata falleció. Me sentí orgulloso y emocionado cuando mis compañeros del 86 lo encumbraron sacándolo a hombros mientras la leal hinchada de Estudiantes le rendía honores. Se los merecía todos.
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